modo que recurrió a sus propios hijos, los titanes, para que la ayudaran. Tal como narra Hesíodo, la movía la angustia, por lo que les dijo claramente: «Hijos míos, tenéis un padre salvaje; si me escucháis podremos vengarnos de su malvado ultraje: fue él quien empezó a usar la violencia».1
Por lo tanto, la Teogonía de Hesíodo hace de la violencia de Urano contra sus propios hijos el mal inicial, que engendró la violencia subsiguiente. Fue el pecado original del dios padre celestial, que se repetiría en las siguientes generaciones.
Los titanes quedaron todos “presos del miedo” a su padre, salvo el más joven, Cronos (denominado Saturno por los romanos). Sólo Cronos respondió al grito de auxilio de Gea con estas palabras: «Madre, estoy dispuesto a llevar a cabo tu plan hasta el final. No respeto a nuestro infame padre, puesto que fue él quien empezó a utilizar la violencia».2
Armado con una hoz que le dio su madre y siguiendo el plan que ella había urdido, se acostó a esperar a su padre. Cuando Urano acudió para copular con Gea y se echó sobre ella, Cronos tomó la hoz, le cortó los genitales a su padre y los tiró al mar. Tras haber castrado a su padre, Cronos era entonces el dios más poderoso, que junto a sus hermanos, los titanes, gobernó el universo y creó nuevas deidades.
Cronos se casó con su hermana Rea, que, como su madre Gea, era una diosa terrestre. De su unión surgió la primera generación olímpica: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus.
Sin embargo, una vez más el progenitor patriarca –esta vez Cronos– intentó eliminar a sus hijos. Avisado de que estaba destinado a ser derrocado por su propio hijo y decidido a que eso no sucediera, se tragaba inmediatamente a cada uno de sus vástagos al nacer, sin tan siquiera comprobar si el recién nacido era varón o hembra. En total, se tragó tres hijas y dos hijos.
Rea, abatida por la pérdida de su descendencia y embarazada de nuev,o recurrió a Gea y a Urano para que la ayudaran a salvar al que todavía había de nacer. Sus padres le dijeron que fuera a Creta cuando llegara el momento de dar a luz y que engañara a Cronos envolviendo una piedra con pañales. Cronos, en su apresuramiento, se tragó la piedra, pensando que era su hijo.
Este último hijo, al que no pudo tragar, era Zeus, que efectivamente derrocó a su padre y se convirtió en el dios supremo. Educado en secreto hasta que fue adulto, Zeus recibió ayuda de Metis, una diosa preolímpica de la sabiduría y su primera consorte, para conseguir que Cronos vomitara a sus hermanos olímpicos. Con ellos como aliados derrotó a Cronos y a los titanes. La violencia había engendrado violencia durante tres generaciones.
Tras su victoria, los tres dioses hermanos, Zeus, Poseidón y Hades, se repartieron el universo entre ellos. A Zeus le tocó el cielo, a Poseidón el mar y a Hades el mundo subterráneo. Aunque se suponía que la tierra y el monte Olimpo eran un territorio compartido, Zeus extendió su poder sobre este territorio. (Las tres hermanas no tenían derechos de propiedad, lo cual es propio de la cultura patriarcal griega.)
A través de sus uniones sexuales, Zeus engendró la siguiente generación de deidades, así como a los semidioses, que fueron los héroes por antonomasia de la mitología. Mientras engendraba hijos activamente, él también, al igual que su padre había hecho, se sintió amenazado por la posibilidad de que uno de sus hijos le arrebatara el poder. Se había profetizado que Metis, la primera de sus siete consortes, daría a luz a dos hijos, uno de los cuales sería un niño que llegaría gobernar sobre dioses y hombres. Así que cuando se quedó embarazada, temiendo que se tratara de este hijo, la engañó para que se volviera muy pequeña y se la tragó para impedir que diera a luz. Al final, el niño resultó ser una niña, Atenea, que acabó naciendo de la cabeza de Zeus.
Los dioses celestiales como padres
Los dioses padre de la mitología griega poseen características similares a las de las deidades de todas las culturas patriarcales. Como imágenes o ideales, los dioses padre son poderosas divinidades masculinas que gobiernan sobre los demás. Son versiones eternas de los hombres de poder dentro de la cultura. Como tales, son figuras arquetípicas, cuya mitología, cuando se contempla metafóricamente, nos habla mucho de la psicología masculina.
