Meyling Soza

Danzando con el diablo


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que llegué yo —contestó sin una pizca de ironía— Verás, aunque son magníficas bailarinas, yo obtuve mi primer principal en primer año, algo que ninguna de ellas pudo lograr, obviamente no les agradó y desde ese momento no les caigo bien—explicó. Un suspiro se escapó de sus labios. Volteé a ver a las chicas que nos observaban con cierto recelo.

      —¿Y las otras dos?

      —Ellas forman parte del grupo del que veníamos hablando, pobres seres humanos que van detrás de la manada, sin tener voz ni voto. Es algo lamentable, realmente son muy buenas, una se llama Nidia, la de los labios muy gruesos y la del leotardo rojo se llama Megan. En mi opinión, son mejores que Gabriela o Noemí.

      —Quizá si se separan un poco de ellas dos, podrían ver el potencial que tienen —susurré al ver con disimulo el grupo.

      Erín me tomó del brazo y me miró con fijeza, una sonrisa un poco maliciosa se le dibujó en el rostro.

      —¿Qué sucede? —musité, curiosa.

      —Has dicho algo que jamás había pensado. Vamos a separar a Nidia y Megan de las otras dos víboras y enseñarles el enorme potencial que tienen, además de una gran bailarina, eres una gran persona, única —contestó con una exagerada amabilidad.

      Solo logré sonreír ante su halago, no era muy buena agradeciendo ese tipo de comentarios. Conversamos por unas dos horas, en todo ese tiempo las pequeñas mesas se llenaron, en algunas los chicos hablaban de forma ruidosa y en otras hablaban demasiado bajo, que casi parecían que no se comunicaban. Algunas chicas simulaban comer, se servían en pequeños platos, de esos que se usan para los postres, daban dos bocados y luego dejaban todo, lo cual me parecía una verdadera tontería.

      Erín parecía estar de acuerdo conmigo, entre las dos devoramos un delicioso club sándwich y con cada bocado, parecía que éramos asesinadas por las demás personas que aparentemente no entendían por qué comíamos así y, sobre todo, algo que contenía el muy temido pan.

      Conversar con Erín era algo muy sencillo, su personalidad era efervescente y tenía tantos gestos que a veces resultaba muy difícil saber qué deseaba transmitir. Reía muchísimo y su carcajada se elevaba aun entre las voces de los grupos chillones. En un par de horas supe muchas cosas de ella. Vivía sola con su padre, que trabajaba para un banco muy importante de la ciudad; estudió desde los cuatro años ballet y estuvo en un curso intensivo por dos años antes de entrar a la universidad, cosa que no le costó mucho como a mí, económicamente pertenecía a la clase alta de la sociedad, pero parecía no tomarle mucha importancia al dinero.

      Visitaba dos veces a la semana a una pequeña escuela donde daban clases de baile a niñas no mayores de diez años. Se entusiasmó muchísimo cuando acepté su invitación de ir con ella el siguiente miércoles. Trató de explicarme por diez minutos una extraña técnica de relajación, al final se dio cuenta que era inútil y decidió enseñármela en un lugar más privado, dado que según ella era demasiado especial para ser compartida con cualquiera.

      Preguntó muchísimas cosas de mi familia, cada respuesta que daba formulaba una nueva pregunta en su cabeza, le resultó fascinante el trabajo de mi padre, y admiró aún más a mi madre, pues la de ella había fallecido el mismo día que nació, aunque lo lamentaba, hablaba con mucho orgullo de su papá, de lo mucho que había aprendido de él y todos los sacrificios que como padre soltero tuvo que hacer.

      Conectarme con Erín no resultó nada difícil, después de terminar la comida continuamos una hora conversando y luego nos dirigimos a las habitaciones. La mía era el número cuatro del segundo piso, la de ella estaba en el tercer piso. Cuando entramos en mi habitación, mi compañera aún no había llegado, me sorprendió ver que cerrara la puerta con cerrojo y se colocó en el centro de la estancia.

      —Quiero enseñarte mi técnica, pero promete que vas a hacerla, ¿sí?

      Verla en posición le dio más seriedad al asunto y solo asentí con la cabeza, me propuse memorizar cada paso y si a ella le funcionaba, debía ser muy efectiva.

