Nathan Burkhard

La venganza del caído


Скачать книгу

enseñarle muchas cosas como a Ïlarian. Ese pequeño niño que su madre observaba al practicar, mientras que su voz delicadamente le susurraba —Tú serás más grande que él, mi niña —siempre le daba ánimos, siempre le daba a fuerza, ya que Linus simplemente se alejó de ellas.

      Triored no se despegaba de su hija, le asfixiaba con sus cuidados, no deseaba que jugara con otros niños del reino, al protegerle le convirtió en una niña tan tímida y dependiente de ella, la convirtió en alguien insegura de sí misma, dependiente de amor.

      Los días para ella eran largos, no salía de la habitación, no dejaba que ninguna niñera le cuide ni toque, los juguetes eran muchos, pero su madre hacia que mantenga su distancia a ellos, alejando los espejos, peines y peligros que podía quitarle la vida, Triored vivió convencida que su niña era frágil tan frágil como el cristal.

      A los cinco meses de nacida, Triored quiso cuidarla ella misma, despidiendo a toda niñera y doncella que se interponga con el cariño de su hija y su cuidado, Linus no trató de convencerla de que sus decisiones eran erróneas, solo se alejó, dejándola sola con la tristeza y la pena, con la sensación que ningún día era suficiente con su hija.

      En las noches vigilaba su sueño, vigilaba su respiración, poniendo uno de sus dedos en su nariz a cada momento, temía que su vida acabara, temía perderla como había perdido a Linus, al ser niña, pensó que sería frágil, quizás en algún punto acertó.

      Su padre jamás tomo interés en su primogénita, solo le observaba de lejos, no compartía mucho cariño con ella, no se acercaba, no la sostenía en brazos, quizás en el fondo deseo tener un niño, deseo que su hija fuese parecida a Ïlarian y por ello pasaba más tiempo con el niño que con su propia hija.

      Los meses para Triored se hicieron tan cortos, deseaba paralizar el tiempo y que su pequeña no creciera, deseaba arrullarla en sus brazos por siempre, alejarla del mal, alejarla de la maldición que Linus había arrojado sobre ella por ser quien era.

      Tras el año de su nacimiento, se negó a realizar alguna fiesta para ella, así que Linus se vio obligado a pasar ese día fuera, mientras que Triored y su hija se pasaron el día confinadas en la habitación. Para esa misma noche, donde su sueño era fuerte, que ni un rayo lograría despertarle, en los infiernos no sería igual. Los tres guardianes oscuros, se encontraban en el comedor del infierno, a la luz de velas negras sentados alrededor de la mesa rectangular.

      El gobierno de los oscuros traía muchos conflictos, Triaco aún más preocupado de lo normal, trató de ser racional —Que trato podemos hacer para la paz de nuestros hermanos y gente, todo se está yendo al garete, muchos piden la liberación, otro reino en que vivir.

      Sin esperanzas el hermano mayor intentó explicar miles de cosas —No podemos hacer nada más, hemos realizado un trato con los ángeles de no atacar ni proteger a la tierra, no podemos romper la alianza.

      Alianu con una gran satisfacción —Pero todo está perfecto ¿no creen ustedes? La situación de nuestro reino es normal.

      Triaco enojado levantándose de la mesa, golpeó con sus puños la negra madera —Será para tus hermanos, mi gente muere de frío y hambre, la muerte de ese esclavo no me importa en absoluto, pero ha quebrado la confianza de mi gente, solo quiero tener un poco más de respeto, ellos se llevan la gloria, mientras que nosotros somos la escoria —Observándose entre sí dejaron de lado la conversación, para no discutir más se levantaron de la mesa, guardando silencio se retiraron a sus aposentos.

      Cada uno tomó direcciones distintas, Triaco como todas las noches cabalgaba vigilando la guardia y los cambios. Druagar junto a Alianu, caminaron por pasillos distintos, abriendo las puertas de sus habitaciones, ingresaron para poder descansar de la ardua rutina de todos los días. Mientras que Piora escuchó toda la conversación detrás de la puerta, aprovechó esa discusión para seguir sus planes sobre los tres guardianes de los subsuelos.

