Anthony Trollope

El doctor Thorne


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compras que habría sentido Beatrice, sino con buen juicio. Compró cosas costosas, pues su esposo iba a ser rico y quería aprovecharse de su riqueza. Compró cosas que estaban de moda, pues quería vivir en un mundo moderno, pero compró cosas buenas y fuertes y duraderas, que valían lo que costaban.

      Augusta Gresham había notado pronto en la vida que no tendría éxito ni como heredera ni como belleza, y que no podría brillar por su inteligencia. Por tanto, recurrió a las cualidades que tenía y decidió triunfar en el mundo como una mujer de carácter y útil. Lo que tenía era la sangre. Teniéndola, haría lo que en ella estuviera por aumentar su valor. Si no la poseyera, habría sido, a su juicio, la más vana de las pretensiones.

      Cuando Mary entró, discutían los preparativos de la boda. Decidían el número y los nombres de las damas de honor, los vestidos, las invitaciones. Aunque Augusta era sensata, no ignoraba estos detalles femeninos. En realidad le preocupaba que saliera bien la boda. Le avergonzaba un poco el hijo del sastre y, por tanto, ansiaba que las cosas brillaran lo más posible.

      Acababan de escribir los nombres de las damas de honor en una tarjeta cuando Mary entró en la habitación. Estaban Lady Amelia, Rosina, Margaretta y Alexandrina, como es natural, al frente. Luego venían Beatrice y las gemelas. Luego la señorita Oriel, quien, aunque sólo fuera la hermana del párroco, era persona de importancia, de buena cuna y de fortuna. Después había habido una larga discusión acerca de si debía haber alguien más o no. Si debía haber alguien más, debían ser dos. La señorita Moffat había expresado su deseo directo de ser dama de honor y Augusta, aunque habría prescindido de ella, apenas sabía cómo rehusar. Alexandrina —esperamos que se nos permita omitir el «lady» en beneficio de la brevedad, sólo en esta escena—, no quería ni oír hablar de petición tan irracional. «Ninguna de nosotras la conoce, como sabéis y no sería nada cómodo». Beatrice abogó por la aceptación en el grupo de la futura cuñada. Tenía sus motivos: le apenaba que Mary Thorne no estuviera entre el número de damas y, si aceptaban a la señorita Moffat, a lo mejor Mary podría ser su pareja.

      —Si aceptamos a la señorita Moffat —dijo Alexandrina—, también tenemos que contar con la pequeña Pussy y creo de verdad que Pussy es demasiado pequeña. Traerá problemas.

      Pussy era la menor de las señoritas Gresham. Sólo tenía ocho años de edad y su nombre real era Nina.

      —Augusta —dijo Beatrice, hablando con cierto titubeo, con cierto aire de duda, ante la alta autoridad de su noble prima—, si aceptas a la señorita Moffat, ¿te importaría pedirle a Mary Thorne que se uniera al grupo? Creo que a Mary le gustaría, porque Patience Oriel va a ser una de las damas y nosotras conocemos a Mary desde mucho antes.

      Entonces habló claro Lady Alexandrina.

      —Beatrice, querida, si piensas lo que pides, estoy segura de que verás que no, que no, en absoluto. La señorita Thorne es una muchacha encantadora, te lo aseguro y, de verdad, por lo poco que la conozco tengo buen concepto de ella. Pero, al fin y al cabo, ¿quién es? Mamá, lo sé, cree que Arabella se ha equivocado permitiéndole estar aquí tanto y...

      Beatrice se puso muy roja y, a pesar de la dignidad de su prima, estaba dispuesta a defender a su amiga.

      —Fíjate que no digo nada en contra de Mary Thorne.

      —Si yo me caso antes que ella, ella será una de mis damas de honor —dijo Beatrice.

      —Probablemente esto dependerá de las circunstancias —dijo Lady Alexandrina. Creo que no puedo hacer que mi cortés pluma prescinda del título—. Pero Augusta se encuentra en una situación muy peculiar. El señor Moffat no es, como sabes, de noble cuna y, por tanto, ella debería cuidar que todas las que la acompañen hayan nacido en buena cuna.

      — Entonces no puedes contar con la señorita Moffat —dijo Beatrice.

      —No, no contaría con ella si lo pudiera evitar —contestó la prima.

