de un proceso de vida que actúan de forma orgánica. Después, cuando el proceso de vida se ha realizado, mantiene también de forma inconmovible la visión orgánica de conjunto de la estructura íntegra. Tienen que perdonarme si lo expreso ahora de forma un poco abstracta, enseguida lo explicaré.
¿Qué se entiende por pensar orgánico? Lo contrario es el pensar mecánico, mecanicista. Reflexionen ustedes mismos qué quiere decir todo esto. Pensar orgánico: yo pienso siempre en un organismo, en cierto sentido siempre en círculo y nótese que digo «en cierto sentido». El pensar femenino está por naturaleza predispuesto de esa manera. En cambio, el pensar masculino —como hemos dicho a menudo en el pasado— es un peculiar pensar por bloques: un bloque se agrega a otro bloque; ese modo de pensar puede tornarse problemático si no se amplía hacia un pensamiento circular. Pero en cualquier caso ya sabemos —eso supongo en todo caso— lo que tenemos que entender cuando hablamos de pensar orgánico.
¿Y qué efectos tiene esta manera de pensar orgánica? Presupone que mantenemos siempre una estructura orgánica integral. Y quiero aplicar esto enseguida al caso que estamos tratando. ¿En qué estructura nos estamos moviendo ahora? Poco a poco ya lo vamos sabiendo. Las formas de expresarlo pueden cambiar, pero el asunto al que se refieren es el mismo: aquí se trata de la disposición fundamental del movimiento del padre; en última instancia se trata de la actitud o corriente Victoria Patris. Naturalmente, ahora podría separar la corriente del Padre entera tal y como la conocemos de todas las demás cosas que resuenan con ella. Ese peligro no se da hoy entre nosotros, pero en el pensar moderno sí que existe el enorme peligro de permanecer detenido en un punto y olvidar todo lo que con él resuena.
Dicho a la manera del pueblo sencillo: supongamos que antes cuando hablábamos del ideal personal —o sea hace ya mucho, mucho tiempo, cuando nos ocupamos por primera vez o en los primeros tiempos de ese tema, solíamos utilizar a menudo una imagen. Dicha imagen debía señalarnos que en última instancia todos estamos en condiciones de reproducir todos nuestros ideales con una sola palabra. En aquel entonces utilicé como imagen un dispositivo peculiar, se lo llama «armonista». Tenemos el armonio y el armonista. ¿Cómo está construido el armonista? Tenemos dos teclados: uno arriba y otro abajo. En el teclado de arriba, el del armonista, se encuentra el tono fundamental y en el de abajo, el del armonio, está el acorde que debe relacionarse con el tono fundamental. Por lo tanto, si no sé tocar, si debo hacerlo ya mismo y tengo delante un «armonista», solo necesito tocar con él cada tono fundamental —y en realidad eso puede aprenderse fácilmente—. ¿Qué otro sonido resuena con el fundamental? ¡El acorde! ¿Comprenden lo que quiero decir con eso? Ahí tienen una estructura orgánica integral.
Voy a construir un caso hipotético: podría haber una situación en la que todos dijéramos: mi ideal personal es «padre». ¿Qué presupone eso? Con la palabra «padre» tiene que resonar todo el acorde. ¿Y qué acorde es el que resuena con ella? Y se requiere un tiempo hasta que en la vida concreta yo haya establecido una relación entre la palabra «padre» y toda la originalidad que anida en mí. Pero la situación es clara. Como ven, suponiendo que así fuese, con unas palabras o con otras todos diríamos: nuestro ideal personal común, aunque suene extraño, es «padre». ¿Dónde está, entonces, la originalidad? Esta puede residir en el tinte de la imagen de padre y al mismo tiempo reside también en la originalidad del sonido que resuena con ella. ¿Ven lo que significa, lo que tiene que resonar aquí? ¿Cómo llegamos nosotros a la imagen del Padre, a la entrega al Padre? Hay estaciones, hay procesos de vida, hay acordes individuales que primero han tenido que ser tocados y ser relacionados lentamente con el padre Dios, con la imagen del Padre. Y ¿dónde han estado en nuestro desarrollo, por lo menos en general, los puntos que de alguna manera todos hemos tenido que encarnar? ¿Cuáles han sido esos puntos? Han sido la entrega a la Santísima Virgen, la entrega al Jesús, la entrega al Espíritu Santo. Entonces, ¿qué es lo que hay que mantener, lo que hemos de mantener? La integración, la estructura integral. En realidad, nunca debemos separar el amor al Padre del amor a la Santísima Virgen, nunca separarlo del amor a Cristo. Y percibirán ustedes incluso en qué tendría que consistir próximamente nuestra tarea más central: en preocuparnos de que el acorde esté siempre como corresponde. Tenemos que cuidar de no pasar nunca por alto los diferentes acentos en nuestro desarrollo. ¿Cuáles son esos acentos? Son la imagen de María, la imagen de Cristo, la imagen del Espíritu Santo. ¿Puedo suponer que lo he formulado ya con suficiente claridad para nuestros fines?
