eso debe ser —habló Santi, bebió otra copa—, pero bueno, he bailado en siete obras y jamás me habían dado champan... —Tomó la botella para leer la etiqueta—. Dom Pérignon Rosé.
—¿Qué? —Joey agarró la otra botella—. Esto cuesta doce mil dólares más impuestos—explicó, miré cómo la boca de Bob se abrió—. Y este tipo nos dio dos, ¿quién es este hombre?
—Andrés Macall Hammad, nació en Qatar —inició Susana al leer desde su celular—. Hijo único de una familia petrolera, de padre francés y madre árabe, posee una fortuna que asciende a los quince billones de dólares. —Hizo énfasis en la palabra «billones».
—Con razón, veinticuatro mil dólares no son nada —dijo Joey al servirse una copa.
—Continúa —pidió Helena.
—Se le conoce como un gran inversionista, pero, sobre todo, como un hombre altruista; tiene cinco fundaciones para niños y jóvenes de escasos recursos en Latinoamérica y África, un centro de investigación farmacéutica en Alemania y ha sido principal donador para la construcción del centro del cáncer en Estados Unidos, sitio donde se atiende a pacientes con esta grave enfermedad que no tienen la capacidad de pagar un hospital privado.
—Parece una gran persona —ironizó Cristal.
—¿Sigo? —preguntó Susana.
Algunos asintieron.
—Se sabe que el doctor Macall es un amante de la cultura, la equitación, coleccionista de automóviles y pinturas, se cree que sus colecciones tienen valores que superan los millones de dólares.
—Entonces tenemos a un tipo millonario, que le gusta el ballet, la pintura y vive obsequiando su dinero —resumió Santiago.
—Sí, prácticamente así es.
—Un tipo que se cree dueño del mundo porque tiene ese dinero —comenté con cierta amargura.
—¿Está casado? ¿Tiene novia? —exclamó Erín.
Susana buscó la información, había mucho sobre ese altruista y millonario hombre.
—No, parece que no, bueno, no sale nada de eso.
—Sus padres murieron en un accidente cuando él tenía diecinueve años, asumió la petrolera a los veintiún años, la hizo crecer como nunca —continuó Susana—, parece ser un hombre de negocios, que ama la buena vida y el dinero, que no teme despilfarrar de vez en cuando dando grandes fiestas en algunas de sus diecisiete propiedades.
—¿Entonces es el hombre perfecto para algunas mujeres, apuesto y millonario?
—Y algunos hombres —completó Bob. Reímos.
Erín se acercó y me abrazó, Susana me miró unos segundos y me sacó la lengua.
—Es solo alcohol —me susurró Erín.
—No, son veinticuatro mil dólares más, como si los cien mil de la obra no fuera suficiente.
—Creo que le agradas mucho.
—Está poniéndome un precio, Erín.
Ella suspiró con pesadez.
—Solo si tú lo permites. —Acarició mi cabello—. No dejemos que nos arruine la noche, ¿sí?
Intenté sonreír, pero al parecer le hice una mueca porque me hizo un puchero.
—Está bien, está bien —suspiré—. Continuemos con nuestra noche.
—Así me gusta.
Dejó un beso en mi cabello y regresó a su asiento. El champagne no duró mucho al igual que la comida. La última copa burbujeaba frente a mí lucia tentadora, así que, sin pensarlo mucho, me lo tomé de un solo sorbo y vaya que su sabor era realmente exquisito.
En la pista de baile alejé todas mis ideas. Rodeada de mis amigos entendí que ningún hombre, ni siquiera Andrés Macall, podía romper la plenitud que había alcanzado a ese punto.
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