a Cuzco? –insistió inquieto José
–Solo te diré que, aunque no lo creas, lo transportaron los seres del cielo. Usaron sus naves para movilizar semejante espejo interdimensional, colocándolo primero y durante un buen tiempo en el lago Titicaca; después lo hicieron llegar a Cuzco, cuando esta ciudad se llamaba «Acomama», la ciudad de los antiguos. Y fue ahí cuando los discos más pequeños se repartieron por el mundo –refirió Pedro.
–¡No puedo creer que mi hija me haya contado más o menos toda esta historia sin haberla sabido de alguien! –intervino José.
Entre tantas revelaciones, el padre de Esperanza olvidó contarle a Pedro y a Aarón el encuentro con la ancianita de Chincheros y lo que esta había dicho; tampoco mencionó lo que Esperanza le contó del supuesto encuentro –que él no había presenciado– con don Mariano en Machu Picchu.
Pedro y Aarón lamentaron que en esos días no se pudiese concretar el encuentro de José con la niña y los representantes Q’eros, por lo que después de cenar los acompañaron a su hotel y quedaron en crear las condiciones para que esa entrevista se pudiese producir lo más pronto posible.
Lamentablemente el tiempo pasaría sin que dicha reunión se pudiese materializar, quizás porque el momento para que las cosas se den no es ni antes ni después, sino en el momento adecuado. Y aún tenían que pasar muchas cosas en la vida de Esperanza y a nivel mundial para que todo tuviese sentido y utilidad.
Padre e hija regresaron a Lima, y la niña le contó a su madre todo lo vivido, que la escuchó con avidez y curiosidad.
IV. EL UNIVERSO EN UNA PLAYA
«La Tierra es como una granito de arena en una inmensa playa. Y no es la única playa en el vasto océano del Universo».
Pasaron dos años. Era época de verano en la desértica costa peruana. La temperatura se había elevado de tal manera que el ambiente estaba soleado y luminoso, aunque se sentía húmedo por ese permanente colchón nuboso que difícilmente termina de convertirse en algo de lluvia, por lo que la familia, queriendo disfrutar de un tranquilo fin de semana, se dirigió a la playa al Sur de Lima. Nada más instalarse sobre la arena con las toallas y una sombrilla, Esperanza rápidamente tomó un cubo y una pala, y se acercó a la orilla del mar para entretenerse construyendo un castillo en la arena. Estaba distraída en ello cuando su madre la llamó para avisarla de que había llegado a la playa una familia amiga, acompañados de su hija menor.
–¡Esperanza, mira, han venido los Vega y está aquí tu amiguita Raquel!
Raquel era una niña delgada y alegre, de cabello rizado oscuro y trigueña, de la misma edad que Esperanza. Eran vecinas y coincidían en los paseos o las familias se ponían de acuerdo para quedar. Al encontrarse en la playa se alegraron mucho de verse y, tomándose de las manos, se acercaron al agujero que había empezado a cavar Esperanza en la arena. Estaban jugando cuando ambas sintieron el impulso de levantar la vista al cielo, que lucía azul sin nubes. De pronto observaron la presencia de una esfera como de color plateado a gran altura, pudiendo apreciar que giraba sobre sí misma y hasta se movía de un lado a otro como en zigzag. Después apareció otra y luego otra más haciendo triangulaciones, como jugando en el cielo.
Esperanza se incorporó y fue a avisar a su madre que también la vio junto con su padre y los Vega. La niña alzó la mirada pero, conmovida por la observación, se acostó en la arena. Y mientras observaba se sintió arrebatada en dirección al cielo, como si de pronto estuviese a años luz de la Tierra, flotando y contemplando el infinito. En ese instante veía a su alrededor cientos y millones de estrellas, mientras una voz repetía en su mente:
–¡«Uno»!...
–¿«Uno»?... –preguntó ella.
–Sí: ¡«Uno»!
–¿El número uno? –volvió a preguntar.
–¡Todo es uno! ¡Desde lo infinitamente pequeño hasta lo inmensamente grande! La playa en donde te encuentras es como el Universo; la suma de todo hace la playa.
