aquí de pasada que la aparentemente inofensiva fórmula estampada en los envíos por correo, que advierte de que «La oficina postal puede examinar el contenido», tiene un precario trasfondo antropológico que se evidencia cuando nos damos cuenta de que la oficina de correos somos nosotros y el paquete, el enemigo. En lo que respecta a los cuerpos de animales, la idea de que en su interior se producen operaciones ocultas, proviene de dos experiencias que no podemos ignorar: en primer lugar, el hecho de que los animales y los hombres mueren, del cual se sigue, en segundo lugar, que los operadores de la vida han dejado de actuar en el interior y se han mudado a otro sitio. A este respecto, adquirir saber es ante todo tener alguna idea del modus operandi de lo que anima el interior de la caja –una pesquisa que en la era de la filosofía fue alentada por el muy prometedor concepto del conocimiento de sí mismo–. Conocerse a sí mismo es sorprender desde dentro aquello que nos anima, hacerse uno con ello y así asegurarnos de que nosotros incluso en la muerte estaremos unidos a este principio operante. De ese modo somos superiores a la propia caja negra, al cuerpo, y podemos considerar si, después de salir de la propia caja, instalarnos en otra o bien acceder a un lugar eterno de ánimas incorpóreas que las religiones describen como paraíso o condominio inmanente a Dios. Pero el mundo moderno no ha explorado el interior de la caja negra corporal por la vía del autoconocimiento sino con métodos anatómicos. Las ciencias biológicas nos han mostrado cómo se procede modernamente con una caja negra natural: se empieza con la ilustración quirúrgica y la explicación bioquímica, y no se descansa hasta que partes concretas o funciones del interior de la caja pueden reemplazarse. La mejor manera de ilustrar la esencia de la técnica es el proceso anatómico-protésico. Este es resultado de un doble gesto: primero, la exposición a la luz pública, es decir, una extraversión mediante la cual un interior se torna exterior, y luego la sustitución, es decir, el desarrollo de la prótesis. Con un concepto amplio de prótesis se puede describir de manera precisa la conquista de la caja negra. Supongamos que mi cuerpo no quiere en este momento encontrarse en un estado libre de jaqueca; entonces puedo, si nada hay contraindicado, librarme de la jaqueca con la prótesis aspirina. El axioma tecnológico de la ilustración corporal dice, pues, que sólo entendemos lo que podemos sustituir. Pero, así, lo que inicialmente era caja negra se nos convierte en caja de cristal. Porque, como sabemos, la técnica del cuerpo es transparente.
Pero la técnica busca algo más que hacer público el interior de los cadáveres. Los cuerpos mismos nos fuerzan a hacer la observación complementaria de que de algunos de ellos salen pequeñas cajas que gritan y que, detenidamente examinadas, identificamos como descendientes. Al principio no entendemos en absoluto cómo pueden ser generadas ahí dentro. Nuestras madres nos fascinan y asustan tanto, precisamente porque ellas encarnan una caja negra que lo es por propio interés. Ellas son cajas negras extremadamente astutas que parecen inofensivas en las fotos de familia. Son muchas las razones que refuerzan la idea de que, en el niño, el pensamiento comienza como ensoñación sobre la diferencia entre el dentro y el fuera de la caja materna. El principio del seno materno es, en aún mayor medida que la tumba, un foco de operaciones internas inobservables. No es casual, por lo demás, que todas las antiguas religiones maternales concibieran la identidad de tumba y seno materno: aprovechaban así la posibilidad de explicar una cosa desconocida por otra igualmente desconocida. Esta fue la operación que salvó a los primeros humanos de hundirse del todo en el derrotismo cognitivo. Las fuerzas que operan en la caja materna nos demuestran que solamente obtenemos de la naturaleza resultados en cuya producción no tenemos posibilidad de participar activamente en un futuro previsible. Pero la inteligencia técnica no tolera hallarse permanentemente excluida de la producción femenina. Abre la caja materna y hace resonar en su interior la pregunta: ¿cómo? Quien quiere más transparencia hará públicos también los planes maternos; quien se atreva a exigir más democracia, hará también del cuerpo materno espacio público. En la historia de las ideas identificamos a los pioneros de la caja materna en los primeros metalúrgicos, que desarrollaron secretamente sus técnicas en estricta analogía con el complejo perinatal –extraían la mena de la mina materna y la sometían en madres artificiales, es decir, hornos y fundiciones, a una gestación acelerada hasta que quedara el oro y el hierro–. El historiador de la religión Mircea Eliade ha escrito al respecto un bello libro: Herreros y alquimistas, que podría llevar por subtítulo «Sobre el nacimiento de la técnica del espíritu del sucedáneo masculino de la gestación». Este motivo se mantuvo en el continuo histórico de las ideas hasta la era moderna, aunque, con el cambio a esta era, los metalúrgicos y alquimistas fueran relevados por los ginecólogos. Muchos signos indican que, en el futuro, el símbolo de la masculinidad ya no será el falo, sino el tubo de ensayo. Quien abre la caja negra de la vida para entender lo que acontece en su interior, cuenta también aquí con la prótesis. La investigación en este ámbito significa pues: copiar los planes constructivos de la naturaleza y realizarlos en su propio trabajo como planes protésicos. Los investigadores de los genes se comportan como espías industriales que copian los procedimientos de la firma competidora «Naturaleza» y los mandan por fax del vientre materno al laboratorio de genética. Se podría llamar a esto el efecto López[11] en filosofía natural. Los signos de la época indican que aquí se impone el concepto industrial del futuro.
