Mi estancia en Roma fue buena no sólo en lo referente al guión sino en muchas cosas de preparación. Zúñiga es extraordinario como director de producción y está haciendo un trabajo estupendo. Gracias a que casi todo el equipo –comenzando por Pellegrini– son «ÍNTIMOS AMIGOS» míos, el rodaje –exceptuando las anormalidades normales de cualquier rodaje– será muy bueno. Tengo fe en la historia.17
Las dos palabras entrecomilladas se podrían interpretar, según Salvador (2006: 291), como una alusión a su militancia comunista. Asunción Balaguer recuerda al respecto que Muñoz Suay siempre se comportaba de manera muy cauta: «Cuando Muñoz Suay y su mujer se escondían, que era bastante a menudo, me dejaban a mí las niñas. Aún hoy, cuando coincidimos, ellas se acuerdan de aquella época».18
Puede sorprender que, con tanto talento reunido alrededor de una ideología hipotéticamente transgresora, el resultado cinematográfico de Tal vez mañana sea un melodrama tan convencional. El peso de la película recae sobre el personaje infantil, Pagnottella Espósito (Edoardo Nevola), Panecillo en la versión española, que abandona un hospicio en busca de una madre a la que no conoce. A través de una serie de episodios independientes llenos de sinsabores, Panecillo, embargado de un perenne histrionismo trágico, hará una especie de vía-crucis nacional presentando en cada paso la cotidianidad de distintos estamentos sociales italianos. Técnicamente bien realizada, la película exhibe una economía narrativa desde la escena inicial, cuando Salvatore observa la llegada de un bebé abandonado a su hospicio que disparará su viaje iniciático, entendiéndose el paralelismo con su propia historia. Pasamos ágilmente de un episodio a otro gracias al trabajo del montador Pablo del Amo en su debut cinematográfico. Su primera parada es en un pueblo de pescadores, donde Panecillo ayuda a una joven a huir con su amado ante los planes maternos de casarla con un anciano, y de ahí a una casa en Nápoles, donde había trabajado de criada la madre de Panecillo al servicio de un conde que trata con desprecio a sus subordinados, y así sucesivamente. Cada estación generará un hipotético mensaje social.
El cariz que tomó la película durante el rodaje hizo descender la euforia inicial de Muñoz Suay, como se refleja en otra carta a Font dos meses después de la anterior:
… intentamos un neorrealismo populista, bordeando el folletín pero salvándose siempre de él, que –esto te lo digo con conocimiento de causa– puede ser importante incluso para la propia Italia, invadida por los Capelli de «panes, amores y fantasías». Sabemos que no vamos a hacer una obra importante, un «capo-lavoro», pero sí un film digno. Era preciso hacer uno antes de que B. y B. hicieran los suyos.19
Rodaje de Tal vez mañana. Foto: Attualitá Italiana.
Las iniciales se referían a Bardem y Berlanga. Rabal, por su parte, se decidió finalmente por el personaje del camionero, Mario, con más minutos en pantalla, que recoge a Panecillo tras detener su vehículo al encontrar la carretera obstruida por piedras colocadas por el propio niño, ocurrencia repetida ad nauseam durante todo el metraje. Mario funciona como único hilo transmisor alternativo de la odisea del niño, reapareciendo en otras dos ocasiones, e incluso con episodio propio: intentará acogerle en su hogar al no tener descendencia, pero su resentida esposa le rechazará. Sin posibilidad alguna de desarrollo actoral, todo el reparto trabaja en función del infantil protagonista absoluto. El otro personaje al que optaba Rabal, el marido de la madre, que aparece al final de la película, queda aún más eclipsado, ya que el encuentro de Panecillo con ella le relegaba a una categoría de atrezo. Ella, por cierto, era de nuevo Alida Valli, que coincidía con Rabal tras Prisionero del mar.
