Meyling Soza

Danzando con el diablo


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talleres de danza, estaba cerca de cumplir seis meses en la universidad.

      Cada día mí amistad con Erín crecía y Susana retomó su curso, sorprendió a todos, incluyéndome, con sus técnicas y confianza a la hora de bailar, en todo nuestro día solo coincidíamos en una clase.

      Después de que Erín me contara lo que habían dicho los profesores de mí, pareció que la presión en mi técnica y movimientos incrementó. Muchas veces me hacían bailar en el centro del salón. Por desgracia, los nervios y mi timidez me vencían y segundos después me equivocaba.

      Las chicas decían que debía trabajar más en mi seguridad que en mi técnica, ya que en esa parte me lucía, pero mi inseguridad me mataba.

      Durante los seis meses, tuvimos tres talleres de danza moderna y música tropical, una de mis debilidades, los ritmos rápidos y muy sensuales definitivamente no eran los míos, pero la señorita Griffin los supervisaba, así que era exigido asistir.

      En agosto, mis padres me dijeron que saldrían de viaje, estarían dos semanas en París y luego irían a Australia, luego terminarían en Hawái que fue donde tuvieron su primera luna de miel.

      Erín y Susana fueron conmigo al aeropuerto a despedirlos, no pude contener mis lágrimas y lloré un par de minutos abrazada a mi madre. Lina llegó diez minutos antes que ellos se fueran, aunque no logró congeniar en el momento con mis compañeras, era consciente que lo intentó.

      Mientras el avión despegaba, las tres me abrazaron a su manera, aunque luego un apuesto joven abrazó a Lina quien me miró de forma un tanto avergonzada, algo graciosísimo de ver, mi amiga antirromance se había enamorado.

      * * *

      El pequeño roce del bastón en mis piernas me hizo cambiar de posición, podía sentir la tela de mi vestimenta pegada a mi piel. Hoy la señorita Miller exigía muchísimo a nuestros músculos. Faltaban cuatro meses para la gran obra de Navidad que la universidad celebraba en el majestuoso Teatro de Artes. Durante muchísimos años soñé con bailar en esas tablas y parecía que mi sueño estaba muy cerca de cumplirse.

      —Luciana, concéntrese. —La voz de la profesora era suave, pero de mando.

      Volví mi vista al frente y cambié a la posición que ya tenían mis compañeros. El ambiente estaba inundado por las notas del piano, pasaban de agudas a graves y viceversa, me encantaba el sonido de este para bailar.

      —¡Luciana! —El leve aumento en el tono de la profesora fue atemorizante.

      Todos soltaron sus manos de la barra y me miraron como si fuera algún animal de zoológico o quizás esperaban que me desmayara.

      —Por favor, colóquese en el centro del salón, necesito que me muestre cómo se debe desarrollar la pieza que Paul tocará.

      La orden era clara, ir allá y hacer el ridículo.

      Con mis piernas y manos trémulas, avancé hacia al centro del lugar, me retiré el suéter blanco y me quedé solo con el leotardo y las medias. Todos los ojos estaban sobre mí y para mi desgracia, Erín estaba enferma y no había asistido a clases. Me sentí sola.

      Observé cómo la profesora ocupó su lugar en el sofá rojo de cuero, algunos chicos se sentaron para apreciar mejor el espectáculo. En el centro del salón pude percibir cómo las paredes se expandieron, el lugar se convirtió en un enorme espacio. Mi corazón bajó hasta mí estómago y sentía que no podía respirar. Paul rozó sus dedos en las teclas de marfil y una nota aguda tocó hasta el techo, cerré mis ojos concentrándome en la balada, era una melodía triste, había confusión, miseria, desesperación en ella.

