Anthony Trollope

El doctor Thorne


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nadie mejor que ellas y, por consiguiente, Lady Alexandrina decidió retirarse cuanto antes a su propia habitación.

      —Augusta —dijo, levantándose con lentitud de la silla y con serenidad majestuosa—, es casi la hora de arreglarse. ¿Vienes conmigo? Tenemos mucho que hacer, como bien sabes.

      Y salió con rapidez de la habitación. Augusta, diciendo a Mary que la vería a la hora de la cena, salió rápida —no, trató de salir rápida— tras ella. La señorita Gresham había tenido grandes ventajas, pero no había sido criada en Courcy Castle y no podía imitar el estilo Courcy de salir con rapidez.

      —Bueno —dijo Mary mientras se cerraba la puerta tras el roce de la muselina de los vestidos de las damas—. Bueno, me he ganado un enemigo para siempre, o, a lo mejor, dos. Pues qué satisfacción.

      —¿Y por qué lo has hecho, Mary? Cuando emprendo la batalla a tus espaldas, ¿por qué vienes y lo estropeas todo haciendo que a toda la familia De Courcy no les gustes? En asuntos como éste, van todos a la par.

      —Estoy segura de ello —contestó Mary—. Es otra cuestión si todos se muestran unánimes en lo concerniente al amor y la caridad.

      —Pero ¿por qué haces enfadar a mi prima, tú, que tienes tanto juicio? ¿No te acuerdas de lo que decías el otro día sobre lo absurdo de combatir las pretensiones que la sociedad sanciona?

      —Lo recuerdo, Trichy, lo recuerdo. No me riñas. Es mucho más fácil predicar que practicar. Desearía tanto ser clérigo.

      —Pero la has herido, Mary.

      —¿Ah sí? —dijo Mary, arrodillándose en el suelo a los pies de su amiga—. Me humillo. Si paso de rodillas toda la tarde en un rincón; si agacho el cuello y dejo que todos tus primos y luego tu tía lo pisoteen, ¿no sería suficiente como expiación? No tendría inconveniente en ponerme un vestido de penitente y comer un poco de ceniza, o, al menos, lo intentaría.

      —Sabes que eres inteligente, Mary, pero creo que estás loca. Ya lo creo.

      —Estoy loca, Trichy, lo confieso y no soy inteligente, pero no me riñas; ya ves cuánto me humillo. No sólo me humillo sino que me empestillo, lo cual está en grado comparativo o superlativo. A lo mejor hay cuatro grados: humillarse, empestillarse, emborrullarse y grillarse. Entonces, cuando se está encima de la suciedad a los pies de alguien, quizás la gente importante no querrá que uno se incline más.

      —¡Oh, Mary!

      —¡Oh, Trichy! No me estarás diciendo que no hable delante de ti. A lo mejor querrías ponerme el pie en el cuello.

      Entonces agachó la cabeza sobre el escabel y besó el pie de Beatrice.

      —Me gustaría, si me atreviera, ponerte la mano en la mejilla y darte una bofetada por ser tan gansa.

      —Hazlo, hazlo, Trichy. Puedes pisarme, abofetearme o besarme. Lo que quieras.

      —No puedo decirte lo contrariada que estoy —dijo Beatrice—. Querría organizar algo.

      —¡Organizar algo! ¿El qué? ¿Organizar el qué? Me encanta organizar cosas. Me enorgullezco de ser una gran organizadora en cuestiones femeninas. Me refiero a ollas, cacerolas y cosas por el estilo. Está claro que no me refiero a gente extraordinaria y circunstancias extraordinarias que requieren tacto, delicadeza, inconvenientes y esas cosas.

      —Muy bien, Mary.

      —Pues no está tan bien. Está muy mal si me miras así. Bueno, ya no hablaré de la sangre noble de tus nobles parientes ni en broma ni en serio. ¿Qué hay que organizar, Trichy?

      —Quiero que seas una de las damas de honor de Augusta.

