Nathan Burkhard

La venganza del caído


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con estatuas de cada rey al trono, mientras que cada guardián que murió junto a aquellos reyes también tenían su tributo, Linus paseaba por aquellos caminos mientras que la sombra de aquellos grandes líderes lo escoltaban hasta el palacio que habían construido con el tiempo, quizás en ese momento su visión cambio, muchos le atribuyeron a Linus un parecido con el primer patriarca angelical, era tan parecido a Uran, que muchos decían que era la reencarnación de su antepasado, con cabellos rubios, ojos pardos, un cuerpo atlético resultado de tantos años de entrenamiento, aunque su padre le negaba participar en las guerras, a ello, Linus no se perdonó jamás el no poder sostener la mano de su padre al morirá la edad de 25 años su familia había sido destruida por la ambición de dos pueblos que deseaban a toda costa el poder y el cayó en aquella maraña también, cometiendo el terrible error de tomar justicia por su propia mano.

      Los padres de aquellos dos herederos murieron por la misma mano y al mismo tiempo, obligado a hacerse cargo del trono demasiado joven, como también tomar a Miaka como su protector y guardián, ambos comenzaron a hacer de ese nuevo reino en ruinas por las guerras un lugar mejor.

      Cuentan que en la última semana de invierno, los dos reyes faltantes, tocaron a la puerta de Linus, pero no aclamando el trono, sino justicia y paz, puesto que las guerras y las invasiones a su hogar les habían arrebatado a sus padres, cómo olvidar que en esa semana de invierno, observó por la ventana la espesa nieve que cubría su reino, sintiendo la nostalgia de la pérdida de su padre, quedó dormido en su cómoda otomana, Miaka estaba recostado en la alfombra, siendo calentado por el fuego de la chimenea, entonces sintió el ruido insistente de la puerta, poniéndose de pie, caminó hasta su amigo, despertándole —¡Linus! Linus debes despertar, alguien llama a la puerta.

      —Calma Miaka, debe ser el viento —se movió acomodándose, pero su amigo insistió.

      —Vamos flojo ¡Levántate! —Miaka movió la otomana haciéndole caer, obligándole a tomar su espada y bajar las escaleras del palacio.

      —¿Quién toca la puerta a estas horas? —se preparaban para atacar, Miaka contenía en su boca un esfera de fuego listo para atacar, Linus con su poder de telequinesis abrió la puerta. Pero antes de poder dañar a alguien, observaron bien, deteniéndose a tiempo se dieron cuenta de que aquellos golpeteos insistentes provenían de dos jóvenes, encapuchados y mojados por la tormenta y tiritando de frío por el mal clima de ese invierno.

      —Mi señor, debemos hablar con usted —replicó uno de ellos mientras sujetaba de la mano al otro muchacho de 14 años aproximadamente.

      —¿Que desean? —Miaka preguntó molesto.

      —Queremos hablar sobre la marca —subieron sus mangas, mostrando el tatuaje de los reyes, aquel símbolo que marcaba la diferencia entre aldeanos y reyes. Linus al ver la marca en sus muñecas, soltó la espada que cayendo al suelo el sonido del titanio quedo acentuado en el silencio del palacio, ya que la llegada de los dos sucesores que Dios predijo tiempo atrás, conllevaba a que la breve época de paz terminaría dando inicio a una de las mayores guerras que arrasaría con todo a su paso, incluso con la vida de la tierra, iniciando el juicio final.

      Miaka observó el rostro de Linus, no sabía que decirle, estaba confundido, aun no sabía mucho sobre el reino, pero las únicas palabras que pudo articular fueron duras de decir —Sus padres ¿Viven? —pero la negativa de ambos fue dolorosa, habían perdido a sus padres en la última invasión de los demonios.

      Linus caminó hacia ambos muchachos, invitándoles a pasar, sosteniendo sus hombros, dándoles la fuerza que necesitarían, desde ese día el reino de los cielos se dividió en tres, tres legítimos patriarcas y herederos del trono, tres Guardianes Blancos que traerían junto a su reinado la paz que su pueblo tanto anhelo.

