y yo no estaba preparada para eso.
—¿Pero te ha ayudado la literatura de alguna forma en tu trabajo como comediante?
Yo creo que sí. Creo que si te obligan a escribir ensayos todo el rato, sin parar, y de todas las cosas, especialmente esos ramos que te hacían hacer como rápido, así como en tres días tenías que estar entregando algo de dos o tres páginas, y estar todo el día en eso, aprendes mucho de forma. Aprendes a hablar en un formato, en el fondo. No sé si me explico, es raro.
—¿Qué lugar tiene la escritura en tu trabajo actual?
Yo al principio me sentaba a escribir y escribía párrafos y párrafos de cosas y trataba de aprenderme de memoria esas cosas, y es terrible porque después las dices en otro contexto y no funcionan. Te das cuenta de que en el fondo tiene dos patas la cuestión: una es lo que escribiste en tu casa, y otra es como la ausencia total de ensayo. Como que el ensayo en el stand up no existe, entonces el show es el ensayo, y es terrible porque hay gente que se ducha para ir, y paga estacionamiento y otras cosas, para ir a ver un ensayo, básicamente.
—Entonces, ¿improvisas a partir de una pauta?
Cuento historias largas, como de quince minutos, pero no puede haber un bache muy largo sin un propósito. Generalmente, si hay un bache largo donde no pasa nada, es como que quiero que en esa parte se queden callados, que me escuchen y que haya un silencio porque viene algo más grande después. Pero si estás hablando sin parar de distintas cosas y no hay risas, estás mal.
—¿Y cómo manejas esos silencios?
Con Lexapro (risas). No, ¿cómo manejo esos silencios? Nada, se maneja, es deporte, ya te acostumbras a apestar, no más. Y muchas veces lo podrías decir: “Ah, estoy apestando” y la gente “jajajá, sí…”.
—¿Lo manejas a través de la complicidad?
Yo creo que al final lo único que importa, más que ser chistoso incluso, es que la gente vea que tú estás cómoda y que estás relajada. Porque si tú estás mal, la gente inmediatamente piensa que te va a ir mal o quiere que te vaya mal. Si tú te relajas, ellos se pueden relajar también.
—¿Cuánto lugar tiene la técnica en tu trabajo?
Yo creo que es solamente subirse al escenario sin parar. Y apestar por completo, que es lo que me pasó tres años sin parar, que es apestar profundamente, estar en las profundidades del apestamiento y pudrirte, porque te vas a tu casa y no sabes dónde meterte. Y lo peor es que, más encima, cuando uno está partiendo la gente que te va a ver son tus amigos y tu familia. Y piensan “¿Por esta tontera va a dejar la universidad?”, y apesta. Es muy heavy. La presión es demasiado alta. Incluso, en esa época y gracias a apestar tanto en el stand up pude poner en perspectiva otras cosas que apestaban de mi vida y me dejaron de importar, también.
—¿Como qué?
Tenía un pololo que me ponía el gorro todo el rato y me dio lo mismo. Era mucho peor lo que me pasaba en el bar. Era mucho más grave porque, más encima, era en el segundo piso del Cachafaz, el Cachafaz era un bar donde se hacían clases de tango, entonces los chistes no funcionaban y se escuchaba tango. Una cosa terrible porque bajabas al primer piso y tus papás te decían “simpático”, esos eran los comentarios…, y bajabas y había unos viejos bailando tango.
—¿Por qué lo hacías entonces?
No sé. Yo estuve estudiando el eneagrama, que no lo conocía, y descubrí que mi número es de gente que es capaz de mentir, de matar, de cualquier cosa por caerle bien a gente que ni siquiera me cae bien (risas). Y me ha pasado siempre en mi vida. Como que siento que le caí mal a alguien que igual me cae mal y soy capaz de atropellar a mi mamá para caerle bien a una persona que ni conozco.
—Ya, pero el humor que tú haces no es un humor de caer bien.