      —Pero los Thorne son tan buena familia como los Gresham —dijo Beatrice. No se atrevió a decir que como los De Courcy.

      —Me atrevo a decir que sí y, si fuera la señorita Thorne de Ullathorne, es probable que Augusta no tuviera nada que objetar. Pero, ¿me puedes decir quién es la señorita Mary Thorne?

      —Es la sobrina del doctor Thorne.

      —Querrás decir que así se la conoce, pero ¿sabes quién es su padre o su madre? Yo debo confesar que no lo sé. Mamá lo sabe, creo, pero...

      En ese momento se abrió con suavidad la puerta y Mary Thorne entró en la habitación.

      Puede deducirse con facilidad que, mientras Mary saludaba, las tres damas se sintieron incómodas. Sin embargo, Lady Alexandrina se recobró con rapidez y, con su inimitable presencia de ánimo y gracia de modales, pronto expuso la cuestión de forma adecuada.

      —Estábamos hablando del matrimonio de la señorita Gresham —dijo—. Estoy segura de que puedo mencionar a una conocida de hace tanto tiempo como la señorita Thorne que se ha fijado el uno de septiembre como fecha de la boda.

      ¡Señorita Gresham! ¡Una conocida de hace tanto tiempo! Mary y Augusta Gresham habían pasado las mañanas juntas en la misma clase, durante años, apenas sabemos decir cuántos; se habían peleado y reñido; se habían ayudado y besado, y habían sido como hermanas la una con la otra. ¡Conocida!

      Beatrice sintió que los oídos le chirriaban e incluso Augusta se avergonzó un poco. No obstante, Mary sabía que estas palabras frías habían venido de una De Courcy y no de una Gresham y, por tanto, no se ofendió.

      —¿Así que ya está decidido, Augusta? —preguntó—. ¿El uno de septiembre? Te deseo felicidad con todo mi corazón.

      Y acercándose, abrazó a Augusta y la besó. Lady Alexandrina no pudo evitar pensar que la sobrina del médico pronunció la felicitación como si fuera una igual, como si tuviera padre y madre.

      —Hará un tiempo delicioso —prosiguió Mary—. Septiembre y principios de octubre son la época del año más bonita. Si me fuera de luna de miel, es justo la época del año que escogería.

      —Ojalá sea así, Mary —dijo Beatrice.

      —Para mí no será así hasta que encuentre a alguien decente con quien ir de viaje de novios. No me moveré de Greshamsbury hasta que tú te hayas ido antes que yo. Y ¿dónde iréis, Augusta?

      —Aún no le hemos decidido —dijo Augusta—. El señor Moffat habla de París.

      —¿Quién habla de ir a París en septiembre? —preguntó Lady Alexandrina.

      —Y ¿quién es un caballero para decir algo al respecto? —dijo la sobrina del médico—. Claro que el señor Moffat irá donde tú quieras llevarle.

      A Lady Alexandrina no le gustaba el modo en que la sobrina del médico se atrevía a hablar, sentarse y comportarse en Greshamsbury, como si estuviera a la altura de las jóvenes damas de la familia. Que Beatrice lo permitiera no le sorprendía, pero esperaba que Augusta hubiera mostrado mejor juicio.

      —Estas cosas requieren cierto tacto en su organización, cierta delicadeza cuando hay intereses en juego —dijo—. Estoy de acuerdo con la señorita Thorne en creer que, en circunstancias corrientes, con gente corriente, quizás la dama debería salirse con la suya. El rango, sin embargo, tiene sus inconvenientes, señorita Thorne, además de sus privilegios.

      —No tengo nada en contra de los inconvenientes —dijo la sobrina del médico— si son de alguna utilidad, pero me temo que no lograría llevarme bien con los privilegios.

      Lady Alexandrina la miró como si no fuera del todo consciente de si intentaba ser impertinente. En realidad, Lady Alexandrina se hallaba a oscuras al respecto. Era casi imposible, era increíble, que alguien sin padre y madre como era la sobrina del médico fuera impertinente con la hija de un conde de Greshamsbury, al ver que la hija del conde era la prima de las señoritas Gresham. Aun así Lady Alexandrina apenas sabía qué otra interpretación dar a las palabras que acababa de oír.