como cualquier otro ritual sagrado, una congregación y una comunión. Es un milagro que sólo ocurre cuando el humorista y su público quieren que ocurra. Es un lenguaje cifrado y oculto que es el opuesto exacto del que usamos para ponernos de acuerdo en juntarnos a las seis de la tarde en tal esquina. El humor cuenta todas las posibilidades de no encontrarse en esa esquina a las seis de la tarde, porque pregunta ¿qué es una esquina?, ¿qué es las seis de la tarde?, ¿qué es el espacio y el tiempo cuando dejas de darlos por sentados? El humor es el lugar en que nada se da por sentado, donde al final podemos encontrarnos sin ponernos de acuerdo ni en la esquina ni en el tiempo.
Es una forma extrema del “minuto de confianza”. Necesita justamente eso, un espacio de tolerancia a la incerteza que nos permita volver a preguntar todo para al final no saber nada. Es en todos sentidos un ritual de paso, una especie de capoeira que es baile y pelea al mismo tiempo, o como el tango y la cueca que son sexo sin sexo. El humor es una caída libre, una caída doblemente, triplemente libre donde sabemos sin embargo que algo o alguien nos sujeta y nos salvará de rompernos la cara. Reír es jugar un juego del que vamos inventando las reglas mientras lo jugamos. Es así el juego de los juegos, el que les inventa a los otros reglamentos, pero también el que destruye las reglas conocidas para refundarlas perpetuamente. Así, la pregunta por los límites del humor es una pregunta por los límites del juego en una sociedad que siente que las reglas que lo permiten son tan frágiles que no puede darse el lujo de cuestionarlas, ni en broma. Una sociedad que justamente siente que puede quebrarse en cualquier momento, en que las identidades de sus miembros son tan débiles que no pueden soportar el simple escrutinio de la risa. Una sociedad que no puede pensar que las cosas pueden ser al revés de lo que parecen, y si lo piensa debe ser en condiciones y espacios perfectamente delimitados que permitan que la risa tenga límites, es decir que no tenga sentido.
¿Cuál es el sentido de la vida? Para preguntarse eso hay que primero creer que la vida tiene sentido y luego admitir que no lo vamos a encontrar. Que la vida no es lo que debería ser es la raíz de todo humor. Lo que convierte a los creadores e intérpretes de chistes o viñetas en humoristas es la intuición de que quizás es mejor así, que la vida no tiene que ser eso o lo otro, aceptar que nuestro deber es coleccionar sus incongruencias, anotar sus fallas para refugiarnos en ellas cuando la tormenta arrecia.
Las entrevistas aquí reunidas son testimonios de unas vidas en que el humor no es sólo un oficio sino una manera de ver y de vivir el mundo. Algo que confirma la única no humorista del libro, la primatóloga Isabel Behncke, que nos habla de la utilidad y límites del juego en toda especie de animales, incluida la nuestra. Los profesionales aquí reunidos no pueden ser más distintos, pero, a la hora de hablar de su trabajo, todos a su manera citan lo que Jorge Alis llama “remar”, es decir que están acostumbrados a nadar en la incerteza para buscar la solución a los problemas improbables que las incongruencias del mundo nos plantean a diario. ¿Cómo podemos sin hundirnos en el mar de la incerteza remar hacia y con el humor? No hay respuestas estables y seguras, pero lo que el humor permite, y lo que a su vez permite el humor, son esos minutos de confianza en que una sociedad se permite no saber, para aprender todo de nuevo.
RAFAEL GUMUCIO
Director del Instituto de Estudios Humorísticos UDP
14 de abril de 2020
Daniel Samper Pizano
Cuando el humor es noticia
Octubre de 2011
Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945), considerado el padre del periodismo de investigación en su país, es a la vez uno de los representantes más destacados de esa labor casi imposible que es mezclar periodismo con humor.
Encabezó una unidad especial de investigación del diario El Tiempo de Bogotá, una tarea peligrosa que lo llevó a dejar Colombia bajo el peso de las amenazas constantes, para residir en Madrid. Paralelamente a su labor periodística, se ha dedicado a escribir columnas de humor que ha recogidos en los libros La mica del Titanic y otros artículos para naufragar de la risa, El huevo es un traidor y otros artículos para cacarear de la risa, Ni atacar ni defender, sino todo lo contrario y Breve historia de este puto mundo. Además, ha dedicado tiempo a investigar y recopilar la música vallenata y la obra del grupo argentino de humor musical Les Luthiers.
