Nathan Burkhard

La venganza del caído


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sombra, se levantó de la cama y arrancó nuevamente el medallón de su cuello —Veo que te haces ilusiones de una familia que no tendrás jamás —el cuerpo cayó encima de las sábanas manchándolas, Piora dejó que el cuerpo se consumiese, para luego incendiar la habitación con una esfera de fuego. La batalla estaba cerca, solo faltaba uno de los oscuros y debía ser esa noche, si dejaba pasar el tiempo, él no tomaría el control.

      Salió de la habitación nuevamente rumbo a la habitación de Alianu, escabulléndose, se ocultó detrás de las cortinas de la habitación. Tras la espera, el último oscuro se acercó a sus aposentos, sostenía la mano de una joven de cabellos grises, entre sonrisas y besos.

      La muchacha se acercó a su oído susurrando algo, robándole una sonrisa y mucha felicidad, entre sonrisas la levantó en brazos, besándole y dándole vueltas —Vamos bájame, bájame, me estoy mareando amor.

      El oscuro acatando la orden de la muchacha, la bajo —Espérame dentro de una hora en los jardines, debemos decirle a todos esta noticia.

      Soltó la mano de la muchacha dejándole en los pasillos, corriendo a sus habitaciones, abrió la gran puerta cerrándole de inmediato, asomándose a su ropero, sacó una cajita de color azul oscuro —Sé que será parte de mi vida —en ese momento la sombra salió de su escondite degollando a Alianu.

      Su cuerpo cayó al suelo, observando a su asesino, el cubrió sus heridas tratando de evitar su muerte, pero no pudo, ya era demasiado tarde, la daga estaba consumiendo su vida, al igual que consumió la de sus hermanos.

      Se acercó al cuerpo muerto de Alianu, observándole como se consumía en cenizas, arrebatándole su medallón —Creo que esto es mío.

      Piora cometió tres delitos, marcando su existencia triple vez, tomó los dos últimos medallones restantes, colgándoselos en el cuello, donde dos tatuajes nuevos cubrieron su brazo, el dolor era tan grande, pero su afán de venganza era mucho más fuerte que el dolor, nada comparado a la gran satisfacción de obtener lo que más ambicionaba; aguantándolo, sin gritar, sus venas sobresalían de su cuello, su piel se tornaba morada de tanto dolor. Su cuerpo se rodeó de una luz negra inmensa que lo asfixiaba. De pronto tres animales salieron de la nada, un murciélago, un chacal y un tiburón, colapsaron el cuerpo del esclavo, dándole el poder del control de la magia y mente. Siendo más poderoso que nunca, podía controlar los poderes de los tres clanes, pero aún le faltaba el poder de los guardianes de luz, para tener el control absoluto y derrocar a Dios, ser invencible, pero para ello debía ordenar sus ideas e idear un plan bastante grande.

      Al salir de la habitación, fingió una escena, fingiendo aturdimiento y pena tras la muerte de los guardianes oscuros, convertidos en polvo, salió de allí como loco gritando —¡Ayuda! —llamaba a los guardias, avisando de un ataque improvisto de los ángeles, tomando el control de todo, habló con su pueblo.

      Todos al escuchar los gritos desgarradores del esclavo, salían de sus casas, salían de sus trabajos para observar tremendo alboroto, tenía en su mano el pañuelo de Linus y lloraba las muertes de sus reyes. Reunió a todos los demonios, grandes y chicos, fingiendo extremo dolor por la pérdida, fue donde tomó el control de todo en los infiernos, comenzó a hablar de los asesinos que mataron a los guardianes, siendo el único testigo de esos asesinatos.

      Desatando la maldad entre ellos, llamando a todos con sus gritos de una libertad que supuestamente no existía —¡Hermanos! —vocifero a todo pulmón —Preparemos todo... Matemos a los que nos despojaron de todo. Los ángeles morirán, sus generaciones no se difundirán por el mundo, así como ellos nos quitaron la libertad, nosotros le quitaremos mucho más que ello. Su vida, a sus amigos, a sus hermanos e hijos, ¡Mataremos a sus primogénitos y a sus habitantes!

      El pueblo al escuchar las ideas de Piora no dudaron en seguirle —¡Piora tiene razón! —gritaban cada vez más fuerte, gritos que se escuchaban por todo el reino.

      Mientras que ese hombre cuya sed de poder se encontraba frente a miles de pobladores, una persona cuyo rostro no se veía, seguía de pie junto a él totalmente cubierta con una capa negra.

      Era la misma que le hizo entrega de la daga, estaba en los infiernos, junto a su nombrado rey. Al desatar una de las revoluciones más grandes de ese reino, le nombraron rey de los infiernos, siguiendo sus órdenes.

      Esa misma noche entre sueños y pesadillas, Linus se despertó de una manera desesperante, el sudor había cubierto su rostro y cuerpo, levantándose de la cama, caminó con rapidez hasta la alcoba de Triored, abrió la puerta y entró en completo silencio, notando la cuna de su hija, se acercó a ella y acarició su pequeña cabeza por primera vez, quiso darle un beso pero algo dentro de él se lo impidió.

      Vio a Miaka recostado en el tapete a un lado de la cuna, estaba protegida, pero no por mucho tiempo, girando sobre sus talones siguió su camino, hallándose de pronto frente al portal que sus antepasados abrieron.

      Caminando horas tras horas esa noche, tomó el camino al reino de los humanos, visitando el mundo que una vez estuvo prohibido para nosotros, pero que nuestros antepasados visitaban antes de morir, encontrando bellas praderas, riscos y un acantilado que le llevaría el mundo real, extendió sus alas, tomando vuelo se lanzó ante ese acantilado.

      Perdiéndose entre las nubes, perdiéndose entre las estrellas, encontró el sello de generaciones depositando su poder, debía evitar que algo malo pase, evitar que el mal llegue a su familia. Apareció entre un jardín de flores muy bellas, iluminaciones muy potentes, aterrizando, estiró sus alas, subió las pequeñas escaleras húmedas, entró a una pequeña casa abierta donde las flores abundaban, observando que el adorno del suelo, tenía la forma de un disco hexagonal con la marca del cofre que paso de generación en generación. De pie, erguido ante el sello, extendió sus manos y sus alas, formando entre sus dedos una esfera de fuego —Hoy doy mi sacrificio de amor. Triessag dame la fuerza que requiero —susurró dejando caer la esfera de fuego en medio del círculo, una luz muy brillante salió de su cuerpo, rodeándole varias veces, el sello se abrió, tomando la esfera de poder que había salido de su cuerpo.

      Agotado tras ese breve ritual, descanso una hora ocultándose de los humanos tras un pasillo. Extendió nuevamente sus alas emprendiendo vuelo una vez más, regresando a casa, aparentando que nada de ello había pasado, no tenía mucho poder, solo el amor a su familia le mantenía. Retornó a casa, entre el dolor y debilidad, logró continuar su camino a pie, demorando más de lo previsto.

      Regresó al castillo, recostándose en su cama, había perdido todo el poder que tenía, el que le obsequiaron y el que paso de generación en generación, volviendo a su medallón obsoleto, tan solo era una simple llave para abrir un candado, el candado del juicio final.

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