Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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después, como a los diez años, tuvo un sueño que la marcó mucho. Soñaba que estaba durmiendo, esto es un sueño dentro de un sueño, y en él sonaba el teléfono de su casa y su padre contestaba; ella sintió en ese instante que les estaban avisando de que su abuelita Virginia, la madre de su padre, había fallecido. La abuelita era una persona mayor de rostro duro, pero de corazón tan buena como el pan; y no era para menos: su apariencia de seriedad se debía a que después de haberse quedado viuda muy joven había perdido a un hijo ya mayor en un accidente también.

      Esperanza se despertó triste y angustiada, pero al darse cuenta de que era un sueño se consoló con ello. Ya despierta escuchó que sonaba el teléfono de su casa y que su padre contestaba; al ver que se reproducía la misma escena del sueño, ella se levantó deprisa y escuchó a continuación mucho ruido en la habitación de sus padres. Cuando se acercó, su padre salió rápidamente de la casa y ella solo pudo acercarse hasta su madre para preguntarle:

      –Mamá, ¿qué pasa?

      –¡Han llamado tus tías diciendo que tu abuelita está muy grave! Y por eso ha salido rápidamente tu padre a verla.

      –¡Mi abuelita ha muerto mamá!

      –¡No digas eso hijita, solo está malita! ¡Ya mejorará, ya verás!

      –¡Ella ya falleció mami y lo siento mucho por papá y por la familia!

      –¡Ay Esperanza, a veces dices cada cosa! Tu abuelita está muy mayor, pero solo se encuentra enferma.

      –Ella ya se fue de su cuerpo mamá, pero igualmente estos días va estar visitándonos para despedirse. Eso hacen las almas antes de partir definitivamente.

      La madre se quedó en silencio sorprendida con las afirmaciones de la niña sin saber qué decir.

      El padre llamó a la media hora y habló con la madre de Esperanza comunicándole la triste noticia del deceso.

      –¿A qué hora falleció tu madre José? –preguntó Rose.

      –Cuando me llamaron mis hermanas ya había fallecido, pero no me lo quisieron decir hasta que yo llegara –contestó José.

      Marie se puso pálida y llamó a Esperanza. Le contó a la niña lo que había sucedido. Después le preguntó:

      –Esperanza, ¿cómo sabías tú que la abuelita había muerto?

      –¡Lo soñé mami! En el sueño veía a papá contestando el teléfono y escuchaba lo que le decían y hasta lo que no decían, y eso fue antes de que le llamaran. Cuando me desperté al ratito llamaron y entonces supe que se estaba cumpliendo y confirmando mi sueño.

      –Pero, ¿cómo puede ser?

      –Mami, el alma puede ver hacia adelante y hacia atrás, no hay límites. Lo que ocurre es que no queremos ver o tememos ver algo para lo que no nos sentimos preparados.

      Esperanza prefirió dejar a su madre tranquila tratando de organizar sus ideas y las cosas de la casa para cuando volviera el padre.

      Al entrar en su habitación la niña se sorprendió al ver en el aire unas pequeñas esferitas blancas moviéndose entre los muebles. Eran cuatro bolitas que se mantenían en movimiento.

      La niña preguntó en voz alta:

      –Abuelita, ¿eres tú?

      Entonces ella escuchó en su interior:

      –¡«Cuatro»!...

      –¿«Cuatro»? –preguntó ella.

      –¡Sí, «cuatro» es el mensaje!

      –¿Qué es «cuatro»?

      –«Cuatro» es controlar las emociones y los sentimientos para que estos no te controlen a ti. Es mantener una actitud positiva frente a cualquier situación de adversidad que se te presente. Es amar la vida enfrentándola con voluntad, amor, paz y esperanza para mantener con ello la salud física e interior.

      »La tristeza hace enfermar cuando no se entiende el porqué de las cosas o no se quieren aceptar los ciclos de la vida. Todo tiene un sentido, y la vida no termina sino que continúa.

