la espalda contra la pared. De vez en cuando, pateaban algún bulto, pero lo esquivaban sin agacharse a ver qué era. Escucharon ruidos de papeles pisoteados. Seguramente lo hacían los chicos al caminar. No podían ser ratas, no tantas. No, eran los chicos. Además el ruido cada vez se escuchaba más lejos. Avanzaron unos pasos más y se detuvieron.
No había más ruido de papeles, tampoco pasos. El silencio era total.
—Chicos, ¿dónde están? –preguntó Graciela en un susurro.
—Se fueron, Gra… –le dijo Paula apretándole el brazo.
—No… deben estar escondidos –la tranquilizó Graciela–. ¡Chicos, salgan…!
—Desaparecieron en una trampa –volvió a decir Paula.
Graciela no le contestó. Forzaba los ojos para ver alguna sombra que se moviera, pero no veía nada.
—Chicos, salgan… –volvió a decir.
Una madera cayó muy cerca de ellas, haciendo mucho ruido. Las chicas gritaron y salieron corriendo, pero tropezaron con una caja y cayeron al piso.
—¿Qué fue eso? –le preguntó Paula.
—No sé, tiraron algo –le dijo Graciela–. Vení, ayudame a buscar la luz.
—Graciela… creo que voy a vomitar.
—No seas inútil y ayudame a buscar –insistió Graciela.
Las dos estaban acurrucadas detrás de unas cajas grandes. Paula empezó a llorar.
—Chicos, no es gracioso, salgan.
Y un grito aterrador sonó detrás de ellas mientras un trapo les caía en la cabeza. Ahora las dos lloraban, pero vieron la cabeza de Federico que se asomaba riéndose a carcajadas. Las chicas se le tiraron encima y lo agarraron de los pelos, le pegaron con los puños hasta que lo tiraron al suelo. Federico, a los gritos, le pedía ayuda a Fabián, pero el muy tonto no aparecía.
—¡Paren, che, se volvieron locas! –gritaba Fede–. ¡Paren, que yo no les puedo pegar porque son mujeres!
Y pararon. No por complacer a Federico sino porque, de repente, se prendió una luz. Fabián había encontrado el interruptor y los miraba triunfante. Una lamparita amarillenta iluminaba ese sector del sótano. El resto seguía a oscuras, pero ya era algo.
Capítulo 5
Después de un rato de esperarlos, Miriam se convenció de que Federico le había tomado el pelo. Pero no se iban a burlar de ella así como así: ella iba a descubrirlos.
La reunión de ayer era para planear esta rateada, pensaba Miriam mientras seguía con un marcador azul el recorrido de los ríos de Francia. Eso no le servía de mucho. Graciela había hablado de una llave… Llave, puerta… Puerta. La puerta de la casa de Federico… o de Fabián… o de Graciela… Se fueron a la casa de alguno de ellos. Esto tampoco le servía de mucho. No iba a salir de la escuela para buscarlos. Llave… puerta. Ninguna de las puertas de la escuela estaba cerrada con llave durante las horas de clase. Llave… La despertó un empujón de Martín.
—¡¿Qué hacés, nena...?! ¡Me estás dibujando el banco! –y sin esperar respuesta le hizo un rayón al mapa de Miriam.
—¡Tarado! –contestó Miriam y le devolvió el rayón.
—Che –le dijo Martín a Juani–, parece que Miriam está enamorada… No sabe dónde termina el mapa.
—Sí –contestó Juani–, está enamorada de Ramón.
Los que escucharon se rieron por lo bajo.
—¡Alumnos! –gritó La Foca–. Copien en silencio. ¿Terminó, Miriam?
Justo la había pescado con el marcador en la boca y mirando el techo.
—Ya terminé, seño –contestó Miriam, que ni siquiera había escuchado las bromas de los chicos–. ¿Puedo ir al baño?
La Foca la dejó salir. Adentro del aula no iba a descubrir mucho. Mejor los buscaba por la escuela. Llave… Podía ser la llave de un armario, pero era difícil que se escondieran en un armario. Fue al baño, por las dudas, pero en el baño no había nadie. Salió del baño para ir al patio. No iban a ser tan tontos de estar tomando solcito en el patio. No eran tan tontos. Acá la única tonta era ella que no los podía encontrar. Seguro se habían ido a la casa de Fede.
¡Uy! La Dire caminando por el pasillo, derechito hacia ella.
—Buenos días, señora –saludó Miriam tratando de parecer natural y correcta.
—¿Qué hace fuera del aula? –preguntó la Directora.
—Me mandó la Fo… la señorita Elvira a buscar un mapa a la biblioteca, pero no lo encontré.
—Bueno, pero no se quede paseando por los pasillos –le dijo la Directora.
—Sí, señora –contestó Miriam respirando aliviada y caminando hacia el aula.
Al pasar por la puerta del sótano la vio entreabierta. ¿Estaría Ramón abajo o la habrían abierto los fantasmas? Se rió de su propia broma. Caminó tres pasos más y se detuvo helada. Llave… puerta… puerta abierta… ¡Sótano! Era fácil, más que fácil. Era una pavada descubrirlos. Y para colmo, los muy tontos, habían dejado la puerta abierta.
Miriam retrocedió hasta el sótano. Después de fijarse que estaba sola, empujó la puerta con la mano. La puerta crujió, Miriam volvió a mirar al pasillo. Nadie. Empujó un poco más y asomó la cabeza. El sótano estaba muy oscuro. ¿Qué necesidad tenía de entrar? Con ir y contarle a la Foca que los chicos estaban ahí era suficiente. Volvió a cerrar la puerta y se fue al grado.
Cuando entró, todos seguían copiando. Los cuatro bancos estaban vacíos. Se sintió muy importante: solo ella sabía dónde estaban los que faltaban. El resto de sus compañeros ya se había dado cuenta de la ausencia porque no hacían más que hablar entre ellos pero, por lo visto, nadie le había dicho nada a la maestra. Solo cuchicheaban.
—Yo sé dónde están –le dijo a Martín.
—¿Dónde? –le preguntó Martín mientras Juani, que había escuchado, se daba vuelta.
—¡Ah...! Ni pienso decírtelo.
Se dio cuenta de que mantener el secreto la hacía mucho más importante… casi parte del plan. Le gustó esto de tener a todo el grado pendiente de ella. Casi era mejor no decir nada. Podía cambiar información por algo interesante. Incluso, después, podría chantajear a los cuatro. Mejor quedarse callada.
El revuelo en la clase era total. La única que dibujaba mapas era la Foca. De pronto, un alarido:
—¡Alumnos! ¿Se puede saber qué les pasa hoy? ¡Con esta indisciplina no se puede trabajar! Si no se callan se van a quedar sin recreo.
Los chicos ahogaron la risa. ¿Qué recreo? ¡Si era la última hora y se iban a almorzar! Por las dudas volvieron a sus mapas.
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