Claro, pero ponte tú te cae mal a ti, pero le cae bien a ella (apunta al público), y a ella le cargas tú… Estrategia. No, no sé, pero incluso a la gente que le caigo mal siento que igual le podría caer bien.
—Entonces, ¿hay un trabajo de conquista en el humor?
Sí, y yo creo que todos los humoristas quieren conquistar. Mucha gente piensa que el stand up es reírse de uno mismo solamente, pero yo creo que esa es la estrategia, en el fondo, para poder reírse de los demás. Si te subes al escenario y dices “estoy gorda, soy horrible, soy asquerosa” y todos como “jajajá, ¡es cierto!”, es como “ya, bueno, ya” (risas). Y después puedes decirle a él “cacha, guatón enano, ridículo, no sé qué” y así te vas.
—Ahora, ¿la técnica es empezar con uno mismo?, ¿cómo fue eso para ti?, ¿qué encontraste en ti que pudo ser un motor para la risa?
Me di cuenta de que, si contaba lo que más vergüenza me daba, siempre funcionaba. O sea, si buscaba adentro mío algo que me cuesta incluso decírmelo a mí misma, esas cosas que como que te quieres morir, si las dices en público casi siempre funcionan. Lo que menos hay que contar es lo que más hay que contar. Pero igual es difícil darse cuenta de esas cosas.
—¿Cuáles fueron las primeras confesiones?
Las primeras eran falsas, eran cuando no había descubierto que era mucho más fácil. Pero mi primer chiste, que yo quería mucho y que era una cochinada, igual, y lo voy a contar acá, o sea no lo voy a contar como lo contaba porque ya no me acuerdo tanto, era de que yo tenía un rollo con que había perdido la virginidad muy vieja, había perdido la virginidad como a los 23. ¿Es viejo igual eso, o no? Y tenía ese rollo, el de que yo era sexualmente penca, no sé. Y yo tenía 27 y contaba que todavía era virgen y que nadie hablaba de la “virginidad tardía”, como que le inventaba un nombre y que el himen seguía creciendo y que se engrosaba como una lonja de jamón de pavo. Y tenía un remate muy feminista, pre MeToo, que decía que cuando perdiera la virginidad él iba a sangrar. Y era como “¡bravo!, ¡genial!”.
—¿Y por qué dices que eso era falso?
Porque no es verdad que me pasara eso. Ahora, sería mucho más gracioso y me rendiría mucho más material contar cómo era para mí en realidad a los 23 ser virgen. Y quizá por eso se han alargado más mis historias. Antes inventaba y aparte era asqueroso, a veces no funcionaba en un lugar donde estaba ese señor que iba a ese show con toda su familia. Pero sí es más probable que todo el mundo conecte con la inseguridad de alguien que no ha culeado rodeada de gente que sí. Y, bueno, tiene mucho que ver con hacer una experiencia más universal, también.
—¿Tú dices que la experiencia propia es más universal que la imaginaria?
Sí. Y tampoco queda mucho otra en el stand up, siento yo. Como que el stand up observacional de Seinfeld ya está un poco muerto. Como que en internet hay demasiado más chistes mejores que los de Seinfeld ahora y cada dos segundos. Entonces la única manera de competir con eso es hacer comedia más subjetiva, más de cosas que le pasan a uno.
—Ahora, esas cosas que son secretas, que son vergonzosas, que son íntimas, ¿al contarlas dejan de ser vergonzosas, íntimas? ¿Se arregla el problema? O sea, ¿tiene una función terapéutica el humor?
Sí, en cierta medida sí. Yo creo que cuando te estás riendo de algo ya pasaste por lo menos algunas etapas de crecimiento. Creo. Como, no sé, financieramente soy terrible y vivo endeudada, y la primera etapa es como agobiante. Y después te das cuenta de que tienes el problema y seguramente pasaron un par de cosas antes de que te puedas reír. Si ya te estás riendo, estás mejor, creo.
—Pero, cuando uno ya arregló algo, tiene que inventarse nuevos desastres para seguir haciendo humor…
Bueno,