El episodio más afortunado es el de otro matrimonio que sí acoge temporalmente a Panecillo. Regentan un teatro de marionetas gigantes donde las disputas conyugales interfieren con el normal desarrollo de la función, y la hilarante interpretación de Eduardo de Filippo como el titiritero Gennaro Espósito representa el momento cumbre de la película. El niño le ayudará incorporando voces cómicas a las marionetas, pero cuando le comenta a Gennaro su coincidencia de apellidos, sugiriendo un hipotético vínculo familiar, este le revela que Espósito es el apellido que se le pone a niños de padres desconocidos. La congoja de Panecillo se traslada al argumento de la función, y el público reaccionará indignado lanzando hortalizas al escenario, un guiño antinaturalista que clausura de manera efectiva el episodio.
El hipotético espíritu transgresor que podía esperarse de la acumulación de tanto coguionista «subversivo» se reduce a unas breves pinceladas anticlericales y antiamericanas. Nando (Memmo Carotenuto), ladrón de poca monta que también acoge a Panecillo, comenta respecto a unos futbolistas que juegan en un descampado: «Cobran más que nadie y no hacen nada». Al terminar el partido, estos se enfundan sus sotanas y se marchan: «¡Resulta que son curas!», apostilla Nando. Y cuando un coche de una familia estadounidense se detiene delante de las piedras colocadas por Panecillo, la esposa comenta: «¿Cómo puede suceder esto con la ayuda que les damos?». Le suben a bordo y, conforme avanzan, tirarán su ropa andrajosa por la ventana para sustituirla por la más flamante de sus hijos. Unos curas peregrinos que caminan por la carretera exclaman «¡Estos americanos están locos!» antes de arremolinarse alrededor de la ropa para ver si les sirve algo. Todo muy inocuo desde una perspectiva actual, pero que debió de resultar muy atrevido en su momento. Ni así consigue despegar la película.
El proceso de postproducción no anduvo exento de polémica, ya que coincidió con la dimisión de Gutiérrez Maesso de su puesto en Uninci, lo que provocaría un dislate organizativo. Muñoz Suay mantenía informado a Pellegrini con un indisimulado rencor:
… se separa de nosotros por muchas razones (unas abiertas y otras ocultas). Se separa de Uninci y de algo más, claro, de nuestra amistad. […] Pepe no era nada y nosotros le hemos sacado de la nada, le hemos hecho gerente de una empresa y le hemos enseñado mundo, ya que él desconocía totalmente el mundo del cinema de París y Roma.20
Pero una vez Uninci cobró la subvención por parte española (algo más de un millón de pesetas tras la calificación de la película), se desentendió de la distribución nacional dejándola en manos de Mercufilms, una filial de Mercurio Films, también firmante de la coproducción. La película se estrenó en España sin ningún problema censor en el cine Callao de Madrid el 23 de junio de 1958, donde permanecería cuarenta y dos días en cartel, y en Barcelona el 7 de septiembre, con apenas una semana de exhibición, antes de pasar a distribuirse en provincias. Muñoz Suay argumentaba con Pellegrini los motivos del fracaso de la película en Barcelona: «Atribuyen los de Mercurio lo que ellos llaman sorpresa, a que el diálogo es excesivamente popular (como sabes en la versión española he intentado dulcificar el diálogo italiano, aún con perjuicio para la película)».21 Parecería que uno de los mayores aciertos del film no fue bien digerido por un público acostumbrado a los cánones del doblaje convencional, salvo que Muñoz Suay se refiriera a imposiciones censoras. Sin embargo, su estreno en Valencia era recibido muy positivamente:
… el «film» que ha dirigido con notable dignidad Glauco Pellegrini –teniendo como colaborador español en su tarea a Ricardo Muñoz Suay, que ya en otras ocasiones nos ha demostrado su inteligencia para el desarrollo cinematográfico– está dentro de esa línea de decoro artístico. La cinta, en blanco y negro, tiene una fotografía excelente y una adecuada realización en la que hay que destacar al pequeño Eduardo Nevola, al que ya vimos en aquella cinta titulada El ferroviario. La labor de este pequeño actor es exhaustiva. Sobre sus hombros descansa la película, y hay que reconocer que con él triunfa el «film». Expresivo y simpático, sin sofisticaciones, con la verdad de sus ocho años, este niño es un actor de cuerpo entero.
… Hay que destacar, en su papel de director del teatro de marionetas