Nathan Burkhard

La venganza del caído


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la tuvo, ahora muchos Inumine dependen de ti, espero que seas un buen gobernante —espetó.

      —Hablas como si todo terminara entre nosotros, cómo si abandonarás esta tierra, tu tierra.

      —Somos enemigos hermano mío, y no dudaré en encontrar la manera de arrancarte el corazón y tomar lo que por derecho me corresponde.

      —Sabes que no tuve elección —respondió Uran llevándose la mano al pecho y tratando de levantarse del suelo

      —Yo tampoco la tengo —giró sobre sus talones y siguió con su camino.

      —Hadeo, sabes que jamás te haría daño —gritó tras él, por un momento Hadeo consideró seguir con su camino pero algo en su interior le hizo detenerse en seco, volverse ante él y con una sonrisa sardónica colgando de sus labios no dudó en decirle una cruda verdad.

      —Aun sabiendo que yo maté a tu madre —su barbilla sobresalió obstinadamente, mientras que el brillo de su mirada oscura le garantizó que aquella confesión era cierta.

      Uran se puso de inmediato de pie y sin poder pensarlo dos veces, corrió hacia su hermano, extendió sus alas que habían tomado un color dorado, lo tomó del cuello sacándolo de la habitación y traspasando varios muros, mientras que la sonrisa de Hadeo seguía intacta, cayendo en un duro golpe contra las mesas de la feria del pueblo, levantándose, limpió con el dorso de su mano los hijos de sangre que corrían por sus labios, levantó la mirada y logró ver a Uran descender con las alas extendidas mostrando su magnificencia y nuevo poder —Dijiste que nada cambiaria entre nosotros, hermano mío.

      Uran extendió sus alas y estas emitieron un sonido ante el viento y el polvo que rozaba su bello plumaje —¡Maldito! Regocijarte ante la muerte de un inocente, mi madre nunca daño a nadie y tú tratas de regodearte ante su muerte —exclamó enfurecido con puños sobre sus costados y listo para matar a su hermano sin compasión alguna, sin la compasión que él tampoco tuvo al tomar la vida de su madre.

      Hades se recompuso de inmediato, extendió sus alas y mostró que sus plumas eran de un color plateado y brillante —Sabes que no podrás terminar la pelea Uran.

      —La terminaré —prometió manteniéndose firme, cuadró los hombros, sus ojos se oscurecieron.

      —Tuve el gusto de matar a tu madre, tuve el gusto de sentir su sangre en mis manos.

      —¿Tú? ¿Tú fuiste? —no podía dar crédito a lo que escuchaba —Fuiste el causante de la muerte de mi madre. ¡Tú! ¡Tú! Eres un bastardo —gritó, su expresión y su voz se volvieron planas de repente —¿Por qué?

      —Mide tus palabras quien será o es el bastardo, no decías que haga lo que haga seria tu hermano.

      —Jamás te lo perdonaré, mataste a mi madre, eso no te lo perdonare jamás —sus ojos apartaron las lágrimas —Era tan pequeño cuando me la arrancaste de mi lado, me escuchas ¡Jamás te perdonaré!

      —Como si me importara, te mataré y gozaré verte poco a poco morir hermanito querido y a tu generación —Hades elevó las manos y lo llamó haciendo burla de aquella pelea, y acatando ese llamado, ambos hermanos corrieron y sus cuerpos colisionaron en un duro golpe que hizo retumbar los mismos cielos, destruyeron todo a su paso, mientras que los puños golpeaban la carne y la sangre manchaba sus nudillos.

      El tumulto y los gritos de mujeres al ver como destruían todo a su paso, entre golpes, muestras de poder, las prácticas inofensivas de hace tantos años eran batallas campales ese día. Destruyeron parte del mercado de algunos hermanos, soltaron a animales de granja, destrozaron las tiendas de algunos comerciantes, fue tanto el daño que los sus protectores tuvieron que intervenir.