      Era muy tarde, aprovechando que la gente dormía, Triaco tenía la costumbre de cabalgar en las noches a un árbol de frutos negros, cuyas hojas caían secas por tanto dolor que el oscuro propinaba al visitar ese lecho seco. Era la única manera de pensar, en ver las cosas de distinta manera.

      Al llegar a ese árbol, bajó de su caballo, acariciando el regazo del animal —Buen chico, buen chico —caminó lentamente arrodillándose ante el roble, haciendo a un lado las pequeñas ramas y hojas secas, dejó ver una lápida de color gris, cuyo nombre borroso no se leía, ya que el tiempo se encargó de borrar cada canalillo que la escritura.

      Abrazándose a sí mismo, unas pequeñas lágrimas salieron de ese corazón de piedra —Te amaba tanto, amor mío me dejaste solo… me dejaste con ella, tan pequeña, indefensa —agachándose, besó la lápida —Te extraño demasiado, eras todo para mí, quizás hay un motivo para reunirme contigo, pero la sangre y mi legado impide que cometa suicidio.

      En ese momento mientras que el dolor se expandía, una sombra oscura caminó lentamente hacia él, sin el más mínimo ruido, logró acercarse por su espalda, tomando con su mano fría el cuello del oscuro, sin permitirle defenderse —Deseaba tanto este puesto, pero tú me humillabas día a día como un maldito esclavo —besó la mejilla del oscuro.

      —Aléjate de mí ¿Qué deseas? —sintió un filo presionando su garganta, hasta sentir que cortaba lentamente su cuello, dándose cuenta que era la daga de Bendora.

      —Si tanto le amas reúnete con ella, reúnete con tu amada Ferryem.

      —¡Piora! No hagas algo de lo que puedes arrepentirte, déjame ahora y haremos como si esto jamás sucedió —se quedó inmóvil, al sentir la daga de Bendora y su poder, era más fácil negociar que sufrir una muerte dolorosa y lenta.

      —No hay trato, te concederé el deseo que más anhelas, reunirte con tu esposa —cortándole en cuello, sin darle opción de defenderse, arrancó el medallón de su cuello, mientras el cuerpo del oscuro se convirtió en polvo, en nada, sin dejar rastro sería fácil para Piora continuar con su plan.

      Al ver el cuerpo hecho cenizas, lanzó un pañuelo blanco con las iniciales de Linus, subió al caballo regresando al reino dejando al animal en los establos, sin hacer mención a nada, se reguardó en sus aposentos.

      Abrió la gran puerta, ingresando a su habitación, deslizó el medallón de su bolsillo, contemplando su imagen por muchos minutos. Al ver el brillo del medallón, lo tentó a ponérselo, obedeciendo sus impulsos, lo hizo, sintiendo como el poder del medallón ingresó a su en una nube negra. Piora absorbió el poder de Triaco, convirtiéndose en un demonio base fuego y agua, se convertiría en un ser inmortal e indestructible si poseía el poder de todos. Cayó sobre la cama, quedando inconsciente por el poder que había tomado, no despertó hasta la mañana siguiente.

      Al despertar, salió de su habitación, encontrándose con los dos oscuros, quienes hacían su paseo rutinario de las mañana —Buenos días, ¿has visto a mi hermano? desde anoche no le hemos visto —preguntó uno de los oscuros.

      —¡Señor! En verdad no sé qué responder… mencionó un viaje largo, se sentía apenado por la pérdida de su esposa, aún el dolor viene a él, creería que deberían darle tiempo para pensar.

      Sabiendo los dos hermanos del sufrimiento de Triaco tras la pérdida de su esposa, comprendieron dejando pasar los días. Fueron siete días, siete días donde Piora logró perfeccionar su plan, perfeccionar su técnica, así tomaría el control del infierno, y tendría un año para planificar el ataque a los ángeles. Pero todo lo haría a su tiempo, sin dejar rastros.

      A casi ocho días después de la muerte de uno de los oscuros, siguió el turno de Druagar; era de noche, los guardias ya estaban en posición como siempre, él salía de una de las habitaciones del castillo —Las amo, no vemos mañana —cerró la puerta continuando su camino por los pasillos, se acercó a su habitación, abrió la puerta entrando y caminó por esa alfombra tibia de colores oscuros.

      Sentándose