Meyling Soza

Danzando con el diablo


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papá, todo está muy bien, acabo de almorzar con las chicas.

      —Excelente, me saludas a Erín y Susana, les hemos comprado algunos regalitos.

      —Se pondrán muy felices cuando les diga.

      De inmediato. mis amigas me vieron, sabían que hablaba de ellas.

      —¿Qué pasa? —susurró Erín.

      —Les compraron unos regalos —respondí.

      Mi amiga siendo tan escandalosa como era, comenzó a bailar ahí mismo, hacía que algunos de los alumnos cerca se pusieran a reír.

      —Bueno, ya están bailando de la felicidad —le dije a mi papá.

      —Estamos ansiosos por verte, hija, falta poco.

      —También quiero verlos, los extraño.

      —Igual nosotros, mi cielo, pero estaremos ahí para ti, tal como dijo tu mamá en primera fila.

      —Gracias, pa, te amo.

      —Te amo, mi Lucy, disfruta tu día.

      —Disfruten el suyo también, me saludas a mamá.

      —Está bien, mi nena, hasta luego.

      —Adiós, papá.

      Dijo algo más, pero no lo oí, después la llamada se cortó. Escuchar a mis padres felices me hacía bien, después de todo, su esfuerzo y arduo trabajo, merecían más que nadie estas vacaciones.

      —¿Que nos traen? —inquirió Erín, entusiasmada.

      —No lo sé, no me dijo, había mucho viento.

      —Lo que sea me encantara —aseguró ella.

      Continuamos con nuestra caminata, Erín hablaba de países que soñaba con visitar. Entretanto, Susana nos contaba de todos los viajes que había hecho, la mayoría de ellos no los recordaba porque abusaba del alcohol en sus salidas.

      Me agradaba ver a Susana limpia, en todos los aspectos, nada que ver con la chica de los primeros días y sé que encontró la suficiente confianza en nosotras, pero, sobre todo, fortaleza en ella misma para salir adelante.

      Estábamos en el salón quince minutos antes de que terminaran las dos horas, algunos de los voluntarios ya estaban ahí. Al parecer, el sistema de polea del telón había sufrido un desperfecto.

      Con puntualidad, la señorita Alonso y Miller entraron al salón. Cuando el telón se corrió sin problemas, lo celebramos. No obstante, también estábamos conscientes que era momento de seguir.

      Teníamos tres horas más de ensayo y yo estaba más que lista para seguir. En el momento que las notas naturales del hermoso violín se movieron por todo el espacio, entendí que ese era mi lugar, allí en estas tablas, justo allí estaba mi felicidad.

      ARROGANCIA

      Los días siguieron su curso sin problema. La melodía terminaba. Santiago, el coprotagonista, me regresaba con suavidad a las tablas después de haberme hecho rozar el cielo.

      Él estaba en cuarto año, era un bailarín excelente, ni siquiera tuvo que hacer audición, de inmediato la señorita Miller lo seleccionó, ya que, según ella, era la pareja perfecta para mí. Cuando los demás profesores nos vieron juntos, entendieron la acertada selección de ella o al menos eso me dijo la señorita Alonso.

      Cuando su rostro estuvo cerca del mío, noté el rubor alcanzar sus mejillas, así que le sonreí débilmente. Erín decía que yo le gustaba, pero Susana creía que a él le gustaban los chicos, así que intentaba ver todo como debía ser, era mi compañero de danza y nada más.

      La profesora Miller nos hizo unas correcciones, ambos éramos conscientes de esos errores, Helena, quien se hizo una presencia constante en los ensayos, hizo un par de preguntas y al final sugirió un cambio en los últimos dos tiempos.

      —¿Cómo dijiste? —preguntó Santiago. Por supuesto, estaba tan asombrado como yo por la sugerencia.

      —¿Puedes hacerlo más sexual? —indagó la chica. Con obviedad, le resultaba incómoda la pregunta, pero después de todo era su obra.

      —¿Cómo sería más sexual? —consultó la señorita Alonso.

      Helena se puso de pie y se subió al escenario, me regaló una tímida sonrisa y suspiró.

      —Antonieta lleva mucho tiempo solo —informó, suave—, y después de cierto tiempo, se reencuentra con Víctor, su primer amor.

      Santiago y yo nos observamos. Me percaté que en el escenario había varios bailarines, entre ellos Susana y Erín.

      —Su encuentro debe ser sexual, lleno de atracción, como dos estrellas a punto de chocar.

      La pelinegra nos analizó, esperó que le preguntáramos sobre todo lo posible o quizá deseaba que hubiésemos entendido, pues así no nos daría una explicación más.

      —¿Puedo intentar algo? —susurró Santiago, lo miramos—, ¿me permites? —me susurró.

      Sin saber qué más hacer, asentí. Él me pidió la mano, la cual di. Los demás nos hicieron una medialuna, nos dieron espacio a orillas del escenario. Frente a nosotros se quedaron Helena y las profesoras.

      —Voy a tocarte un poco más. Si te sientes incómoda, me dices, ¿está bien?

      —Está bien.

      Me giró hasta pegar mi espalda en su pecho, su mano unida a la mía acarició desde mi vientre y pasó en medio de mis senos, se deslizó con suavidad por mi cuello hasta mis mejillas y su dedo pulgar separó mis labios, solté un gemido.

      Sus caderas empujaron mis piernas, me hizo girar y quedé frente suyo. Su mano no tardó en acercarme por la cintura.

      —Estira tu pierna hacia atrás —susurró.

      Hice lo que me dijo. Al mirar, se deslizó contra mi pierna aún firme en las tablas y en un rápido movimiento, me cargó. Dio tres vueltas con mi cuerpo amarrado a su cintura y con suavidad me dejó en el piso.

      Su cuerpo quedó sobre el mío, entre mis piernas. Su palma acarició mi cintura e hizo que me arqueara un poco, metió su mano por mi espalda y con firmeza me giró.

      Mi cuerpo quedó sobre el suyo otra vez. Su toque volvió a recorrer mis senos, estiré mi espalda hacia atrás y elevé mis manos al cielo. Santiago se sentó, pegó su pecho y unió sus labios con los míos, con suavidad jaló mi labio inferior, se separó de mí y nos hizo girar, me dejó otra vez contra las tablas.

      Cuando se puso de pie. me ofreció su mano para hacerlo. Todos en el lugar parecían haber retenido la respiración en ese tiempo.

      —¿Qué te parece? —inquirió Santiago con voz cansada.

      Mi corazón latía agitado y vaya que aquello era más de lo que esperaba.

      —Creo… —Helena aclaró su garganta—. Creo que ha sido perfecto.

      —Habría que perfeccionarlo —agregó la señorita Alonso.

      —Sí, claro —respondió Santiago—, ¿qué te pareció, Luciana?

      Me quedé en silencio, si bien había bailado por mucho tiempo, muy pocas veces había sido en pareja, ya que jamás había tenido un protagónico, pero si Helena lo aprobaba, ¿quién era yo para negarme?

      —Está bien, creo que funcionaría, si a ti te gusta. —Señalé a la pelinegra—. Con las correcciones quedará perfecto.

      —Excelente —agregó la señorita Miller—. Gracias, Santiago, por el aporte, por hoy ha sido suficiente, tenemos una reunión. —La señorita Alonso asintió—. Disfruten su sábado, descansen mañana y recuerden que el lunes nos vemos en el teatro