–Muy bien, y ¿qué pasa con el uno? –siguió preguntando Esperanza.
–Lo que hagas con tu vida y logres en ella afecta al todo. ¡Eso es ser uno!
»Si vives la unidad, podrás modificar todo lo que debe cambiar en ti y en cuanto te rodea.
–¿Y eso cómo se hace? –preguntó ingenuamente la niña.
–Sintiendo amor por ti misma. Si te amas, amarás a los demás y a todo lo que te rodea. El uno es amor. Ama lo que haces y hazlo todo con amor.
Esperanza se incorporó, pues sin darse cuenta se había quedado tumbada sobre la arena. Su madre la estaba abrazando, tratando de hacerla reaccionar.
–¡Esperanza! ¿Qué te ocurre hija? ¡Háblame!
–¡Lo siento mamá, no sé qué me ha pasado! De pronto la playa se convirtió en el Universo y cada granito de arena era como una estrella o un planeta, y eran tantos! Después escuché una voz que me hablaba con fuerza.
–¿Y qué te decía esa voz cariño?
–¡Que todos somos uno! ¡Que juntos somos la playa y todo lo que la playa representa!
–Qué bonito, es verdad que todos somos uno. Y si nos unimos podremos cambiar el mundo. Qué bien hijita que pienses así.
–¡No mami! no lo estaba pensando. Simplemente lo escuché en mi mente, como si alguien me lo estuviese diciendo.
Cuando la niña reaccionó las esferas ya se habían ido y los adultos presentes estaban comentando la extraña observación junto a otras personas en la playa. Esperanza se fue incorporando mientras tranquilizaba a la madre. Una vez en pie se fue a ver a Raquel que estaba junto al pozo en la arena.
–¿Qué te ha pasado Esperanza? Cuando bajé la mirada te habías ido y te vi acostarte en la arena –dijo Raquel.
–Creo que las esferas me llevaron al Universo. Algo de mí salió y se fue allí a toda velocidad.
–¿Y qué viste allí?
–¡No estoy segura! El Universo era como la playa, con millones de granitos de arena brillante que eran las estrellas. Y también miraba mi cuerpo luminoso, que estaba compuesto de esos millones de puntitos o granitos de arena, que eran a la vez pequeñas lucecitas. Pensaba que la luz está en todas partes y que nosotros somos luz… Entonces entendí que como me tratara a mí misma y lo que hiciera con mi vida también afectaría a toda la playa.
–A mí también me pasó algo que me resulta difícil entender. Cuando vi las esferitas en el cielo –comentó Raquel–, me dieron ansias de irme con ellas. Me dio como una añoranza que no sentía desde que era muy niña, cuando le decía a mi madre que mi familia y mi hogar no estaban aquí sino en las estrellas. Pero casi inmediatamente sentí temor de que realmente me llevaran. Fue muy extraño.
–¿Quizás tú viviste antes en algún lugar de las estrellas Raquel? Y ahora te ha tocado venir aquí a aprender algo o a ayudar. Por eso tuviste esos recuerdos cuando eras más pequeña.
–Pero si ya he tenido otra familia antes y viví en las estrellas, ¿cómo puedo hacer para que los sentimientos y sensaciones no se me confundan? ¿Cómo hago Esperanza para que mis recuerdos, que no son claros, no hagan que quiera menos a mis padres actuales?
–Por eso los recuerdos no son claros amiga, para que no te confundas y vivas aquí y ahora.
–Pero entonces, ¿ya no volveré a ver a mis otros padres? ¿Su recuerdo se perderá? ¿Y qué pasará cuando yo me muera de nuevo y vuelva otra vez? ¿Me olvidaré de mis actuales padres? Yo los quiero mucho –dijo entristecida Raquel.
–El amor es tan fuerte que no se pierde amiga, aunque uno no recuerde los detalles. Nuestra familia espiritual va creciendo con todas las familias que vamos conociendo y con las que vamos conviviendo de una vida a otra. Estoy segura de que antes de nacer y después de que nos morimos nos volvemos a juntar de alguna