3. En lo que respecta al libro como caja negra, este constituye la primera forma puramente cultural de apariencia opaca. Los libros, como las tumbas, pueden tener un interior significativo, pero su carácter de tumba y de cuerpo es enteramente producto cultural. De ahí que el libro sea el modelo original de la perfecta caja negra tecnógena. Es la máquina originalmente completa, la primera hipótesis de trabajo eficiente de la magia propia de la alta cultura. De ahí que, hasta hoy, la historia de la alta cultura haya sido siempre ante todo historia del libro, y, en la medida en que tal proceso histórico tiene un carácter progresivo, quizá sea también una historia de la optimización del libro. La aparición del libro hizo por vez primera verdaderamente posible la arriba mencionada relación entre caja blanca y caja negra, pues el libro es el prototipo de la caja negra en la que, paradójicamente, debe introducirse la caja blanca: es la pequeña caja la que hace transportable el gran contenido, lo cual no sería posible sin la escritura como técnica de miniaturización. Escribir es fundamentalmente escribir grandes cosas con pequeños signos. De ahí que, desde el advenimiento del libro, la fracción alfabetizada de la humanidad espere el milagro de la iluminación definitiva: todas las lecturas son sólo prelecturas que esperan el libro final. La era metafísica fue, en su estructura temporal, un periodo de espera del libro en el que todo estuviera –hasta el cumplimiento de esta expectativa leemos también novelas, manuales de matemáticas, suplementos semanales, ensayos de teoría de sistemas y otras provisionalidades–. Sólo con los nuevos medios, en el fondo ya con la aparición del periódico en la transición del siglo XVIII al XIX, entró en crisis la metafísica del libro, y, si no nos equivocamos, hoy experimentamos la transición irreversible a una cultura posmetafísica del libro. En ella, nuevos fenómenos de caja negra reemplazan al libro como caja mágica en grado eminente creada por el hombre. Desde que existen los nuevos medios, la espera del libro que transforme todos los libros anteriores en notas de pie carece de todo sentido. El poderoso sentimiento de que todo está en la caja se ha vuelto hacia otros medios. Desde su primera aparición, el libro ha provocado divisiones en las sociedades donde prosperó, además de instaurar la distinción casi antropológica entre los grupos capaces y los incapaces de leer libros. Ya entre los egipcios eran los escribas una casta mística, mientras que el pueblo, incapaz de leer, contemplaba los textos de los templos y los rollos como máquinas de los dioses. Todavía encontramos vestigios de este desnivel en obras de Shakespeare, y las reflexiones de Próspero en su libro mágico, que eran para él más importantes que su ducado, son testimonio de una época del mundo en la que el interior del libro podía ser más importante que el Estado, o, más precisamente, el corazón del Estado era un texto secreto escrito en libros de difícil lectura. Con ello, el libro introdujo también la experiencia de la caja negra creada por el hombre en las sociedades parcialmente alfabetizadas. La inmensa mayoría de las personas en la era de la escritura sólo conocía los lomos de los libros o los cilindros que guardaban rollos –abrirlos e intentar leerlos era para la mayoría una idea casi sacrílega–, cosa que, por cierto, ocurre aún hoy más de lo que comúnmente se cree. Son incontables las personas que todavía consideran los libros demasiado importantes para permitirse acceder a ellos. La caja negra creada por el hombre deprime