      »No llores cuando alguien que amas muere, porque la muerte no existe realmente, es una continuidad. Si estás atento, volverás a encontrarte con los que amas en otros planos y en otros cuerpos.

      –¿Y cómo puedo controlar las emociones y los sentimientos? Es fácil decirlo, pero cuando sientes que tu corazón se arruga por la tristeza y la impotencia, entonces cuesta mucho –dijo Esperanza.

      –Para controlar los sentimientos y las emociones tienes que hacerte uno contigo misma; en ti están la sabiduría y el discernimiento. Debes enfrentar la dualidad, evitar todo enfrentamiento interior y procurar tu paz y equilibrio, entendiendo que todo en la vida tiene un sentido que consiste en crecer en el amor. El amor trasciende el tiempo y el espacio… La muerte no debe separarte de las personas que amas, sino que debe unirte más a ellas y a las que continúan vivas –dijo aquella voz en la mente de la niña.

      Cuando el padre de Esperanza regresó a su casa estaba destrozado anímicamente. Su mujer lo abrazó mientras él rompía en llanto. Esperanza se acercó y también abrazó a su padre diciéndole tiernamente:

      –¡Papá no sufras por la abuelita! Ella está bien, ya no le duele nada. Estaba muy mayor, había sufrido mucho en la vida y se merecía un descanso. Son solo vacaciones, como en la escuela. Ya verás tú como pronto volverá entre nosotros corregida y aumentada, y le podremos devolver todo el amor y cariño que ella nos dio.

      Tanto José como Marie se quedaron de una pieza, en silencio, asombrados por los comentarios de la niña. Fue tan fuerte el impacto de las palabras de Esperanza que ambos esbozaron una sonrisa llena de paz.

      –¡Gracias hijita, cuanta sabiduría y consuelo hay en tus palabras!

      Como al mes del fallecimiento de la abuelita, Esperanza soñó con ella. Se la veía viejecita como cuando murió y caminando con dificultad por la casa. En el sueño la niña aprovechó para hablar con ella.

      –¡Hola abuelita!, ¿cómo estás?

      –Estoy curándome de todas las heridas emocionales en una especie de clínica hijita. Allí te curan con conocimiento, amor y mucha paz. Te permiten ver todo lo que hiciste y dejaste de hacer, lo que hiciste bien y lo que hiciste mal, pero con cariño, sin recriminarte nada. Una vez que te curas del dolor que se aloja en el alma y que ha enfermado tu vida, me han dicho que te hacen pasar a una especie de escuelita donde repasan una vez más contigo tu vida anterior para que veas como pudo haber sido si hubieses enfrentado una situación de modo diferente o si tu actitud hubiese sido distinta. Cuando apruebas la escuelita, te «gradúas» haciendo un plan o un proyecto de existencia futura mejorada y corregida, y solo si consideran que estás preparado, te llevan a una especie de consejo de almas ancianas donde negocias con ellas cual va a ser tu siguiente existencia. A más conciencia, mayor capacidad de negociación. Yo quisiera, llegado el momento, negociar, si se me permite, volver a través tuyo, nacer de ti algún día como tu hijita, para que podamos seguir compartiendo momentos felices como lo hicimos cuando yo era tu abuelita.

      –¡A mí también me gustaría abuelita! Así podría hacerte todos los cariñitos que tú me hacías.

      –Quizás lo consiga si es que no me envían antes y si no tienen otros planes de arriba. Ahora la gente está volviendo muy rápido para participar y ayudar a los cambios de este mundo. Pero no pierdo la esperanza –dijo el alma de la abuelita.

      –¿Te ha soñado mi padre? ¿Ha podido verte él en sueños abuelita?

      –Es en los sueños donde se permite a las personas fallecidas comunicarse con los que están vivos, pero eso solo puede ocurrir cuando el familiar o amigo lo permite y no está bloqueado por el dolor y el sufrimiento. Cuando la conexión se interrumpe, entonces la persona que murió tiene que recurrir a terceras personas. Aquí se cumple aquello de que la línea recta no siempre es la distancia más corta entre dos puntos. A veces te comunicas