irresponsable y mujeriego, pero yo quería cambiarlo, sin darme cuenta quien cambió… fui yo.
Pasé el resto del día eliminando fotos de mi computadora, sus correos, sus mensajes y todo aquello que me lo recordaba. Mi conversación virtual con Lina se extendió por horas, eran las diez de la noche y aún conversaba con ella.
Tenía una mente ágil, decía las cosas tal como las pensaba y sentía, rara vez se quedaba callada, si la provocabas, la encontrabas con facilidad. Era muy leal y honesta, características que siempre admiré en ella.
«Has hecho muy bien en terminar con ese hombrecito, sus pocas neuronas desgraciadamente están ubicadas en otro lugar que no es su cerebro».
Cada comentario me hacía reír, tal vez mandé unos cien mensajes de risa.
«Aunque ahora me siento tranquila, creo que en algún momento romperé a llorar», respondía.
«Ni se te ocurra hacerlo, eso sería darle más importancia de la que merece, si te deprimes has ejercicio», regañaba.
«Tienes razón, debería practicar un poco, estoy muy nerviosa».
«Pero ¿por qué te preocupas? Eres una excelente bailarina, tienes montones de medallas y trofeos, más aún, te ganaste una media beca en la universidad más prestigiosa de la ciudad, no seas modesta, Lucy».
Lina me hacía sonreír. Volteé a ver el estante donde descansaban mis trofeos de danza, arte que practicaba desde los seis años. Toda mi vida soñé con ser una bailarina principal del ballet de New York. Cada día admiraba aún más la belleza de las bailarinas, la suavidad e intensidad de sus movimientos, más que todo el cómo sus cuerpos parecían moverse con el viento. Todo en ellas transmitía una emoción: alegría, enojo, tristeza; podía sentir todavía a través de la pantalla del televisor, lo que ellas querían expresar.
Al charlar con Lina, recordé lo nerviosa que estaba el día que audicioné para la señorita Griffin, la decana del recinto de danza de la universidad. El salón de mi colegio lucía mucho más grande con ella sentada en la primera fila, mis manos sudaban y mi corazón latía en mi cuello. Caminé al centro del escenario sintiéndome torpe y descoordinada, el piano suave de Claro de Luna invadió el ambiente y pareció entrar por mis poros.
Mi cuerpo empezó a moverse con la suavidad de la música y con cada paso acariciaba cada nota, casi podía percibir cómo golpeaban en el viento. Mi mente y mi cuerpo se conectaron dando la oportunidad de mostrar mi talento al máximo, la señorita Griffin desapareció del salón, comencé a bailar sola guiada por mis instintos, por mi cuerpo, las emociones que invadían mi ser.
En un perfecto acto de coordinación, mi cuerpo se detuvo con la música y todo tomó su lugar en la realidad. Los ojos negros de Griffin estaban fijos en mí, una media sonrisa cruzó su rostro, movió la pluma por la hoja y sin decir nada se retiró.
Dos semanas después el sobre llegó a mi buzón, mi madre, mi padre y Lina observaban cada uno de mis movimientos. Leí la carta unas tres veces, sin darme cuenta de que lloraba.
—¿Lucy? —Mi madre llamó mi atención, fijé mis ojos en ella, la ansiedad marcaba el ceño en su frente.
—Entré —susurré a media voz.
Los gritos se elevaron a decibeles escandalosos, mientras Lina me abrazaba, mi madre le leía la carta a mi padre, ambos luego me abrazaron con fuerza.
Los siguientes meses en la escuela me dispuse a disfrutarlos al máximo, lloré mucho en mi fiesta de promoción y cada día mi ansiedad por entrar al nuevo mundo universitario aumentaban. El timbre del celular cortó mis recuerdos, cuando miré el número de Lina respondí con celeridad.
—Hola.
—¿Por qué no respondes? —sonó agitada, revisé nuestra conversación y había cinco mensajes que no respondí.
—Lo siento, estaba un poco distraída.
—¿Pensando en Felipe?
—No —contesté de inmediato—. En la universidad.
—Está bien, más te vale. ¿Cuándo debes ir al recorrido?
—En dos semanas, ¿vienes conmigo?
—Claro, yo tengo que ir el sábado a las oficinas del señor Gómez, ¿me acompañas?
—Por supuesto que sí.
—Bueno, responde los mensajes.
Sin darme tiempo de responder, colgó la llamada. Lina había logrado unas pasantías en una muy prestigiosa importadora y almacén aduanero llamado Gómez. Claro, tenía la gran ventaja que su hermana trabajaba ahí desde hacía ya varios años.
Continué mi conversación con ella hasta casi las doce de la noche donde, vencidas por el cansancio, cada una buscó su cama. Mi cuerpo se sentía cansado, pero mi mente estaba aún más agotada y, sin saber cómo, me quedé dormida.
NUEVOS COMIENZOS
El campus universitario era enorme, los grandes edificios de cristales o de ladrillos rojos, se extendían por todo el formidable terreno, las calles eran anchas y muy limpias. Los grupos de estudiantes se movían en las aceras mientras hablaban, luciendo cómodos. Algunas chicas corrían vestidas con los típicos trajes de danza. Mi estómago se cerró y tuve que tomar respiraciones más profundas porque el oxígeno parecía no llegar hasta mis pulmones.
Dejé el vehículo en uno de los amplios estacionamientos, una variedad de ellos estaba presente, desde muy antiguas minivan hasta lujosos convertibles.
—Hola, buenos días, ¿vienen a la visitada guiada? —Un apuesto joven de tez morena nos mostró sus perfectos dientes blancos.
Lina y yo volteamos a vernos y unas risitas nerviosas se escaparon de nosotras, esto provocó que la sonrisa del chico se expandiera.
—Sí, por eso estamos aquí —alcancé a decir.
—¿Qué especialidad? —indagó él.
—¡Danza! —La voz de Lina salió con demasiada emoción, esto la ruborizó hasta las orejas.
—Muy bien, síganme. La señorita Griffin dará una charla y luego iniciaremos el recorrido.
Caminamos detrás del joven hasta un hermoso edificio con una antigua infraestructura, por dentro decorado de manera sobria, clásica, demasiado hermoso.
Los amplios cuadros de bailarines se extendían por toda una pared, un candelabro enorme iluminaba con una tenue luz amarilla, dándole un aire un poco gótico y medieval al espacio. Los volantes de diferentes presentaciones estaban también enmarcados en otra pared, estaba consciente que la UNAL daba las mejores y más prestigiosas presentaciones de danza de toda la ciudad.
Seguimos al joven hasta un amplio salón, algunas personas ya ocupaban un espacio en el complicado diseño de sillas ascendentes, parecía más un diseño para un estadio.
Esperamos unos veinte minutos hasta que el salón se llenó por completo, segundos después, una estilizada señorita Griffin llegó al lugar, lucía más pequeña y delgada de lo que la recordaba, aunque, por supuesto, estaba muy nerviosa la única vez que la vi.
Se sintió muy observada de mi parte que, en algún momento, sus ojos chocaron con los míos y sonrió de verdad, haciéndome sonreír también. Se colocó detrás del podio, no cargaba hojas de guía, al parecer era un discurso muy ensayado o improvisaba.
La voz firme y segura amplificada por el micrófono llenó toda la estancia, incluso me empujó en mi asiento. Habló por una hora sin perder el hilo y sostuvo de vez en cuando mi mirada.
—Los rostros que hoy observo, tal vez algún día engalanen los afiches de nuestras presentaciones. Sus aspiraciones en todo el curso deben ser las más altas, ser bailarines y bailarinas principales, no simples papeles secundarios.