Nathan Burkhard

La venganza del caído


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con el puño, amortiguó un grito ahogado, sus ojos no resistieron más las lágrimas, dejándolas caer por su rostro, se dio con la sorpresa de que todo lo que vio pasar frente a sus ojos era cierto, incluyendo las murmuraciones, todo era real, era y estaba escrito en esos pedazos de papel antiguo, al descubrir ese gran secreto, guardó el papiro cerrando la caja, el poder de protección cubrió de nuevo los cofres.

      Salió corriendo de lugar, entre sollozos y las manos temblorosas, como era posible que su hija sea la clave para la destrucción de los enemigos y la nueva raza que llegaría al mundo.

      Subió a sus aposentos, cerró la puerta tras sí, recargándose en ella trató de recuperar el control de sus piernas temblorosas, pero no logró tranquilizar su agitado corazón.

      —Veo que has descubierto la verdad.

      Triored dio un respingo ante la voz de su esposo —¡Linus! ¿Qué haces aquí? —le vio sentado al borde la cama, con los codos sobre las rodillas y sus hombros hundidos.

      —Acaso está prohibido que un esposo visite el lecho de su esposa.

      —En este caso sí, ya que nunca lo visitas —ocultó el temblor de sus manos detrás de su espalda.

      —Veo que tu curiosidad te ha llevado lejos querida Triored —se levantó de la cama y quiso dar un paso hacia su esposa.

      —No te me acerques, me das asco —trató de alejarse de su marido, pero solo logró enfurecerlo.

      —No Triored, me amas y puedo comprobarlo por el brillo de tus ojos —sonrió con sorna ante el sonrojo de su esposa.

      Parpadeó resulta a ahuyentar sus lágrimas —Vete de aquí, no quiero verte. Como compartir mi vida con un asesino, que no tiene remordimiento alguno al matar a tantos inocentes.

      Linus se acercó a ella a grandes zancadas sosteniéndola de los brazos, evitando que huyera de él —Mis antepasados hicieron lo mismo ¿Qué ha cambiado?

      —Tú lo has hecho, solo te casaste conmigo por esa profecía. Por eso tú obligaste a tu hermano —no logró completar la frase ya que Linus la interrumpió abruptamente.

      —¡Calla! Sabes bien que no podemos hablar de él, no cuando su nombre ha sido borrado de todo registro en nuestro mundo.

      —Gracias a ti —negó con la cabeza, no deseaba permanecer ni un segundo más atada a ser sin remordimiento —No quiero tener hijos, no sabiendo lo que le sucederá.

      —Pero los tendremos.

      —No si puedo impedir que el curso de la cuarta profecía. Tendremos una hija, será nuestra salvación, pero la perderemos, me obligaras a perderla, deberá dar su poder a cambio, su vida y su esencia, mientras que Ïlarian como único varón ocupará el trono.

      —Sabes que es un sacrilegio que paga con sangre. Romper el sello de una profecía se paga con sangre.

      —Pues mátame de una vez, despójame de mis alas y lánzame a los infiernos.

      —Sabes que nunca podría hacerte daño.

      —¡Pero lo harás! ¿Nuestra hija morirá? ¿¡Morirá!? —gritó sujetando con fuerza de las prendas de su esposo.

      —Lo siento, es nuestro destino —extendió su brazo y cerró delicadamente los ojos de su esposa susurrándole al oído —Lo que estos ojos tan hermosos han visto, no podrás decirlo ni esparcir por el mundo, pero déjale una señal de vida a nuestra pequeña Alox, la cadena de primogénitos será rota y con ello el destino de nuestra hija será el sufrimiento, la extinción de nuestra raza se acerca.

      —Solo te pido que le lleves a un lugar seguro cuando todo esto termine —respondió, pero al escuchar las palabras de Linus, se le ocurrió una gran idea, guardaría silencio después de lo que leyó, pero le daría a su hija las pistas necesarias para poder seguir con vida.

