Alberto Caselles Ríos

Cómo superar el trastorno bipolar


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Aunque he sufrido esta noche en más de una ocasión, tengo una conclusión para ti. Si tu vida te ha llevado a sufrir tan amarga experiencia, no tengas miedo. Tu vida puede cambiar y es más fácil renacer que volver a morir.

      Otra de las situaciones que agravó mi salud, justo en el momento en que estaba empezando a recuperarme, fue una nueva desgracia en forma de diagnóstico. A nuestro segundo hijo, en la última ecografía del embarazo de mi mujer, le detectaron, antes incluso de nacer, un aneurisma cerebral de un tamaño considerable. Conocer, en palabras de un neuropediatra, que tu hijo no va a sobrevivir al parto debido a una malformación arteriovenosa en el desarrollo del embrión, es una experiencia especialmente dolorosa. Uno de los mayores motivos de ilusión que una persona puede experimentar en su vida, se convirtió en una de las experiencias más amargas que un padre puede llegar a sufrir. Un nacimiento deseado se transformó en un duelo anticipado, incluso antes de ver el rostro de mi propio hijo. Varias semanas dedicado a intentar no transmitir a mi mujer mi preocupación antes del parto, fueron suficientes para quebrar mi salud una vez más.

      Contra todo pronóstico, mi hijo sobrevivió y tras cuatro embolizaciones, tres de ellas siendo todavía un pequeño bebé, consiguió salir adelante. Hoy es el día que Roberto ya ha cumplido once años y es la viva imagen de la alegría, la vitalidad y las ganas de vivir.

      Tras recuperar la salud y regresar a la empresa familiar, fui adquiriendo habilidades con una recompensa insólita: la consecución de un logro profesional importante me hace sentir que el regalo que llevaba ocho años intentando abrir no era más que una caja vacía. Si la suerte va por barrios, en el terreno laboral a mi barrio parecía no tocarle nunca. Me había demostrado a mi mismo que era capaz de desempeñar mi profesión de una manera eficiente y el resultado fue descubrir que había cumplido mi propósito. Mi único propósito era cumplir un propósito y después de haberlo logrado parecía no haber otro, con la desagradable sensación de seguir caminando con una piedra en el zapato.

      La satisfacción del deber cumplido, tan conocida por muchos, seguía escondida en alguna parte o los supuestos “deberes cumplidos” no me reportaban ninguna satisfacción. Tardé tiempo en reconocer que la responsabilidad libremente asumida para elegir mi propio camino me resultaba más saludable. Cada vez que terminaba cualquier tarea sencilla o completaba un trabajo más elaborado, una pregunta me generaba una ansiedad fuera de lo normal: ¿Y ahora qué?.

      Vivir una rígida rutina de trabajo como un castigo, y la inactividad como una fuente permanente de ansiedad, es una forma más de sufrimiento que, afortunadamente, no afecta a toda la población. Las personas con una semilla de creatividad no son fácilmente adaptables a la sociedad actual, dominada por la especialización y los procedimientos poco flexibles. La misma creatividad que me permitió, un día sentado frente a la mesa de mi oficina, simplificar la situación como nunca antes lo había hecho en mi vida. Llevaba más de diez años casado con una profesión en la que la convivencia nunca había sido cómoda ni agradable. Económicamente hablando, contaba con la privilegiada ventaja de poder hacer un alto en el camino. Abandonar una profesión es un salto al vacío, pero cuando uno no pisa terreno firme, puede ser una opción muy recomendable. En cualquier caso no se trató de una cuestión de valentía, sino de una cuestión de salud. Escuchar a tu propio cuerpo cuando se queja es la mejor manera de despertar a una situación imposible de manejar y a la que hay que tratar de poner algún remedio.

      Curiosamente, la escritura fue la tabla que me salvó del naufragio vital. Descubrí su atracción casi instantáneamente, como en un cruce de miradas entre dos personas que nunca antes se habían visto. Jugar con las palabras, para el amante del placer de escribir, estimula la imaginación de una manera capaz de despertar incluso los sentidos más adormecidos. Además de un interés real por concluir mi primer libro y compartir una experiencia, había otros tres motivos que me parecieron importantes y pensé que jugarían a mi favor. En primer lugar, dispondría de todo el tiempo necesario para concluirlo, una oportunidad para poder marcar mi propio ritmo y llevar una vida tranquila. Era más que evidente que el estrés me estaba desgastando y necesitaba un poco de aire para acabar con una sensación de angustia que era ya parte de mi vida.