      Año tras año, iban creciendo, enseñando a su pueblo nuevas costumbres, por otro lado, los jefes del infierno fueron llevados al poder para calmar las disputas entre ellos mismos, para ellos no fue fácil compartir el trono, Druagar con 26 años, no podía permitir que los intrusos que una vez un Dios predijo le quitaran lo que más amaba, no quería que nadie ingresara al reino que una vez su padre construyó con años de sacrificios hasta que su prematura muerte a manos de Uran desató la guerra y el exterminio de su raza.

      Triaco con 23 años y el pequeño Alianu con 10 años, tomaron el mando, tratando de concluir las rebeliones internas, pero todo era imposible de controlar con reyes tan jóvenes en el trono.

      Cada gobernante fue evolucionando como jefes de estado, haciéndose hombres ante las leyes y listos para tomar el mando y regir sus reinos, decidieron entonces hacer una tregua, Guardianes Oscuros y Blancos estaban cansados de las grandes guerras, de la sangre que brotaba de sus muros y la gran línea de estatuas en honor a sus reyes caídos, ya que había pasado casi diez años desde la última batalla y no deseaban derramar más sangre inocente. Tomando la iniciativa, mandaron mensajeros a dar la tregua, los demonios de la misma manera enviaron a sus mensajeros, reuniéndose en la puerta de ambos reinos, el lugar donde los poderes eran anulados, el puente de Denba, aquel camino extenso entre ambos mundos, camino que fue descubierto por Uran.

      Ambos reinos decididos a terminar con las batallas y la sangre, se reunieron una mañana de otoño, era mediodía, la niebla ocultaba la visión de sus botas, el camino fue agotador, pero a caballo fue fácil de cruzar.

      Cubiertos con sus capas, frente a frente, el silencio por un momento se volvió incomodo, pero Linus levantó la mano y se deshizo de su capucha, mostrando su rostro y su conformidad ante una tregua, bajando del caballo, de pie ante los tres oscuros espero de igual manera que ellos dieran paso a una tregua.

      Triaco siguió sus pasos y bajó del caballo, se acercó a Linus y extendió su mano, ambos guardianes estrecharon sus manos en un fuerte apretón, por primera vez en siglos dos rivales lograban dar una señal de conformidad y paz —Bienvenidos —espetó Linus.

      —Gracias por invitarnos —respondió Triaco.

      —¿Qué nos ha motivado a pelear por siglos? —preguntó a los presentes.

      —Nacimos en guerra, moriremos en guerra —espetó Alianu, que para ser joven sus ideales de guerra le atribuían a ser el más déspota y sádico en batalla.

      —Terminemos con esta guerra impuesta, evitemos que nuestro pueblo siga pereciendo —expresó Linus.

      —Una tregua sería lo más sensato, ya que —llamó con su dedo índice a un único soldado que los había acompañado esa noche —¡Siurt! —un joven de cabellos rubios, piel blanca y una característica que no pasó desapercibida en los guardianes blancos fue un ojo color negro y otro azul —Mi joven soldado es hijo de Aert un ángel de descendencia agua, mientras que su padre fue un soldado demoniaco de fuego, sus poderes son asombrosos, ya que controla a ambos clanes —explicó Druagar —He aquí soldados que podrán ganar nuestras batallas sin problema, podrán tomar sus tronos en un chasquido, pero…

      De la nada, Alianu bajó de su caballo y sin remordimiento alguno apuñaló al joven soldado por la espalda, arrancándole la vida y arrancando su corazón sin remordimiento alguno en su mirada —Allí está su tregua —dijo —Garantizamos que sus tronos jamás serán tocados.

      Linus por un momento se quedó en silencio ante la muerte de ese joven soldado, pero les dio la razón, aquella raza solo sería una amenaza ante su trono, ante la paz que perduraba y un peligro ante el ritual que con años cada descendiente cumplía al depositar su poder en el sello de Triessag antes de ir a batalla, ya que si morían en el campo solo garantizaban que el enemigo tuviera una llave para desatar la destrucción.

      —Cómo mi hermano dice, evitemos que nuestro pueblo siga muriendo, pero también evitemos que nuestros tronos se vean amenazados por esa raza, una nueva raza llamada Axiul`s, sus poderes son más que los nuestros, su habilidad y destreza inigualable, unamos fuerzas pero para destruir al verdadero enemigo —aseguró el joven rey demoniaco de fuego.

      —Si evitamos que más gente cruce nuestros límites, dejarían de dar vida a esa nueva raza que nos amenaza,