español:
El uruguayo Jaime Prades, procedente de Sono Film, trabajaba para Cesáreo González cuando se incorporó como ayudante de producción al rodaje en Denia de la primera película de Bronston en España, El capitán Jones.1 Bronston lo fichó como vicepresidente primero, y Prades manejó la compra, robo, o como lo se le quiera llamar, de los derechos de El Cid. No solo eso; incluso bloqueó el proyecto de Ángel Picazo para rodar una Doña Jimena en tono realista con guión de Joaquín Jordá, Francisco Regueiro y Mario Camus, con Aurora Bautista de protagonista, simplemente para que su Cid no tuviera competencia.2
La connivencia de las autoridades españolas con respecto a este último proyecto queda confirmada por Heredero (1993: 110) en su imprescindible libro sobre el cine español de aquella época:
Ni siquiera la aprobación final de la recelosa academia [de la Historia española], en cambio, resulta suficiente para que la censura se decida después a autorizar el rodaje [de Doña Jimena]. Mientras tanto, eso sí, El Cid recibe la calificación de «Interés Nacional» para España pese al carácter inequívoco de su nacionalidad íntegramente americana.
Con este asunto de fondo, en enero de 1960 Cesáreo González organiza una itinerante Semana del Cine Español en varios países latinoamericanos e invita a Rabal a unirse a otros profesionales que les esperaban allí: Fernando Rey, Laura Valenzuela, Luis García Berlanga y José Luis Dibildos, a quienes después se añadirían Emma Penella y Analía Gadé. Rabal acepta, y a los pocos días aterriza en la primera estación de la gira, Buenos Aires, donde empieza a ser consciente del peso que tiene Suevia Films:
Cesáreo dice y presume de que él es el que lleva y organiza todo esto de las Semanas del Cine Español. Aunque no sé hasta qué punto será verdad, más me inclino a creerlo, porque es el único que se mueve por estos países y da circulación a sus películas y, ¿cómo no?, a su nombre.3
Rabal aprovecharía su estancia allí para conocer a Roa Bastos, con quien habló sobre el proyecto de adaptación cinematográfica de Hijo de hombre, que ya se encontraba bajo el control del productor español que organizaba la gira.
La segunda estación era Chile, desde donde Rabal volvía a escribir a su mujer con ya suficiente conocimiento de causa sobre el impacto del cine español en Latinoamérica y su propia repercusión como actor:
Desgraciadamente, en todos los sitios que hemos recorrido el cine español se desconoce exceptuando las películas de Sarita Montiel y de Joselito. Películas mías se conocen las que he hecho en Italia: La Civetta, Squarcio, Jerusalem,4 Tal vez mañana, que en Santiago la ponen con el título de El hombre del pantalón corto.5
La explicación se podía encontrar en el hecho de que Saeta del ruiseñor (1957), El ruiseñor de las cumbres (1958), Escucha mi canción (1958) y El pequeño coronel (1959), películas vehiculares de Joselito, todas dirigidas por Antonio del Amo, habían sido producidas por Cesáreo González, así como la audazmente titulada Aventuras de Joselito en América (René Cardona, 1960), que estaba a punto de estrenarse. Y por lo que respecta a Sara Montiel, después del boom internacional de Yuma (Run of the Arrow, Samuel Fuller, 1957) y de las exitosas El último cuplé (Juan de Orduña, 1957) y La violetera (Luis César Amadori, 1958), Suevia Films distribuyó Carmen la de Ronda (Tulio Demicheli, 1959) y produjo Mi último tango (Luis César Amadori, 1960). La pericia comercial del productor era incuestionable, así como el mimo con el que trataba a sus estrellas. Rabal podía volver a considerarse una de ellas, según la siguiente carta que le enviaba a su esposa:
