Jean Shinoda Bolen

Los dioses de cada hombre


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El pastor dio al niño, aquien puso el nombre de Edipo (“pies hinchados”, debido a las heridas en sus tobillos) a una pareja. Estos padres adoptivos le educaron y le dejaron creer que era su verdadero hijo.

      Ya de adulto, Edipo viajaba por la carretera que se dirigía a Beocia cuando llegó a una encrucijada. Allí había un carruaje con un anciano que esgrimía una aguijada hacia él y con la que le golpeó en la cabeza. Edipo, enfurecido por esta agresión infundada, devolvió el ataque con su cayado, derribando a su asaltante y matándolo. Tras este incidente continuó su viaje, sin imaginar siquiera que había hecho algo más que vengarse de algún plebeyo que había intentado herirle. Nada en la vestimenta o el aspecto del anciano delataba su noble ascendencia. Sin embrago, en realidad, era Layo, el rey de Tebas, su padre.

      Alice Miller señala la injusticia de culpar a Edipo:

      En la tragedia de Sófocles, Edipo se castiga a sí mismo arrancándose los ojos. Aunque no había tenido forma de reconocer a su padre en Layo; incluso aunque éste último había intentado matar a su hijo recién nacido y era responsable de esa falta de reconocimiento; aunque Layo fuera quien provocó la ira de Edipo cuando se cruzaron sus caminos; aunque Edipo no deseaba a Yocasta se convirtió en su esposo gracias a su inteligencia para resolver el acertijo de la esfinge, rescatando a Tebas de ese modo, e incluso aunque Yocasta, su madre, podía haber reconocido a su hijo por sus pies hinchados, hasta la fecha nadie parece haber objetado el hecho de que a Edipo se le cargara con toda la culpa.4

      Miller sigue observando que «siempre se ha dado por hecho que los hijos son responsables de lo que se les hace y se ha considerado esencial que, cuando los niños crecen, no sean conscientes de la verdadera naturaleza de su pasado».5

      El fracasado intento de Layo de matar a su hijo Edipo evoca los mitos griegos de los dioses padre del cielo que intentaron acabar con sus hijos. En cada caso, al igual que en la teoría psicoa-nalítica sobre el complejo de Edipo, el padre cree que el ser que acaba de concebir o el recién nacido quiere deshacerse de él, y por eso trata al bebé como si fuera su rival. Cronos y Zeus temían tener hijos que les hicieran lo que ellos habían hecho a sus padres; Layo temía que su hijo fuera un agente de castigo. En la mitología, la racionalización de los padres que intentan matar a sus hijos siempre es “debido a la profecía”. La versión psiquiátrica contemporánea sería “debido a una idea paranoica”. En la psicología junguiana se formularía como “debido a la proyección de la sombra” (que sucede cuando las personas atribuyen a los demás sus propias emociones, motivaciones o acciones reprimidas o rechazadas).

      Las proyecciones y las acciones que se originan de las proyecciones dan forma a las personas sobre las que van a recaer. Un niño que sea tratado como si fuera malo y que es rechazado, abandonado y maltratado, responde sintiéndose culpable. Piensa: «debo merecer este trato» (sufriendo así doblemente, primero por el maltrato y luego por asumir la culpa).

      Zeus y los reyes mortales como Layo eran gobernantes territoriales sobre los demás. Cada uno había consolidado su poder sobre una zona y sus habitantes y gobernado con realeza. Esta forma de gobierno y de valores implícitos son patriarcales; es una jerarquía de hombres, de los cuales cada uno existe en un orden establecido, con Zeus o dios en la cima, deidades inferiores debajo, luego los reyes mortales, que remontan sus orígenes a algún dios, y después los leales vasallos y súbditos. Las grandes corporaciones, con el presidente de la compañía y la junta directiva en la cima, son los equivalentes contemporáneos de Zeus y los dioses del Olimpo.

      Las fuerzas armadas formalizan todavía más la jerarquía, como lo hace la iglesia católica romana y la mayoría de la fraternidades.

