Gloria Candioti

Hola, Princess


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Hasta lo anoté en mi agenda:

      “No: no quiero nada.

      Ya dije que no quiero nada

      ¡No me vengan con conclusiones!

      La única conclusión es morir…”

      Un poco bajoneado el tipo, pero viste que a veces yo me siento así.

      “¡No me tomen del brazo!

      No me gusta que me tomen del brazo. Quiero ser solo.

      ¡Ya dije que soy solo!

      ¡Ah, qué inoportunidad querer que yo tenga compañía..."

      Es como yo, mejor solo que con esas que te critican todo el tiempo.

      Por suerte lo tengo a Guille.

      Roberto volvía a su casa a almorzar los lunes, martes y viernes. Los mismos días en que Paula iba a la agencia de modelos. Hacía un curso para principiantes.

      —¿Paula está lista? ¿Tiene que comer? ¿Dónde está?

      —Ya viene, se está preparando.

      —Tanto preparativo para ir a ese lugar, pierde mucho tiempo, ¿estudia esta chica?

      —A la tarde cuando vuelve.

      —Si baja las notas, deja.

      —Sí, ya lo dijiste muchas veces.

      —Sabés que cada vez me gusta menos que vaya a esa agencia. El otro día vi salir al dueño y me cayó muy mal –le dijo Roberto a su mujer mientras almorzaban y esperaban a Paula.

      —¿Conociste a Mauricio?

      —¡¿Mauricio?! Me lo mostró cuando la fui a buscar la semana pasada. Pau ya estaba en el auto. Lo saludó y me dijo que ese era el dueño. No me gustó nada, es más o menos de mi edad y quiere parecer un modelito... ¡y cómo se viste! Se la cree porque tiene plata –Roberto no terminaba de despotricar contra Mauricio.

      —Se viste así porque fue modelo. Por lo que me dijo Pau, es muy simpático y trabaja mucho.

      —Eso de que trabaje mucho no me lo creo. Trabajar es lo que hago yo, levantarme temprano, estar arriba del auto doce horas. Ese a la agencia seguro va un rato.

      Roberto era un hombre simple y lo que sabía de esos ambientes era lo que mostraban en la televisión. Le parecía una vergüenza cómo se presentaban las chicas y los escándalos que se armaban por publicidad. Paula ya les había dicho que su agencia no tenía nada que ver con esas cosas que se veían en la tele. Roberto desconfiaba. Cuando hablaban del tema, Adriana terminaba defendiendo a Mauricio.

      —Bueno, que tenga más plata o que trabaje menos horas que vos, no es una razón para tenerle bronca a Mauricio.

      —¡¿Por qué lo llamás Mauricio?! ¿Lo conocés vos? ¿Tenés algo con él? Parecés la amante.

      —¡Callate, Robert! No lo conozco pero, por lo que me cuenta Pau, es un caballero. No sigas con esto porque te enojás y te cae mal la comida.

      Adriana no conocía personalmente a Mauricio, pero le resultaba familiar y había llegado a admirarlo por cómo hablaba de él su hija. Soñaba con que Paula hiciera desfiles por todo el mundo, o que por lo menos, la eligieran para esos eventos importantes de la costa.

      —Vos me dijiste que Pau se iba a aburrir rápido de ese curso. Pero sigue. Seguro me lo dijiste para sacarme el permiso.

      —No, en serio, pensé que se iba a aburrir como con tenis o francés. Acordate que siempre la retábamos porque iba a unas clases y dejaba. ¿Querés más carne?

      —No, tengo que seguir manejando, después estoy pesado. ¿Paula comió?

      —No todavía. Llegó muy justo del colegio.

      —Otra vez se va a ir sin comer. Se le está haciendo costumbre.

      —No te preocupes, cuando vuelve se devora todo lo que hay en la heladera.

      Adriana iba de un lado a otro de la cocina sirviendo a su marido. Ella comería después cuando los dos se hubieran ido y pudiera sentarse tranquila a mirar la novela. Le acercó un plato con queso y dulce. Siguió lavando los platos. Le preparó un sándwich a Paula que ya no tendría tiempo para sentarse a la mesa. Miró el reloj, las dos, a Paula se le hacía tarde. Y a Roberto también. Ya le veía la cara a su marido y decidió buscarla antes de que estallara el griterío.

      —Pau, tu papá tiene que alcanzarte y seguir trabajando. Apurate, hija. Después del curso, venís derecho a casa –tuvo que levantar la voz porque, como siempre, la puerta del baño estaba cerrada.

      Ya le habían dicho miles de veces que encerrarse con llave en el baño era imprudente. Pero no había forma de convencerla.

      —Oka. Decile que me espere, y no me apuren con el baño, todavía no terminé.

      ¡¿Viste, Princess?! El viejo también es un hincha, cree que si me lleva de acá para allá me cuida más. No sé por qué se preocupa tanto, yo me sé cuidar re bien. Bueno me voy antes de que empiece a gritar y tenga que escuchar lo mismo de siempre en el auto: que cuidate, que mirá que el ambiente es jodido, que ese tipo es grande, que buscan la plata… El viejo no confía en que yo sé bien lo que quiero. Bueno, igual, un poco me gusta que me vaya a buscar y se preocupe tanto, por lo menos me muestra que existo. Yo también estoy, no solamente el taxi, la tele, el fútbol, los amigos. Ni sabe lo que me pasa. Pero si le digo algo se pone re pesado y me dice que soy injusta, que no veo todo lo que hace por mí. Mejor no le digo nada.

      Princess, nos vemos después.

      —Yamila, más derecha y más suave el paso, cabeza en alto, metan la panza, chicas. ¿Qué comieron hoy? Mariana, estás haciendo la dieta, ¿no? Vamos, cabeza en alto, más suave el paso.

      La agencia de modelos de Mauricio Freser no era de las más importantes ni de las más caras, pero tenía convenios con algunas revistas de moda de la ciudad. Ofrecía cursos para chicas desde los doce años con el objetivo de captar nuevos talentos. No era fácil encontrar jovencitas flacas, lindas, altas, con gracia y dispuestas a sacrificarse por la carrera de modelo. Había mucha competencia. Matilde Carnevi era la mano derecha de Mauricio. Lo de los cursos para las chicas de doce a quince años había sido su idea. La franja de preadolescentes, según Matilde, había comenzado a aparecer en otras agencias, ellos no podían quedarse atrás. La idea le había gustado a Mauricio. Promocionaron un curso de un año de modelos teenagers entre doce y quince. Ese fue el que Paula había visto en Internet. Era justo para ella, sus padres le habían dicho que las agencias de modelos no aceptaban chicas menores de dieciséis. Esta, sí. Insistió tanto que los convenció. Paula había empezado el secundario y ese curso casi al mismo tiempo.

      Cuando cumplió los quince había pasado a los entrenamientos centrales de la agencia. Ese cambio significaba la posibilidad de desfiles, de hacer publicidades. Paula estaba feliz y sus padres preocupados.

      El día que pasó de nivel, Matilde le explicó que las clases para el plantel de semiprofesionales eran tres veces por semana, y que ahora sí no debía engordar, que ser modelo exigía muchos sacrificios. La agencia se encargaría de ponerla en desfiles o publicidades según le pareciera a Mauricio. Eso no se discutía. Además, cuando las pasaban de nivel, tenían la costumbre de cambiarles el nombre. Era como un rito. Para Paula eligieron “Yamila”. Ese día ella estaba segura de que llegaría a ser tapa de revistas y aparecer en eventos top. Matilde también les dijo a todas las chicas que empezarían a trabajar