Alberto Caselles Ríos

Cómo superar el trastorno bipolar


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una gruesa armadura. Puedes reencontrarte con quien eras y habías olvidado, o puedes llegar a ser quien siempre quisiste ser y eres. No importa si el motivo fueron las circunstancias, o tú mismo quien no te permitiste ser tú mismo. Siento el trabalenguas. La cuestión es que un sueño cumplido representa, la mayoría de las veces, una nueva vida.

      A pesar de ello, no está de más tratar de distinguir aquellas ilusiones que son como pasteles que empachan con una apariencia muy provocadora, de aquellas que dejan un dulce sabor en la boca. Con demasiada frecuencia necesitamos probarlos para descubrir si son lo que aparentan o aparentan lo que no son, aunque no suele ser tan fácil saberlo sin antes darles un bocado. Estas ilusiones se corresponden, a menudo, con deseos que hemos tomado prestado de nuestro entorno o hemos sido educados en satisfacer. Si te pones el disfraz de la ilusión sin haberla cumplido y tratas de reconocer cómo te sientes con el deseo ya satisfecho despejarás algunas dudas. Lamentablemente, nunca sabrás con certeza si tu ilusión te corresponde o es ajena a ti hasta que puedas acceder a ella. Para ser sinceros, las ilusiones, generalmente, suelen estar a la distancia suficiente como para dedicar media vida o una vida entera en tratar de hacerlas realidad. Pensar antes si realmente te van a conducir donde quieres llegar te puede ayudar a evitar malgastar media vida en el intento, irrecuperable y de la que no te servirá de nada arrepentirte.

      En realidad, sea cual sea tu sueño tengo la impresión de que nada cambia tu vida en lo esencial, y si lo hace, todo vuelve a su sitio en menos tiempo de lo que uno espera. Da lo mismo si recibes en tu vida un golpe de buena fortuna o la mayor de las desgracias. Una vez adaptado a la nueva situación, tienes que levantarte de la cama como los demás, ocuparte en algo que preferiblemente te haga feliz y aprovechar los ratos de ocio en actividades que disfrutes. Ni siquiera la vida más ideal responde al adjetivo de fácil. Todas las vidas, presumiblemente, son lo suficientemente largas como para conocer el placer y el dolor, el amor y el desencuentro, la ilusión y la tristeza.

      El mal hábito al que me refiero aquí es agarrarse a una ilusión que, por no corresponder a tu naturaleza, puede resultarte tan inaccesible como un papel protagonista en Hollywood. Aunque los caminos que te hayan llevado hasta esta ilusión pueden ser muy originales, lo más habitual es que creas poder acceder a ellos por imitación. Te fijas en aquellos que tienen aquello que tú careces y piensas que como ellos han podido, tú podrás. Una equivocación como otra cualquiera.

      Otra de las posibilidades es que pretendas cumplir la ilusión de alguien, llegando a confundirla como propia. Pretendes cumplir las supuestas expectativas que un día desafortunado alguien puso en ti y lo único que sientes es decepción tras decepción. No sería de extrañar que quien deseaba lo mejor para ti con sus expectativas te llevó precisamente a conocer lo peor de ti. Realmente lo que es bueno para ti no tiene porqué ser bueno para el que habita la puerta de enfrente. Mi padre, en particular, quiso legarme genes y profesión. Para mi infortunio pretendió lo segundo pero tuvo éxito sólo en lo primero. Pasé muchos años de mi vida rodeado de personas a las que pretendía parecerme y sólo conseguí confundirme con ellos disfrazado con un traje y una corbata. Y digo disfrazado porque, mirando atrás, me veo como una persona invitada a una fiesta de carnaval con el disfraz equivocado. Un disfraz que siempre me resultó incómodo por las cualidades que suponía requerir y yo no reunía. El cordero con piel de lobo era mi disfraz, gracioso por lo diferente. Si el hábito no hace al monje, el traje tampoco parece hacer al ejecutivo.

      No se trata de aguarte ninguna fiesta, sino de que no te invites a aquellas fiestas que no son para ti. Aparentemente todas son divertidas pero no todos disfrutamos con el mismo tipo de fiestas. La gran ventaja de las ilusiones es que uno mismo se invita sin darse cuenta, y se ilusiona con ellas, con la misma facilidad con la que uno se echa una siesta después de una buena comida. Con mucha suerte, un día cualquiera puedes sorprenderte al darte cuenta de que eres el único pasajero del autobús que sonríe por la mañana. Alguna explicación debe haber detrás de tu sonrisa cuando los demás parecen estar dándole a la batidora sin cesar.

      Cuando una ilusión es inaccesible, conviene que renuncies a ella porque seguramente no te corresponde. Ni los siete enanitos pueden aspirar a la grandeza de Gulliver, ni el Doctor Watson podrá nunca hacer sombra a Sherlock Holmes. Aceptar nuestras limitaciones es el primer paso para poder trabajar con las ilusiones accesibles, aquellas que se ajustan a nuestra naturaleza y son alcanzables con dedicación.

      Si no eliges bien tus sueños, pueden convertirse en pesadillas de decepción o en frustraciones amargas. Historias que suelen acabar siempre en un doloroso abandono y en la renuncia no sólo a lo inaccesible, sino también a lo accesible. En el momento en que uno se reconoce como una persona incapaz deja de distinguir entre debilidades y habilidades porque cree no reunir ninguna de las últimas. El destino final es el castigo de no creerse merecedor de la más mínima satisfacción y, sin embargo, sí del fracaso, la apatía y la tristeza.

      Si toda ilusión esconde unas expectativas, cuando éstas son desproporcionadas las ilusiones se convierten en inaccesibles. Estas últimas nunca se satisfacen porque se encuentran en el mundo del idealismo, donde todo parece posible pero nada es real. Las ilusiones inaccesibles, aunque tienen el atractivo de las grandes cumbres, no siempre tienen las mejores vistas. Seguro que conoces pequeñas colinas con vistas al mar que no tienen nada que envidiar a las montañas que se elevan sobre el resto del paisaje como monumentos a la grandeza. Puedes romper los tópicos y ser cabeza de ratón o cola de león. Tampoco debes olvidar que los logros son accesibles a cualquiera que sepa orientar las velas en la dirección que sopla su viento y no tenga prisa por llegar. Cuando te des cuenta de que realmente el destino no es lo suficientemente importante como para dominar tu vida, empezarás a disfrutar del viaje, lo único que realmente importa.

      Por otro lado, si no disfrutas del viaje el destino nunca será como lo habías soñado. Mirando atrás te darás cuenta que tu imaginación había contribuido a dibujar un paraíso idílico muy alejado de la realidad. Al igual que los documentales donde se muestran las ciudades en todo su esplendor y se oculta lo que desluce, tus sueños habrán teñido la realidad con los colores del optimismo y habrán ocultado los detalles menos agradables.

      Renunciar a las ilusiones inalcanzables ayuda a evitar los extremos y a cambiar los placeres intensos por las sensaciones agradables. Los placeres intensos se extinguen sin dejar poso, las sensaciones agradables sedimentan capa a capa en un bienestar que se adhiere a nuestra salud y contribuye a superar las dificultades.

      Hábito nº3. La visión embudo

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