Alto, delgado, calvo y pelirrojo, su aspecto y pasado caballeroso contrastan con su incapacidad de no intercalar entre dos frases o menos una cantidad infinita de juegos de palabras y chistes dedicados a su mujer, a su hermano (Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia), al embajador que lo alojaba y le pagaba el pasaje, y a él mismo. El humor es en él un instinto irrefrenable que le permite sentirse como en casa en cualquier situación.
Ese manantial imparable de chistes de todo calibre desapareció milagrosamente cuando, en la Facultad, al día siguiente de la entrevista que aquí se recoge, habló a los alumnos de las posibilidades y peligros del periodismo de investigación. No perdió su informalidad ni su simpatía ni su capacidad infinita de hacer bailar las palabras, pero el rigor de los datos, la testarudez del reportero, se manifestaron en su obsesión. El periodismo en serio, ese por el que arriesgó varias veces la vida y que lo mantuvo viviendo lejos de su país, no es broma para ese bromista impenitente que era y es Daniel Samper Pizano. Todo el resto, religión, país, fútbol, música, amor, poesía, es ocasión para más y más chistes, de los que pudimos recoger, por la tiranía del espacio, apenas una parte.
—Tú escribes para Colombia, que es un país marcado por la violencia. ¿Cómo el humor y el periodismo pueden convivir con ese estado de alarma permanente?
Nuestra historia es una historia muy larga de violencia y hemos sido fieles a ella, siempre somos violentos. En esa larga historia, lo que ha salvado al país es su humor, básicamente. De alguna manera su inteligencia, porque tener humor es tener inteligencia. El humor colombiano se mantiene, en cualquier parte donde vayas se mantiene y es distinto de, por ejemplo, el humor español, que a mí me sorprende porque vivo hace muchos años en España...
—¿Te sorprende por distinto o por inexistente?
No entraría yo en esas diferencias porque como español me molestaría mucho, pero el humor español es distinto, el humor español es a una sola banda, es decir, tá y tá y ahí te ríes o no te ríes. El humor colombiano forma parte de esa gran escuela, o sensibilidad mejor, que se llama mamagallismo, que es hablar aparentemente en serio pero estar tomándote el pelo… García Márquez hizo inmortal la expresión, aunque nace en Venezuela en el siglo diecinueve, eso está investigado. Es una manera de sobrevivir, en Colombia sinceramente hay mucho humor, el colombiano es una persona con mucho humor a pesar de toda la violencia. Eso es un poco lo que salva al país. Yo te diré que he tenido experiencias muy cercanas de humor y violencia, las dos, y voy a citar a una persona, a un político por el cual nunca he votado, que es mi hermano, que en fin, ostenta un cargo ahí importante…
—Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia entre 1994 a 1998. ¿Tiene sentido del humor?
Fue Presidente de Colombia, con eso te digo todo (risas). Pero, bueno, las cosas que él decía cuando estuvo enfermo, después de un atentado gravísimo que sufrió, han sido de verdad ejemplo de lo que se puede hacer para sobrevivir. Había un senador, que después murió también de muerte natural, es decir, lo mataron, que es la muerte más natural en Colombia, y este senador se llamaba Cristo, un senador liberal, muy querido. Mi hermano estuvo agonizando como dos meses, tendido en una cámara de cuidados intensivos, con oxígeno, algo muy muy sofisticado, y estaba prohibido el acceso, no podía entrar nadie, entraba mi cuñada a visitar, pero lo logró el senador, que lo quería mucho, logró colarse y entrar. Ernesto, mi hermano, muy sedado porque además tenía que estar con el abdomen abierto por una infección, escucha que lo viene a visitar el senador Cristo. Y dice “¡hijo de puta, me morí!”.
En ese mismo atentado a mi hermano se le desapareció el ombligo, uno no sabe cuándo está de frente y cuándo de espaldas, y ha tenido problemas de espalda justamente,