John D. Sanderson

Sed de más


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Y todos los secundarios, junto al pequeño actor, el simpático «panecillo», dan una buena medida de su arte interpretativo.22

      El contraste entre la referencia positiva a Muñoz Suay y la decididamente demoledora hacia Rabal, único aspecto negativo en toda la crítica, podía fundamentarse en que, a pesar de que ya se conociera extraoficialmente la subversiva afinidad ideológica entre ambos, Muñoz Suay era valenciano y estaba bien relacionado, por lo que aún podía contar con una cierta benevolencia por parte de la prensa local. Rabal, sin embargo, tendría que acostumbrarse a este tipo de ataques frontales por parte de sectores mediáticos nacionales que, lejos de amedrentarle, podrían haberle encorajinado. No hay constatación documental de cuándo se afilió al Partido Comunista Español por obvias razones de seguridad, pero cotejando distintas fuentes de información que lo sitúan entre el regreso de Rabal de México tras rodar Sonatas/Las aventuras del marqués de Bradomín (Juan Antonio Bardem, 1959) para Uninci y la convocatoria de la Huelga Nacional Pacífica el 18 de junio de 1959, el hecho se puede situar entre abril y mayo de aquel año, y sí existe la certeza, tal y como recuerda Rabal (Iglesias, 1999: 167), de que «me afilié en casa de Bardem, con Jorge Semprún como testigo, pero no me dieron el carnet porque estaba prohibido». También estuvo presente Muñoz Suay.

      Tal vez mañana no respondió a las expectativas creadas, pero para Rabal fue el inicio de una vinculación muy fructífera con Uninci, ya que protagonizaría sus cuatro películas siguientes. Por lo que respecta a Muñoz Suay, artífice directo de tantas iniciativas en las que confluyeron cine e ideología, abandonaría desengañado la productora y el partido tres años después, decisión que levantó una gran polvareda y aún hoy se recuerda con disparidad de opiniones. Bodegas afirma que no fue un abandono, sino una expulsión:

      Santiago Carrillo siempre guardó la independencia del partido frente a la Unión Soviética. De una reunión oficial en mi casa en París, a la que yo no acudí, se salió con la decisión de la expulsión de Muñoz Suay. Luego vendría la de Semprún, que viví en primera persona, ya que tenía su casa cerca de la mía y estaba hecho polvo. Con él se expulsó a Claudín, y entonces se fue mucha gente, como Javier Pradera. Eso sí, siempre fue una decisión democrática la de apartar a un camarada.

      Ahí quedaba esa declaración de principios de Muñoz Suay en el año 1965; en capítulos sucesivos revisaremos su vínculo profesional y personal con Rabal en Uninci y también con posterioridad. Pero ahora retomamos la relación entre Rabal y Giuliano Montaldo donde la habíamos dejado, precisamente en el último día de rodaje de Prisionero del mar en la antigua Yugoslavia, tal y como recuerda el director italiano:

      Montaldo llevaba años barajando la adaptación cinematográfica de Tiro al piccione, novela semiautobiográfica escrita en 1953 por Giose Rimanelli sobre su experiencia en la defensa del último reducto del dictador Mussolini al norte de su país, la República Social Italiana, peyorativamente conocida como República de Saló. El alter ego de Rimanelli en la novela, Marco Laudato, era un camisa negra que acabaría abandonando el fascismo abrazado hasta entonces, personaje en el que quisieron verse reflejados muchos seguidores de la Democracia Cristiana que, por delegación, purgaban su mala conciencia fascista, así que su publicación fue un éxito de ventas. Tampoco desagradó a una izquierda italiana que se sentía traicionada por las fuerzas aliadas, principalmente Inglaterra y Estados Unidos, que, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, encumbraron a esa Democracia Cristiana compuesta por muchos de los fascistas a los que habían combatido poco tiempo antes.

      Cuando Montaldo habló con Rabal durante el rodaje de Prisionero del mar le propuso interpretar el papel de Elia, el mentor que asesora a Marco cuando llega a Saló, cuya propia convicción ideológica se resquebrajará conforme comprueba la tendencia del régimen a proteger exclusivamente sus propios intereses. Para Rabal, interpretar a un fascista que genera simpatías en el espectador una vez reniega de sus principios era todo un reto, viniendo de donde venía, en una película con un trazo político aún más complejo que el de Prisionero del mar. Al principio se mostró reacio, pero Montaldo logró convencerle para que aceptara la propuesta, que quedaría aparcada por Rabal como tantos otros proyectos que podrían o no materializarse. Y tuvo que ser precisamente durante el rodaje de Viridiana en Toledo cuando Rabal recibió un telegrama de Montaldo requiriendo su presencia para empezar a filmar Tiro al piccione. El actor no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de seguir avanzando en su trayectoria internacional, y le pidió a Buñuel que reajustara sus jornadas de trabajo para poder marchar a Italia. Este accedió, e incluso se prestó a rodar planos de Rabal de una escena crucial, aún sin filmar, para que pudiera partir anticipadamente, sin que Rabal pareciera ser consciente de que dejaba atrás la que probablemente haya sido la película más importante de la historia del cine español.

      Será una estupenda película y estoy muy contento de haberla aceptado. En esta zona se desarrollarán los hechos más vivos de la guerra partisana, o sea la «resistenzza». El otro día hubo una asamblea donde el capitán de ellos, los partisanos, habló a su gente y presentó a Giuliano, que les explicó lo que querrá hacer en la película, su intención y su propósito. Estaban los partisanos inquietos por si se adulteraban los hechos en una película fascista o conformista. Al conocer por boca de Giuliano su argumento y su intención, respiraron más tranquilos y aplaudieron. Habló también el más viejo de los partisanos, todo un personaje popular, inteligente, gracioso y con una dignidad mezcla de poesía y de buen sentido cuando hablaba, que me conmovió. Me recordó a papá por su inteligencia natural y campesina.

      Esta espeluznante anécdota entre un figurante y el familiar de un partisano puede dar una idea de cómo la cainita historia relatada en novela y película aún no había cicatrizado en algunos segmentos de la sociedad italiana.

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      Marco Laudato (Jacques Charrier) y Elia (Rabal) discuten en Tiro al piccione.

      La estructura narrativa de la película es efectiva. Empieza con imágenes documentales de noticiarios que aportan una visión negativa del momento histórico en el que se produce