      Odotnet, el guardián de Uran al sentir los gritos y el tumulto, extendió sus alas y sobrevoló los campos, el tigre al ver que una tormenta de polvo y truenos arrasaba con parte de la aldea supo de inmediato que esa pelea solo la causaría es par de hermanos testarudos, aterrizando con fuerza detrás de la multitud que escapaba despavorida por el caos que ambos causaban con su pelea, dando un rugido estremecedor, se abrió paso entre la gente que huía de allí —¡Basta ya! —gritó con fuerza y un eco aturdidor se despendió de su gran boca haciendo que ese par de hermanos cayera de rodillas cubriendo sus oídos ante la fuerza de ese sonido más que desesperante —Parecen par de críos, ustedes dos —pero no logró completar la frase cuando el llamado de Dios obligó a todos a elevar los rostros hacia el cielo, nubes grises envueltas entre rayos, luces rojas y el sonido retumbante de aquellos truenos bajar al pueblo.

      Ambos hermanos se levantaron del suelo y admiraron el desastre que habían ocasionado, el llamado de Dios era urgente y ellos estaban a un paso de ser juzgados.

      CAPÍTULO 4:

      JUZGADOS

      Ambos hermanos extendieron sus alas, el llamado de Dios era urgente y por el desastre que habían ocasionado su presencia era requerida de manera inmediata, extendieron sus alas y se elevaron por los cielos, aterrizando al mismo tiempo, extendieron sus alas y se vieron entre sí sin articular palabra, ambos ingresaron al templo de Dios, caminando por la misma ruta que su padre había hecho por años.

      La puerta se abrió recibiéndoles, dando un paso adelante, vieron la habitación de tonos blancos y luces destellantes a su alrededor, una neblina espesa cubrió sus pies, mientras que la puerta detrás de ellos se cerró con fuerza dando inicio al juicio que determinaría sus vidas.

      —Me he dado cuenta de sus peleas —exclamó Dios con fuerza —La destrucción que han ocasionado no tiene perdón, han roto sus propias reglas, han ido contra los mandatos de su padre y han roto la paz entre mis demás hijos.

      —¡Padre! No somos dignos de entrar a su casa ni de escuchar tu voz —en ese instante Uran mostró su respeto, arrodillándose ante la presencia del Supremo, pero fue interrumpido por su hermano.

      —Alardeas demasiado.

      Dios al escuchar que Hadeo estaba lleno de rencor, un sentimiento que inicio en sus primeros hijos, decidió no ser blando con él, le había dado la oportunidad de seguir, pero simplemente se ensaño con el poder que su padre no le heredo —Tus palabras —hizo una pausa significativa —Tus palabras son idénticas a la de mis primeros hijos, te han marcado ¿Cuándo has pisado la tierra?

      Al escuchar ello respondió con enojo —Te equivocas, yo no he pisado la tierra, pero veo que tienes preferencias, no eres neutral como dicen los demás.

      —Te equivocas Hadeo, te equivocas, estas marcado por sus pecados, has absorbido sus malos sentimientos, has venido contaminado —espetó con fuerza, haciendo retumbar su voz por el templo, moviendo los cimientos —Has cometido un grave pecado, arrebataste la vida a un ser inocente y el asesinato no tiene perdón, sabes cuales son las consecuencias de tus actos Hadeo

      —Matar por obtener lo que por derecho me corresponde no es ningún crimen, no cuando el que arrebata es tu propio hermano —le lanzó una mirada centellante en rabia y odio a su joven hermano —Yo debía ser el heredero al poder de Dios, yo debía ser quien resguardara la daga y el cofre sagrado, pero te tuvo que elegir a ti, al bastardo que destruyo la vida de mi madre.

      —Mi madre no tenía culpa de nada, fue mandato de Dios que mi padre uniera también su vida con mi madre, ya que Deania no podía darle el hijo que anhelaba.

      —¡Pero nací! —gritó —Nací y tú arruinaste todo, me arrebataste todo —rugió, con las venas de sus largos brazos hinchadas ante el enojo y la ira que se expandían por su sistema.

      —¡Basta ya! —una ráfaga de viento envolvió a Hadeo —Sabes muy bien que cuando te crearon fue improvisto, tu madre era infértil. Deberías mostrar sensatez, pero todo lo contrario, has dividido a mis hijos, luchas contra tu hermano tratando de derrocar su buena fe, tratas de derrocarme.

      —¿Buena fe? Tú destruiste todo, tienes tanto poder, pero ¿Por qué no lo tengo yo también?

      Truenos sonaron con fuerza, Dios estaba enojado