Gloria Candioti

Hola, Princess


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feliz.

      Mauricio Freser era un hombre de unos cincuenta años. Acostumbrado por sus épocas de modelo, usaba el pelo largo, prolijo y sin canas. Vestía ropa informal de buena marca. Las mujeres decían que era un hombre interesante. Había puesto esa agencia cuando se retiró del modelaje masculino, porque la edad y un incipiente abdomen lo dejaron afuera. No quería dejar ese ambiente que le gustaba, sobre todo por la posibilidad de frecuentar chicas lindas. De la agencia donde trabajaba trajo a Matilde. Ella era, en realidad, la que manejaba todo. Él se dedicaba a las relaciones públicas y a tratar de conseguir negocios para sus chicas.

      Tenía una oficina vidriada en el primer piso, era su lugar privilegiado para observar todo lo que pasaba en los salones donde se dictaban las clases y se hacían las sesiones de fotos. Hacía tiempo que observaba a Paula.

      ¡Hola, Princess! ¡Estoy re feliiiiiiz! ¡Me pasaron al curso de las modelos de verdad! Me llamó Matilde y me lo dijo. Ahora me llamo “Yamila”, lo eligió Mauricio. Lo busqué en Internet, ¿sabés qué quiere decir? “Mujer hermosa y bella.” ¿No es súper genial? Eso significa que progreso en la agencia, ¿sabés Princess? La vieji se puso un poco mal; hoy seguro en la cena algo me van a decir mis viejos sobre esto. Pero no voy a dejar, me gusta mucho y me siento re bien. Hago una escenita y listo. Bella y hermosa. Bella y hermosa. Bella y hermosa y que todos me miren.

      El día en que la cambiaron de categoría, Paula llegó a su casa contentísima. Adriana estaba mirando televisión mientras cocinaba. Paula le dio un beso y la abrazó.

      —¿Qué pasó, Pau? Estás muy contenta.

      —No sabés, ma. En la agencia me subieron de nivel.

      Adriana sin dejar de batir y bajando el volumen del televisor, miró a su hija.

      —Y eso, ¿qué quiere decir?

      —Voy a entrenar como modelo de la agencia. Voy a tener posibilidades de hacer desfiles, publicidades o sesiones de fotos para las casas de modas. ¡Es genial!

      —Esa no era la idea cuando te anotaste en el curso.

      —Bueno, se dio y está bueno.

      —Lo hablaremos con tu padre esta noche. No queremos que dejes el secundario.

      —No voy a dejar el cole, ma, vos tranquila.

      Adriana no siguió la conversación, como hacía siempre frente a la seguridad de su hija. Roberto armó un escándalo cuando Paula le anunció que la habían seleccionado para el plantel de modelos y la amenazó con sacarla de ese curso.

      —Total no lo pago más, vas a ver como esa agencia se olvida de vos.

      Paula gritó y mucho. Dijo que no la comprendían, que no querían verla feliz, que siempre le tiraban abajo sus proyectos. No hubo manera de que entrara en razones, de que era por su bien, que no era momento para ser modelo y meterse en ese ambiente. Lloró y lloró hasta que Adriana y Roberto aflojaron. Eso sí, pusieron condiciones: no dejar el colegio, ni llevarse materias, no dejar de encontrarse con la familia ni la pavada de dejar de comer para estar flaca. Y si llegara a tener un desfile, Roberto y Adriana irían con ella, que ni se le ocurriera a Paula que la iban a dejar sola en ese ambiente. Esa gente sabría que tenía padres que la cuidaban.

      —Tu hermano me mostró las fotos de modelos en Internet y son un palo porque no comen. Ellos tampoco están de acuerdo.

      —¡Que no se metan en mi vida! Solo les importo cuando tengo que ir a cuidar a los nenes.

      —No seas injusta, Paula, tus hermanos te quieren. Vos sos la que te alejás de ellos.

      —Bueno, tengo muchas cosas que hacer –así daba por terminadas las discusiones con sus padres.

      —Lo que sea, pero ellos son más grandes que vos y tienen las cosas más claras. Si empezás con eso de no comer se acaba todo. ¿Está claro?

      Paula dijo que sí a todas las condiciones. No tenía otra opción si quería seguir adelante con la agencia.

      Después de esa discusión, no tenía más remedio que levantar las notas en el colegio antes de que llegara el boletín de calificaciones. Por suerte, su amigo Guille siempre la ayudaba.

      ¡Hola, Princess! Volví a pelear con los viejos. Casi se mueren cuando les dije que ahora voy a ser una modelo de verdad. No querían dejarme seguir con la agencia. Tienen miedo de que deje el cole y de que me enferme. Por más que les digo que no va a pasar eso, no me creen. Para terminarla, tuve que aceptar toda la lista de condiciones que me pusieron. Creen que en la agencia hay monstruos que me van a devorar. Mirá, a veces me gusta la idea de ser modelo, a veces no sé por qué sigo yendo. Las clases son divertidas, pero esa Matilde se pone hincha con la panza y los kilos y qué sé yo. Hay algunas que son re flacas. ¿Y si no puedo con todo lo que pidan? Por ahora sigo. Total si después no me gusta más, largo.

      Paula llegó de la agencia. Se le había hecho tarde. Había quedado con Guille para estudiar a las siete.

      —Hola, ya estoy. Voy a sacarme el maquillaje.

      —¿Tenés que estudiar? –preguntó Adriana desde la cocina.

      —Sí. En un rato viene Guille.

      Paula no era una luz estudiando, pero se defendía bastante, sobre todo si lo tenía a Guille cerca. Eran amigos desde el primer día del secundario. Los dos eran nuevos en esa escuela. Guille era uno de los mejores del curso, siempre tenía buenas notas y nunca dejaba una tarea sin hacer.

      Los compañeros de clase no podían entender cómo eran amigos. Tan distintos. Paula era un poco hueca, decían, y él muy inteligente. Pero lo cierto es que siempre estaban juntos en la clase y en el patio. Mucho tiempo se pensó que salían y como Guille era discreto no decían nada. A la salida se iban caminando juntos unas cuadras. Los sábados iban a bailar al mismo lugar. Ellos decían que eran amigos, los demás, amigos con “derechos”. La relación entre los dos era uno de los chismes más difundidos del colegio.

      A Paula le divertía esa confusión y cuando podía trataba de que los comentarios no se cayeran. Además, Paula quería tenerlo cerca, que Guille estuviera pendiente y estaba segura de que gustaba de ella, pero era muy tímido para decirlo o para atreverse a otras cosas. A veces Paula salía con los de cuarto o quinto, nada serio, solo para divertirse y ponerlo un poco celoso a Guille.

      —Hola, Guille –saludó Paula con un beso disimuladamente cerca de los labios del muchacho.

      —Hace rato que te espero. No salías más del baño –reprochó Guille para disimular su turbación cuando Paula estaba tan cerca.

      —Bueno, recién llego. Tuve agencia hasta más tarde.

      A Paula le molestaba que la controlaran y Guille no era la excepción.

      —Todo bien. Lo que pasa, Pau, es que hay mucho para estudiar y no puedo perder tiempo.

      —¿Y qué? No me vas a decir que por venir acá no podés estudiar. Si querés no vengas más y listo.

      —Dale, Pau, era un comentario. No te pongas así.

      Como siempre Guille trataba de calmarla. Él ya sabía que cuando estaba cansada y se trataba de estudiar cualquier cosa que le dijeran la ponía irritable. Guille nunca quería estar mal con Paula.

      —Oki. Dale, explicame esos ejercicios que no entiendo