      —Primero debes ponerte derecha y recuerda alinear tu columna con tus caderas. Ven, hazlo conmigo.

      Avancé unos pasos para quedar a corta distancia de ella, me puse lo más derecha que podía y traté de recordar la clase.

      Ella separó sus piernas y yo hice lo mismo, subió sus brazos y los dejó caer hasta su cintura con las palmas hacia arriba, flexionó las rodillas. En toda la posición no había un solo movimiento que indicara que iba a relajar alguno de los músculos, parecíamos dos locas haciendo una posición rara de yoga.

      —Muy bien, ahora la parte más importante y debes hacerla con fuerza para estirar todos tus músculos. —Asentí.

      En eso, sus caderas se movieron como una licuadora de izquierda a derecha, lucía demasiado graciosa. Sacudía toda la parte inferior de su cuerpo mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro, no pude hacer nada más que soltarme a reír.

      —¿Viste? Sí te relaja, todo lo que te hace reír desde lo profundo de tu ser causa un gran impacto en tu estado de ánimo y, por lo tanto, en tu físico, la forma de pararte, caminar y hablar. No olvides que prometiste ponerlo en práctica —argumentó con una seriedad única.

      Me puse en la posición que me había enseñado y comencé a mover mis caderas de derecha a izquierda, era un paso muy gracioso y pude escuchar cómo algunas vértebras sonaron con el movimiento, ambas terminamos riéndonos y practicamos la legendaria técnica de relajación de Erín. Mi compañera de habitación llegó unos diez minutos después que Erín se fue a su habitación, parecía estar bajo los efectos del alcohol, porque no más puso un pie en la habitación, colapsó.

      Observé cómo se arrastró al baño y un segundo después vomitaba. Llevábamos una semana aquí y ella llegaba ebria por segunda vez. Cuando todo se quedó en silencio, entré al baño, menos mal la tapa del inodoro estaba abajo y no pude ver nada asqueroso. Ella se acurrucaba casi abrazando el borde del pequeño mueble del lavamanos, la tomé de los brazos, al principio opuso cierta resistencia y luego cedió.

      Tomé una toalla pequeña que humedecí, limpié su rostro y cuello, le quité la camiseta que tenía ciertas gotas de vómito y casi la cargué hasta su cama, en cuestión de segundos se quedó dormida, ni siquiera sabía cómo se llamaba y ya me sentía como su mamá.

      Salí de la habitación para llamar a mi madre. Escuchar su voz era reconfortante, tener a mi padre por seis meses le ayudaba mucho a acostumbrarse a que yo no estaría ahí por un buen tiempo, solo me preocupaba qué ocurriría con ella una vez que papá regresara a su trabajo. Le conté sobre Erín y su personalidad chispeante y casi infantil, le pareció una persona muy genuina y le encantó que entablara una amistad con ella, después de todo, en una semana era la única persona con la que había compartido cierto tiempo. Fue muy difícil los primeros días, parecían que todos ya se conocían, me sentía excluida, pasaba de las clases a mi habitación y no salía para nada, llamaba a mi madre cada veinte minutos y al tercer día ya había pensado en renunciar. Fueron sus palabras las que me mantuvieron e hicieron aguantar un poco más, aunque al final ella sabía que la decisión era mía.

      Conversé con ella una media hora y luego con mi padre unos cuantos minutos, volví a mi habitación donde mi compañera roncaba un poco, la empujé para que se diera la vuelta y todo quedó en silencio. Me acosté en mi cama, aunque físicamente estaba cansada, sentía mucha emoción, mi vida parecía ir en una dirección muy buena, tenía dos padres maravillosos, estaba cumpliendo el sueño que tenía desde que era una niña y estudiaba en la universidad que tanto quería.

      Mi corazón se sanaba de las últimas heridas y mi mente ocupada ayudaba a que todo el proceso fuera llevadero, había conocido a una chica muy agradable y todo a mí alrededor al final producía felicidad, sin darme cuenta, sonreía y dejé que Morfeo me atrapara en sus brazos.

      POTENCIAL

      Sentí cómo el colchón