Ha estado muy amable y hemos quedado en que él escribirá a su administrador, ALCALÁ, diciéndole que te entregue lo que necesites. Yo le he dicho que será alrededor de unas 100.000 ptas. Él, Cesáreo, ya días atrás, me ofreció que si necesitaba lo que fuese, se lo pidiera, «pues yo –añadió– te tengo mucho cariño. Más de lo que tú te crees y soy muy amigo de mis amigos». Se lo agradecí. Así me quedo más tranquilo, pues como os decía estoy francamente preocupado sin saber cómo os arregláis.6
Esa generosidad, en cualquier caso, le salía a cuenta. Cesáreo González ya había rubricado en Buenos Aires el acuerdo con Sono Film para que, siete meses después, Demare le diera la primera vuelta a la manivela de la cámara para rodar la adaptación del texto de Roa Bastos con Rabal de protagonista. Por otra parte, la preocupación económica del actor tenía su origen en una hepatitis contraída poco tiempo antes que había frustrado su participación en la película italiana Cavalcata selvaggia (Piero Pierotti, 1960), considerada el primer spaghetti-western de la Historia del cine, y que le había tenido temporalmente fuera de combate con la consiguiente merma de ingresos. Asunción Balaguer recuerda aquella situación:
Cesáreo nos hizo un gran favor. Tuvimos hepatitis los dos, y Paco tuvo que renunciar a Cavalcata selvaggia. El niño también se puso enfermo, y había que darle penicilina. Cesáreo vio que Paco estaba triste, y le dijo que fuese yo a las oficinas de Suevia y pidiera lo que necesitara; con 25.000 pesetas fue suficiente. ¡Fíjate si le hizo bien irse con Cesáreo!7
Estas apreturas económicas serían el pretexto argumentado para que, aprovechando una nueva parada del viaje promocional, ahora en México, Rabal negociara y aceptara a toda velocidad el papel protagonista de una película en las antípodas comerciales de la que ya se había firmado en Buenos Aires:
Así, ayer cuando llegó la delegación, ya tenía yo mi contrato en el bolsillo que de otro modo, con el día que hoy nos esperaba de invitaciones, no me hubiera dado lugar a arreglarlo. Esta película se llama Azahares rojos, y está inspirada en la novela de Caballero Audaz8 Mi mujer es una frívola. Es una especie de novela rosa con piscinas, casas elegantes, Acapulco, campos de tenis y carreras de caballos.
Aquí Nazarines no se hacen todos los días y, dentro de la producción nacional, es película de categoría con un buen director, Crevenna (el mismo de Orquídeas para mi esposa), y con un buen reparto con una actriz que es la más pujante ahora de las estrellas mexicanas: Teresa Velázquez. Es una muchacha muy joven, 17 años, y muy bonita.9
Este melodrama no tendría nada que envidiar en superficialidad a las películas de Sara Montiel y Joselito que Rabal tanto denostaba, pero para su productor, el mexicano Alfredo Rosas Priego, era un auténtico lujo contar con el actor que había deslumbrado a su país un par de años antes con Nazarín. Y entre mucho lujo discurriría la película, rodada en distinguidos exteriores de Acapulco con todos estos elementos enumerados por Rabal, y con una dirección artística obsesionada por combinar colores estridentes que deslumbraran al espectador ante tanto glamour.
La película comienza con unos interminables títulos de crédito en rojo carmesí, durante los cuales vemos a Arturo Gómez (Rabal) pilotar un bólido del mismo color en una carrera automovilística que acaba en accidente al evitar el atropello de un espectador que se le cruza. En la siguiente escena le vemos sentado al frente de su empresa conversando con su hermano Enrique (Héctor Godoy), cuyo acento mejicano contrasta estruendosamente con la dicción española de Rabal, por mucho que este incluya en sus líneas de diálogo léxico como «carro» y «manejar» en lugar de «coche» y «conducir». Comentan que la familia Carvajal regresa a México desde España, a donde emigraron con motivo de la revolución de 1910. Enrique recogerá