Nathan Burkhard

La venganza del caído


Скачать книгу

nombre “Bendora”.

      Su mano fue directamente hacia la daga, antes de que pudiera acariciarla por completo, su cuerpo experimentó cierto temor, soledad, un frío, un aroma nauseabundo, entre ellos a flores muertas, un suelo infértil, animales muertos; opacando su vista percibió en ella oscuridad, llanto y sufrimiento, sucumbiendo ante el miedo, no pudo aguantar las ganas de preguntar —¿Y está daga?

      —No vuelvas a tocarla, en ella habita la muerte de mis hijos más fieles, en ella guarda la sangre de aquellos con noble corazón, un antiguo tesoro, es el inicio del mal convertido en sólido y guarda un poder incalculable, con ella podrás dar muerte al enemigo, dar muerte a todo aquel que intente dañarte. Solo un corazón puro podrá darle un buen uso, un corazón desinteresado podrá liberar su verdadero poder. Mis hijos, tus hermanos los humanos, probaron el poder de esa daga, sucumbiendo a los deseos más oscuros, destruyendo sueños, toda fuerza, bondad y compasión, necesitando de almas frescas para poder vivir, además de ser la única arma que podrá destruirte Sanel, destruir a los tuyos y tu generación, les quitara no solo la vida, sino también el alma, quedaran atrapados en la oscuridad. Es la única arma que podrá derrocarme de mi trono, su nombre es Bendora. En ella se encuentra la última gota de mi poder, en ella está mi esencia, tratando de neutralizar el mal que hay, si cae en manos equivocadas, traería al mundo la maldad, traería el juicio final, por eso te elegí a ti Sanel, tú eres el único que podrá ayudarme en este viaje al futuro, has sido elegido por el pueblo, elegido por mí —hizo una pausa intentando continuar —Pero no es lo único que te pediré resguardar, el mal se acerca y con ello mi derrota, pero para asegurar que mi creación quede intacta te haré entrega de mi poder, poder que conservaras hasta el fin de tus días y entregaras al hijo que sea digno de resguardar mi vida.

      —¿Tu poder? —negó con la cabeza ante la idea, él no deseaba tener poder, solo ser feliz, pero fue demasiado tarde, un rayo cayó a los pies de Sanel, surgiendo de la tierra misma una enredadera de luz dorada que fue subiendo lentamente por las piernas del joven padre, sentía como las espinas de esas rosas se calvaban y adentraban con fuerza a su piel, gritó ante el dolor que rasgaba y cercenaba su cuerpo, apretó la mandíbula y cerró los puños con fuerza mientras que una luz intensa rodeo todo su cuerpo y de la nada todo cesó, cayendo rendido al suelo, trató de levantarse pero fue inútil, algo en su interior le daba un peso que ni el mismo podía cargar.

      —Estoy débil hijo mío, el dolor que me causan mis primeros hijos está agotándome, no confió en nadie más, pásalo de generación en generación, asegúrate que el hijo que elijas para esa misión sea puro de corazón, ya que si elijes erróneamente las consecuencias de tu decisión será la destrucción de tu raza, de tu pueblo, de mi creación.

      —No puedes hacerme elegir, tengo dos hijos —hundió su rosto entre sus manos.

      —Pásalo de generación en generación, sé que hallarás la forma. Encontrará los secretos más profundos del poder, la mezcla de ciencia y creencia, dando un poder inimaginable, podrás tener el control de todo lo que se le antoje, yo estoy débil Sanel, los humanos han debilitado mi vida lentamente, con tantas guerras, con tanta maldad, por eso te digo, cuida el cofre, resguarda esa daga y resguarda mi poder y será como si cuidaras de mí.

      —Padre, no me des esa carga tan pesada —suplicó el patriarca.

      —Tu corazón es el que dictará la respuesta —se dio un silencio estremecedor entre los dos.

      —Deberás decirme por quien elegir, darme una pista para no equivocarme —pidió una señal.

      —Te la daré a su tiempo —sin más explicación el lugar se tornó oscuro ante los ojos de ese ángel desesperado, quien cayó rendido y sumido en un profundo sueño.

      CAPÍTULO 3:

      LA RIVALIDAD

      Pero la memoria de dos grandes reyes marcaría el destino de su pueblo, memorias falsas llenas de rivalidad, egoísmo y orgullo mentiras que llenaron el reino de arrogancia hacia ellos mismos, hacia sus propios corazones. Perdiendo el sueño de ser libres, perdiendo la paz que supuestamente perduraría en su gente.