      Cuando amaneció, mandó a elaborar una bola de nieve y cristal, con la estructura de un palacio blanco con bordes de oro, una imagen viva de su reino, pero en cada torre un compartimento secreto y con una inscripción que le daría esperanza y como también una idea de lo que ella resguardaría “Serás grande, tú ataras a la maldad y desataras la verdad, eres un corazón valiente, eres poderosa con una gran mente, no te dejes vencer por los que te lastiman, cuando estés triste mira este reino y liberaras mi alma que te seguirá por siempre – Con amor mamá”

      Con una tristeza muy profunda, dudas que se acumularon en su corazón, sentía que una espada cortaba su corazón en pedazos, susurrándose cada mañana —Tendré que aceptar mi destino, pero veré crecer a mi hija a través de esta esfera o mejor no tener ese hijo que morirá por muchos —levantando esa esfera, por días y horas, hasta que un desmayo, confirmó su temor más grande.

      CAPÍTULO 10:

      TRISTE REALIDAD.

      Haber pasado años en un mundo que no fue suyo, obligado a permanecer en lo más bajo cuando en su otra vida fue un príncipe, convertido en esclavo ambicionó el poder y el trono, por sus venas corría sangre de los grandes, un pedazo de escoria que ambicionaba más de lo que le dieron, era el peor de los demonios del clan, su avaricia era única, su maldad era extendida por los años y fue subiendo de puesto conforme mostraba una de las máscaras que tenía, estaba decidido a terminar con esa tregua que tanto impidió que los infiernos se expandieran, terminar con los culpables de arrebatarle lo que más amó en la vida, obligando a ocultar su amor y condenarlo a una tierra que jamás le perteneció.

      Era distinto a los demás, su rostro era pálido, cabellos largos sujetos a una coleta, con dos mechones de cabellos que caían por ambos lados de su rostro, sus cejas eran tan oscuras como la noche, sus ojos negros y sus labios tan rojos como la sangre, daban en él la imagen perfecta de ente malévolo, su nombre fue conocido por muchos, pero luego olvidado por los que vinieron, su nombre era Piora.

      Había pasado años tras año tratando de encontrar la manera de regresar a su hogar, pero al ser convertido en un demonio toda esperanza moría como sus ganas de seguir sirviendo a reyes y herederos.

      Los meses pasaban y el vientre de Triored comenzaba a notarse, estaba muy asustada, cada día y cada noche rezaba a Dios para que libere a su hija de esa presión tan grande, se sentía cada vez más deprimida, temía por la vida de su hija, deseando que ella sea libre, deseando que fuese libre para poder tomar las decisiones que necesitaba. Triored a veces observaba por la ventana a Ïlarian, era tan fuerte, sentía rabia al ver como ese niño se desarrollaba con tanta fuerza y habilidad, mientras su hija no disfrutaría de lo que ese niño de cuatro años hacía en esos momentos.

      Ïlarian era demasiado fuerte para su edad, con sus inmensos ojos siempre miraban a Triored, haciéndole sentir una sensación extraña, un vacío que solo la consumía por dentro, sintiendo repulsión por ese niño que le quitaría mucho a su hija. No era como los demás ángeles, era muy ágil y captaba los movimientos muy rápido, le encantaba luchar, pelear con espadas, en otras palabras le encantaba practicar y desarrollar su poder, muchos decían que él sería perfecto para gobernar, ser un soldado fuerte y ágil, diciendo que traería la victoria a su reino.

      Linus siempre estaba presente en las prácticas del hijo de su hermano, llegando a verle crecer, disfrutar de sus travesuras y su esposa lo acusó en incontables ocasiones de preferirle antes que al fruto que llevaba en el vientre. Sumida en una gran depresión, se vio abandonada por su esposo, quien no se vio interesado en ese embarazo, pasando sola y paseando por los jardines del reino, observaba como las estaciones cambiaban.

      Su nacimiento no estaba previsto hasta comienzos de abril de ese año, justo cuando la primavera comenzaba en el reino, pero no fue como lo previsto. El reino esperaba con algarabía la llegada de ese primogénito, muchos decían ¡Será un varón de asombrosa expresión! Muchos susurraban, ¡Será un lindo varón tan fuerte como el padre, pero tan encantador como la madre! Cuando la verdad era que sería una niña, la niña que traería al mundo la destrucción del pueblo y la guerra de nuevo a sus hogares.

      Estaban