      El segundo motivo tampoco lo olvidé. Aunque volviera a sufrir posibles crisis como las que había vivido en los últimos años, el libro estaría siempre esperándome en el momento de mi recuperación. El último fue simplemente una intuición: un objetivo de largo plazo me ayudaría a serenarme y mantener mi atención en una meta concreta, aparentemente alcanzable y que merecía la pena. Así lo pensé y así lo hice.

      Tras comenzar una novela que supuso mi primera incursión en un mundo desconocido, comencé un ensayo que es fiel reflejo del qué, el cómo y el porqué de mi experiencia. Una vez concluido mi primer libro, todavía sin publicar, comencé el que tienes entre tus manos convencido de que podría escribir un segundo libro centrado específicamente en mis conclusiones respecto al trastorno bipolar. Un libro con un propósito muy claro y una sana intención: si te identificas en algún sentido con mi experiencia, quizás puedas interpretar la tuya desde una nueva perspectiva y reorientar tu vida si lo crees conveniente. Los próximos capítulos contienen muchas respuestas a preguntas que fueron surgiendo como una necesidad por comprender. Sin haber conseguido responder a muchas de ellas, nunca hubiera llegado a conocerme y aceptarme, primeros pasos imprescindibles para encontrar el equilibrio emocional.

      Hoy es el día en que reconozco la importancia de dar siempre un primer paso en la buena dirección. El mayor premio no ha sido este libro que acabas de comenzar, sino el haber encontrado una salida al laberinto de desorientación, confusión y vacío existencial en el que me encontraba; un laberinto que me condujo a una inmensa llanura que disfruto y transito con ilusión.

      Un pasado reciente

      “Abandonar puede tener justificación;

      abandonarse no la tiene jamás”

      Ralph Waldo Emerson

      Hace ya más de seis años que abandoné mi profesión. Poco a poco e inesperadamente, el ruido de fondo empezó a desvanecerse y comenzó a sonar una agradable melodía.

      Cuando una persona afronta un cambio vital tan radical surgen una serie de miedos, la mayoría de ellos infundados, y todos ellos consecuencia de la incertidumbre. La nueva situación a la que uno se enfrenta es imposible de imaginar y resulta tan fácil como frecuente equivocarse al tratar de intuir qué vendrá después. Reinventarme, en el sentido más amplio de la palabra, supuso un balón de oxígeno que me despertó a una nueva realidad, pasando de una existencia de sufrimiento y desenfocada, a una vida rica y llena de matices. Todos deberíamos obligarnos a parar cuando la maquinaria empieza a hacer ruido. La capacidad de sufrimiento no tiene límites y puede conducirnos a un pozo tan profundo como oscuro si no tomamos alguna decisión a tiempo.

      En este sentido soy un claro ejemplo de lo que no hay que hacer. Tardé más de diez años en reaccionar, convencido de que podía ser capaz de meter un barco dentro de una botella de cristal simplemente porque había visto que, mis compañeros de universidad, lo habían conseguido sin mayores problemas. Si le obligara a cualquiera de ellos a escribir un libro es posible que se sintieran de una forma muy parecida a la que yo me sentía ejerciendo una profesión heredada. Descubrir que soy capaz de hacer lo que la mayoría no es capaz de hacer, como escribir un libro, e incapaz de hacer lo que muchos son capaces de hacer, como trabajar en una oficina, me invita a sugerirte que reclames siempre tu propia individualidad. En una sociedad uniforme, las personas con dificultades de adaptación partimos con una clara desventaja, y he de reconocer que, en cierta manera, envidio a las personas capaces de adaptarse porque están menos predispuestas al estrés y el sufrimiento. Ante mi propio asombro, alejarme del entorno laboral supuso, casi de inmediato, empezar a recobrar la salud.

      La vida, sin embargo, todavía tenía guardada una sorpresa para mi en forma de tragedia. Despertar de madrugada con el estruendo de una explosión en tu propia casa debido a una negligencia profesional, me robó la vida de mi mujer y estuvo a punto de llevarse mi propia vida y la de mis dos hijos. No es difícil imaginar que una experiencia tan traumática y aterradora como el sobrecogedor silbido de las llamas envolviendo tu casa en la oscuridad de la noche, cambia radicalmente la vida de un hombre. Despertar en la unidad