      Mi cuerpo pronto asimiló las emociones de la pieza y se movió con ella, casi podía acariciar en cada nota la tristeza del artista, parecía que sufría por amor, yo lo entendía, yo también sufrí, pero no por amor, sino por una persona que no podía amar. Las notas graves se movieron en el ambiente, atravesaron mis poros. Mis manos en el aire querían borrar la angustia de la pieza, mi pierna subió al cielo y rozó con delicadeza una nota. La tristeza aumentó: tomó una decisión, no volver amar y yo lo acompañé, necesitaba refugio y mis brazos lo entendieron, moría y mi cuerpo lo sintió, lentamente su ritmo disminuía hasta desaparecer con una última nota aguda y agónica, como el eco de un grito de dolor. El silencio fue débil. Separé los párpados con parsimonia y me encontré en el mismo punto de inicio, pero todo mi cuerpo sudaba y estaba cansado.

      Mis ojos chocaron con el espejo que reflejaba mi cuerpo y luego con los de la profesora que presionaba con fuerza su bastón, sus orbes estaban muy abiertos ¿Había hecho algo mal? Me giré despacio hasta dar con las miradas confundidas de mis compañeros, el reflejo del marco de la puerta palideció mi piel, la señorita Griffin me observaba de la misma forma extraña.

      Un segundo después, sus palmas golpearon en un aplauso que pronto se intensificó cuando todos la acompañaron, la señorita Miller se puso de pie y con ella todos mis compañeros, incluso Paul.

      —Eso ha sido verdaderamente maravilloso, Luciana, has logrado transmitir en tus movimientos los sentimientos de la música, te has conectado con ella. —Me sorprendió que la señorita Griffin fuera quien tomara la palabra.

      —Gracias —susurré. Mi reflejo captó cómo todo mi rostro se tornó rojo.

      —¿Has pensado audicionar para el papel de la obra? —La señorita Miller hablaba con viva emoción.

      —No, pensaba hacerlo hasta el próximo año.

      —Si haces una audición como esa, podría decirte con plena seguridad que el papel será tuyo. —La directora retomó su voz de autoridad, pero sonreía con genuinidad.

      —Gracias, pero eso es para los que tienen más experiencia —murmuré de forma casi inaudible.

      —Los años en una universidad no te dan calidad ni experiencia, tú te conectas con la música y en la obra de este año necesitamos ese sentimiento que parece brotar de ti cuando bailas con libertad.

      —Lo consideraré.

      —Bien, continúe profesora, muchas gracias por tan agradable visión.

      Sin decir más, la decana se retiró, todos retomamos nuestro espacio en la barra y veinte minutos después dimos por concluida la clase. Antes que pudieran hablarme o interrogarme, salí como un cohete en búsqueda de mi habitación, tenía una hora libre antes de mi clase de jazz y necesitaba un buen tiempo a solas.

      Mis músculos aún ardían, así que subí los dos pisos por las escaleras. Cuando abrí mi habitación, tiré mi mochila y me deslicé al frío piso. Toda la estancia me daba vueltas, tenía demasiadas emociones y no era capaz de procesar una sola.

      —Respira, respira… —me repetía. Atacaba de vez en cuando mi labio inferior, una viva señal de que estaba nerviosa.

      * * *

      Los golpes en la puerta me sobresaltaron, me puse de pie y abrí, una Erín con la nariz roja me abrazó con fuerza.

      —Felicidades —dijo con voz afónica—. Me han dicho que hiciste un bello trabajo en la clase de la señorita Miller, incluso que la decana te sugirió audicionar para la obra de Navidad.

      —Pero ¿quién te lo dijo?

      No entendía cómo es que ella ya sabía.

      —Estamos en la universidad, Luciana, aquí todo corre como el viento y más si son chismes. ¿Cómo te sientes?

      —No lo sé. Emocionada, atemorizada, nerviosa y que puedo llorar, pero no sé si de felicidad o tristeza.

      —Pero ¿por qué? —su afónica voz sonó preocupada, avanzamos hasta sentarnos en una de las camas.

      —Toda mi vida he tratado de pasar desapercibida, haciendo solo lo que yo quería sin que nadie entrara a mi burbuja, la danza era mi escapatoria a todos mis problemas, pero aquí siento que debo compartir esa burbuja y eso me asusta.

      Sin