Los dioses patriarcales son hombres autoritarios que viven en los cielos, en las cimas de las montañas o en el espacio: por ende, gobiernan desde arriba y a distancia. Esperan ser obedecidos y tener el derecho a hacer lo que les plazca mientras sean los dioses principales. Como dioses guerreros, su supremacía la consiguieron a través de derrotar a sus rivales y generalmente tienen celos de sus prerrogativas y exigen obediencia. Con todo su poder, temen que su destino sea ser derrotados por uno de sus hijos. Como padres, suelen ser antipaternales y expresan hostilidad hacia su descendencia.
En su esfuerzo por “enterrar” a sus hijos, Urano intentó reprimir su potencial impidiendo su crecimiento y que desarrollaran aquello para lo que habían sido creados. Cronos, al “tragarse” o “consumir” a sus hijos, intentó incorporárselos a sí mismo. Metafóricamente, así es como un padre evita que sus hijos crezcan para ser superiores a él o que puedan desafiar su posición o perder su fe en ellos. Los mantiene a la sombra, reticente a exponerlos a la influencia de la gente, de la educación o de los valores que ampliarían sus experiencias. Insiste en que no difieran de él ni se desvíen de los planes que él tiene para ellos. Si un hijo o una hija no puede actuar o pensar independientemente, no supondrá una amenaza. Un padre que consume la autonomía de sus hijos y su crecimiento padece lo que yo denomino el “complejo de Cronos”.
Zeus, por su parte, engañó a su esposa embarazada para que redujera su tamaño y así poder tragársela. Ella quedó reducida, perdió su poder y sus atributos fueron engullidos, al igual que el matriarcado fue engullido por el patriarcado, y los atributos, una vez asociados a la diosa, pasaron a identificarse con el dios. Esta reducción se parece al modo en que algunas mujeres cambian cuando se casan y se quedan embarazadas. Pierden su libertad de pensamiento y la autoridad que ejercían, a medida que se someten a maridos que con frecuencia encajan en el autoritario molde de Zeus.
Edipo: no era culpable
Tras saltarnos muchas generaciones, llegamos a la figura mitológica griega de Edipo, quien inconsciente de lo que estaba haciendo mató a su padre y se casó con su madre. Freud fundó el psicoanálisis basándose en su análisis de lo que denominó el complejo de Edipo, afirmando que este asesinato y matrimonio era el deseo inconsciente de todo hijo. Freud también reaccionó contra los hombres a quienes había hecho de mentor (como Jung y Adler, que desarrollaron ideas diferentes a las suyas y cuya posición podía algún día rivalizar contra la suya) como hijos edípicos de los que había que deshacerse. Cuando Jung le explicó un sueño que cataloga como el que le condujo a sus teorías de lo inconsciente colectivo, Freud estaba convencido de que representaba un deseo de muerte hacia él.3
Freud vio a Layo, el padre de Edipo, como una víctima inocente en su mito. Pero esta versión distaba mucho de ser cierta, como observa la psicoanalista Alice Miller.**
Layo era el rey de Tebas. Cuando acudió al oráculo de Delfos a preguntar por qué su esposa no le había dado hijos, el oráculo le respondió: «Layo, deseas un hijo. Tendrás un hijo. Pero el Destino ha decretado que perderás tu vida en sus manos… debido a la maldición de Pélope, a quien una vez le robaste a su hijo». Layo había cometido esta equivocación cuando era joven, cuando fue obligado a huir de su país y tuvo que pedir refugio al rey Pélope, que le acogió. Layo le pagó su amabilidad seduciendo a Crisipo, su hermoso y joven hijo, que después se suicidaría.
Layo primero intentó evitar ese destino viviendo separado de su esposa. Pero con el tiempo, a pesar de la advertencia, tuvieron relaciones sexuales y Yocasta dio a luz a un hijo. Por temor a la profecía, Layo decidió matar a su hijo recién nacido abandonándolo en las montañas; perforó sus tobillos y se los ató con una correa. Pero el pastor que había elegido para que le asesinara, se compadeció del inocente bebé, se lo entregó a otro pastor y regresó ante Layo