      Mandamientos seguidos por años, batallas sin fin, dos hermanos cuyo destino era gobernar, cruzaron sus caminos en torno a la sangre y pelearon batallas en las cuales perdieron más que la vida, perdieron el amor por sí mismos. Dos hermanos cuyas diferencias eran abismales, siendo contrincantes desde su nacimiento, la rivalidad de estos dos sobrepasaba los límites del mismo tiempo.

      Hadeo había logrado perfeccionar las técnicas de la batalla, las artes oscuras, mientras que arrastraba al pueblo entero en su nueva visión del poder y la destrucción. Sin embrago su hermano Uran había logrado labrar la tierra, organizar su reino y dar la paz que aclamada por muchos era una bendición,

      Sanel dándose cuenta que ambos hijos llevaban fuerzas superiores dentro, pudo notar y elegir a su sucesor con todo el dolor de su corazón, por un largo tiempo su corazón dictaminó que Hadeo el fruto de su amor de su adorada esposa sería el indicado a gobernar, pero le llevó largos años darse cuenta que se engañaba y que su amado hijo llevaba la oscuridad en su interior, mientras que Uran podría dar vida y seguir adelante con la misión que Dios encomendó a su raza, pero el mal ya había entrado a su pueblo, se expandía como una enfermedad lenta, matando cada alma buena a su paso.

      Tras el asesinado de Bera, el padre de ambos muchachos no pudo encontrar al culpable, pero sentenció a su mejor amiga y confidente a la perdición del bajo mundo ante su traición, ella le aseguró que ambos hijos serían la destrucción de sus pueblos que arrasaría con la vida misma, pero se negó a escucharla, pero que equivocado había vivido, dándose cuenta que la condena de Milasusky había sido tan injusta como la muerte de su bella Bera.

      Tomando la decisión correcta, pero condenando a sus hijos a la guerra eterna, cansado y agotado ante la fuerza de ese poder que lo consumía lentamente vivió veinte años desde que Dios le había hecho entrega de ese poder hambriento, postrado en la cama que fue testigo del nacimiento de su hijo Hadeo y de la muerte de su madre, Sanel sintió que la muerte estaba cubriéndolo con su manto, así que con las ultimas fuerzas que le quedaban, sonrió al ver a sus dos hijos arrodillados a ambos lados de la cama, extendió la mano y acarició el rostro de su amado hijo Hadeo, quien con una sonrisa curvando de sus labios dio por hecho que el poder sería suyo, pero al ver que la mano de su padre acarició de igual manera el rostro y los cabellos rubios de su hermano, la sonrisa de sus labios se fue borrando poco a poco.

      Sanel exhaló su último aliento, mientras que su mano aun sostenía la cabeza de su legítimo sucesor —Te obsequio mi poder, Uran —sus dedos avejentados rozaron la mandíbula de su elegido, mientras que el eco de su nombre traspaso las fronteras e hizo temblar los cimientos de su hogar, ambos hermanos levantaron la cabeza y observaron como un brillo poderoso rodeó a su padre, y de la nada una esfera de color dorada salió de la boca de Sanel y con una fuerza extrema voló hacia Uran, lanzándolo por los aires y golpeando duramente su espalda contra la pared, sintió como ese poder abría un hueco en su pecho mientras que todo su cuerpo comenzaba a sentir un dolor indescriptible.

      Hadeo se levantó, trastabillando hacia atrás y cayendo, sin dejar de parpadear por el poder que sintió en el aire, era algo que por derecho le pertenecía. Miró a su hermano y pudo sentir sus gritos que rasgaba su garganta, fue tanto el poder que emanaba esa luz que Hadeo fue expulsado por una fuerza invisible sacándolo de la propia habitación, en el suelo tuvo que cubrirse con los brazos ante esa luz incandescente y cegadora mientras que los rayos y truenos surgían de lo más profundo del cielo.

      No supo cuento tiempo paso, pero cuando sintió que el calor de la luz bajaba, bajo los brazos y notó que su padre ya no estaba y que su hermano Sanel estaba de rodillas tratando de buscar aire.

      Hadeo se puso de pie y caminó de regreso a la habitación, por un instante deseó levantar su espada y arrebatarle a ese hermano suyo lo que por derecho le correspondía, pero lo único que logró fue hacer puños a sus costados y tratar de calmar ese odio que surgía de loa más profundo de su ser —Levántate, qué tu pueblo te espera.

      Uran