Mucho depende de que después de haber alcanzado una cierta altura, no nos arriesguemos a dar un salto de Ícaro. Pero no tenemos por qué temer. No lo digo porque exista el temor de que mañana o pasado mañana suceda tal cosa, ¡para nada! Lo digo solamente para que ahora, después de haber alcanzado un cierto punto culminante mantengamos esa altura dentro del organismo íntegro. Ahora se podría examinar si no se habla demasiado del padre, de la paternidad y de la piedad en torno al Padre. Por ejemplo, un extraño podría escucharlo y entenderlo mal. Pero si se nos escucha con atención, notarán que la palabra «padre» como tono fundamental va siempre acompañada del acorde entero.
Y tenemos que prestar atención en primer lugar a que no constituye carencia alguna que, transitoriamente, el sentimiento hacia la Santísima Virgen se haya hecho más débil. Es algo normal. O de que el sentimiento hacia Jesús se haya hecho más opaco. Todo eso es pasajero, nada más. Solamente tenemos que cuidar de que lo que Cristo es para nosotros hoy y era ayer y anteayer no sea trasladado al Padre de manera unilateral. El gran ideal, el acorde completo tiene que estar siempre en orden.
El gran ideal —también para nosotros como directores espirituales—. No debemos actuar como uno de los nuestros, oriundo de Westfalia, de Paderborn, una figura marcial11 —es algo que he contado a menudo en el pasado; se dice, por lo demás, de mortuis nil nisi bene12—: este feliz de haber sido ordenado preguntaba enseguida en el confesionario:
— ¿Dónde se encuentra usted?
— Aquí.
— No, no, tiene que bajarse de ahí. ¡Amor a María!
Por supuesto eso es erróneo. Aquí ven ustedes el organismo entero. Lo que tenemos que hacer en nosotros mismos, tanto en la dirección espiritual como en la auto educación es escuchar siempre lo que late en el alma como punto de enlace vivo: eso mismo es lo que tenemos que mantener, alentar, desarrollar. Pueden estar seguros de que si el Espíritu Santo actúa en nosotros no tardará… ¿mucho?: pues sí, en realidad también puede tardar mucho, pero seguramente llegará el tiempo en que el organismo entero se replique con todo tipo de matices.
Por eso ¿de qué se trata? ¿Comprenden ahora lo que esto significa? ¡Integración de la idea del Padre!
Así pues, estamos hablando de la integración en el sentido de esta estructura integral, que debe verse siempre como una totalidad. Por supuesto eso no impide dejar que el Espíritu Santo haga resonar una vez este tono, otra vez ese otro y otra vez aquel otro. Si hemos reflexionado alguna vez por nuestra propia cuenta estos sencillos pensamientos y podemos mantenerlos, podremos conducirnos y gobernarnos a nosotros mismos en innumerables casos sin correr el peligro de extraviarnos en modo alguno.
Pero hay una segunda cosa que he dicho. Antes he mencionado también la ley de desarrollo orgánico. Creo que también en este punto puedo decir que las constantes a las que me refiero pueden considerarse de abajo a arriba o de arriba a abajo. Todos nosotros conocemos muy bien esas leyes. Permítanme enunciarlas rápidamente de una vez:
• la ley del desarrollo lento,
• la ley del desarrollo de dentro hacia fuera,
• y la ley del desarrollo de una totalidad orgánica a una nueva totalidad orgánica: un desarrollo simultáneo, pero no parejo.
No sé si debo explayarme ahora en el tema. En este momento se trata solamente de posibilitar una captación empática en el plano del sentimiento. Sin duda también aquí creo poder decir —más tarde podré hablar más extensamente al respecto— que ahora no se trata tan solo de adentrarse y crecer en el orden sobrenatural, sino también en el orden natural. La estructura integral de un hombre religioso abarca no solamente el plano sobrenatural, sino también de la forma más amplia el plano natural. ¿Qué significa esto en la práctica?