      —¡Santo cielo, Beatrice! ¿Estás loca? ¡Cómo! ¡Ponerme, aunque sólo sea por una mañana, a la misma altura del noble linaje de Courcy Castle!

      —Patience será una de ellas.

      —Pero eso no es razón para que Impatience sea otra, y me sentiría muy impaciente con tales honores. No, Trichy, bromas aparte, ni lo pienses. Ni siquiera aunque Augusta quisiera, yo rehusaría. Me siento obligada a rehusar. Yo, también sufro por el orgullo, un orgullo tan imperdonable como el de los demás. No podría estar junto a tus cuatro primas detrás de tu hermana en el altar. En ese firmamento, ellas serían las estrellas y yo...

      —¡Pero Mary, todo el mundo sabe que tú eres más bonita que ellas!

      Y Mary volvía a experimentar ese sentimiento de orgullo indomable, de antagonismo hacia el orgullo de los demás. En momentos de calma era la primera a quien acusar por ese defecto.

      —A menudo dices, Mary, que esa clase de arrogancia debería despreciarse y pasarse por alto.

      —Así debería ser, Trichy. Te digo como el cura que no envidies a los ricos. Pero, aunque el cura te lo diga, a él no le preocupa menos hacerse rico.

      —Personalmente deseo que seas una de las damas de honor de Augusta.

      —Y yo personalmente deseo rechazar tal honor, honor que ni se me ha ofrecido ni se me ofrecerá. No, Trichy. No seré dama de honor de Augusta, pero... pero... pero...

      —¿Pero qué?

      —Pero, Trichy, cuando se case otra persona, cuando se haya construido una nueva ala de la casa que sabes...

      —Bueno, Mary, contén la lengua o sabes que me enfadaré.

      —Me gusta tanto verte enfadada. Cuando llegue ese momento, cuando tenga lugar esa boda, entonces seré dama de honor, Trichy. ¡Sí! Aunque no se me invite. ¡Sí! Aunque todos los De Courcy de Barsetshire me pisoteen y me eliminen. Aunque sea polvo entre las estrellas, aunque me arrastre entre el satin y los lazos, ahí estaré, cerca, cerca de la novia, para sujetarle algo, para acariciarle el vestido, para sentir que estoy al lado de ella, para... para... —y abrazó a su compañera y la besó una y otra vez—. No, Trichy, no seré dama de honor de Augusta. Esperaré la hora propicia para ser dama de honor.

      No repetiremos las protestas que hizo Beatrice contra la probabilidad de tal suceso. Transcurría la tarde y las damas también tenían que vestirse para la cena, para hacer los honores al joven heredero.

      [1] Hakin ben Allah Mokanna, fundador en el siglo XVIII de una secta arábiga, llevaba un velo que le cubría el rostro, desfigurado en una batalla.

      [2] Hija de Giaffer, pachá de Abydos, en La novia de Abydos (1813) de Byron.

      Hemos dicho que, entre los reunidos en la casa, habían ido a la cena de Greshamsbury con motivo del cumpleaños de Frank, los Jackson de Grange, que consistían en el señor y la señora Jackson, los Bateson de Annesgrove, verbigracia, el señor y la señora Bateson y la señorita Bateson, su hija, una dama soltera de unos cincuenta años, los Baker de Mill Hill, padre e hijo, y el señor Caleb Oriel, el rector, con su bella hermana, Patience. El doctor Thorne y su sobrina Mary constan entre los reunidos en Greshamsbury.

      No había nada excepcional en el número de invitados que asistían en honor del joven Frank, pero él, tal vez, debía participar más en el desarrollo de la fiesta para convertirle en héroe, cosa que no habría sucedido si medio condado hubiera estado allí. En tal caso, la importancia de los invitados habría sido tan grande que Frank habría cumplido con un discurso o dos, pero ahora tenía que entablar conversación con cada uno y eso le parecía un trabajo agotador.