       Madres sin poder en las familias patriarcales

      Todos los dioses del Olimpo, incluido Zeus, tenían madres que carecían de poder y que estaban subordinadas a un padre poderoso y a menudo agresivo, y la mayoría tuvieron esposas a las que dominaron. Las mujeres –tanto diosas como mortales, salvo raras excepciones– temían atrozmente sus relaciones con los dioses. Y si las mujeres y las madres están desvalorizadas, carecen de poder y son incapaces de proteger a sus hijos (e hijas), sus hijos se sienten traicionados por ellas. Puesto que la madre que les da a luz es la proveedora, la nodriza, ella supone la primera experiencia del mundo para un recién nacido y en un principio eso supone poder. El hecho de que ella después no pueda protegerle, le abandone o le anteponga a otra persona, supone una traición y un rechazo para el bebé, que éste dirigirá en su contra o contra cualquier mujer de la que alguna vez pueda depender emocional-mente. Como hombre adulto, puede descargar contra otras mujeres la ira impotente que sintió de pequeño hacia su propia madre. Esta cadena de acontecimientos ayuda a explicar uno de los orígenes de la hostilidad hacia las mujeres en las culturas patriarcales, donde éstas gozan de relativamente poco poder.

      Para complicar aún más las cosas, cuando las mujeres son oprimidas por hombres poderosos, por sus padres, esposos o hermanos, o bien por una cultura que las limita sólo por el hecho de ser mujeres, algunas de ellas proyectarán su resentimiento (a menudo inconscientemente) sobre los hombres que no tienen poder –sus hijos pequeños– especialmente cuando el niño empieza a emular a su padre o a expresar su propia capacidad innata de decisión y su espíritu alborotador. Esto puede manifestarse como un maltrato o rechazo directo, o bien a través del sarcasmo y la humillación. Las hermanas que sienten el peso de un trato injusto también pueden castigar a sus hermanos de un modo similar, mientras éstos sean pequeños o lo bastante jóvenes. Esta reacción en cadena es otra fuente de hostilidad hacia las mujeres que albergan muchos hombres, originada en la infancia y que descargan sobre las mujeres cuando son grandes y poderosos.

       El hogar como el castillo de un hombre

      En la cultura patriarcal, cada hombre manda sobre su familia, con la autoridad de un rey dentro de su propio hogar. La derecha conservadora y las sectas cristianas fundamentalistas expresan su hostilidad contra la legislación o los servicios sociales que según ellos “ponen en peligro los valores familiares tradicionales”, que hacen que esta posición del hombre como amo y señor dentro de su propio hogar, es decir, el modelo patriarcal, se tambalee. El patriarcado es el responsable de la oposición “tradicional” a que la mujer tenga potestad sobre su propio cuerpo, propiedades o capacidad reproductiva, así como de la oposición a los hogares para mujeres maltratadas, que ofrecen un refugio o un medio para escapar de los hombres agresivos.

      Un padre celestial que es el creador de una dinastía se encarga de planificar la carrera de sus hijos, de prepararlos para que asuman el lugar en el mundo que él les ha asignado. Cuando un hijo encarna las ambiciones de su padre, en vez de descubrir lo que él realmente quiere hacer, puede que éste “consuma” su vida. La sensación de ser consumido es especialmente intensa cuando las tendencias del hijo difieren del puesto que su padre espera que desempeñe.

      Un ejemplo de padre celestial que supera la realidad lo encontramos en la política de los Estados Unidos. Fue el caso de Joseph P. Kennedy, cuya ambición para sí mismo se podría decir que consumió a sus hijos. Como hijo de inmigrantes, Kennedy sintió la llamada de la presunción social. Su ambición era subir hasta la cima, si no por sí mismo, a través de sus hijos. La consolidación de la riqueza y el poder de Kennedy, su búsqueda de reconocimiento y sus aventuras amorosas hicieron de él una versión moderna de Zeus. En primer lugar se esperaba que Joe Kennedy Jr., para quien el papel de político extravertido podía resultar natural, se presentara para candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Cuando su avión fue derribado y él murió, el siguiente hijo, John F. Kennedy, tuvo que cumplir esta función, sin tener en cuenta sus tendencias personales y dificultades físicas. Tras el asesinato de J.F.K., el tercer hijo, Robert F. Kennedy, puso su vida en juego.

       Los padres celestiales y su descendencia: alejamiento y competitividad

      El hecho de que los padres no reaccionen como padres con sus hijos y los vean como rivales no sólo se produce en la mitología