Alberto Caselles Ríos

Cómo superar el trastorno bipolar


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un artículo acaba de despertar en ti un deseo capaz de estimular tu esfuerzo casi de forma instantánea. Un esfuerzo que se traduce en un número considerable de horas de estudio o dedicadas a adquirir otras habilidades durante el periodo de formación. Este simple ejemplo parece demostrar que el deseo, un mecanismo de proyección a futuro, puede actuar como un interruptor que moviliza los recursos de una persona sin ni siquiera darse cuenta. En este caso concreto, el deseo es inmediatamente materializado en forma de imágenes que representan todas las necesidades o lujos que se podrían satisfacer con un sueldo tan llamativo. Uno mismo se proyecta como protagonista de una película donde el éxito profesional y el dinero forman parte del decorado de tan agradable película incluso antes del estreno.

      La versión menos agradable de la proyección a futuro es aquella que nos limita o retrae, llegando incluso a paralizarnos. Volvamos al ejemplo del estudiante que ya ha iniciado su formación para convertirse en controlador aéreo. La historia continua y cambia el decorado en un abrir y cerrar de ojos. Fortuitamente cae en tus manos un periódico, de nuevo, en el que una noticia sobresale sobre las demás: “Un controlador aéreo ha sido cesado, acusado de una conducta inaceptable, en un accidente entre una avioneta y un helicóptero que costó la vida a tres personas”.

      Tras leer estas líneas, te proyectas de nuevo a futuro y te imaginas protagonista en la dramática situación que el artículo describe, pudiendo llegar a sentir un escalofrío recorriendo todo tu cuerpo, o el corazón saltando dentro de tu pecho. La sensación de pánico de una situación sólo vivida en tu imaginación podría ser suficiente para paralizarte y hacerte dudar sobre tu verdadera valía o elección profesional.

      Con este sencillo ejemplo sólo trato de ilustrar que no sólo aquello que vivimos o hemos vivido puede condicionar nuestras reacciones corporales y nuestras decisiones vitales. El filósofo Arthur Schopenhauer, conocido como el maestro del pesimismo, ya reflejaba en su desconocida obra “El arte de ser feliz” que “la alegría y el dolor intenso siempre se dan en la misma persona, porque ambos se condicionan mutuamente y también están condicionados por una gran vivacidad de espíritu [….] No son producto de la pura actualidad, sino de la anticipación del futuro”.

      Una vez más, la filosofía se adelantaba a las neurociencias en el tiempo. Basta con imaginar una situación para poner en marcha nuestros recursos o despertar en nosotros mismos emociones tan intensas como las que experimentaríamos en una situación real. Años después de haber conocido la euforia, reconozco en ella una reacción emocional a un deseo muy intenso que, artificialmente, sentí repentinamente satisfecho. Añado la palabra artificialmente porque, en la práctica, mi experiencia personal me vino a demostrar que realmente no había logrado satisfacer el deseo de una manera estable. Había conseguido acariciarlo pero el deseo seguía tan escurridizo e inaccesible como siempre lo había sido. A pesar de sentirlo como algo real, alcanzando de esta manera una sensación de plenitud difícil de describir, se trataba de un castillo en el aire que no tardaba mucho en caer violentamente al suelo. La euforia, en mi caso particular, era un gran rascacielos construido sobre una ciénaga. Afortunadamente, sólo estaba habitado por mi. Aunque el riesgo es personal, el sufrimiento siempre es compartido por nuestros seres más queridos. Estas conclusiones sobre mi propia experiencia me invitan a hacerte las siguientes preguntas.

      ¿Llevas mucho tiempo proyectándote a futuro en una situación, en cierta manera, ideal?

      Si es así, ¿podría esconderse tras esa proyección un deseo muy intenso que no has logrado satisfacer durante mucho tiempo?

      Puede que sea un buen momento para que reflexiones sobre las sensaciones que te desbordaban cuando te sentías eufórico. Yo tardé casi diez años en conseguir que se iluminara esta bombilla, y surgíó de forma espontánea después de haber encontrado la serenidad y el bienestar psicológico. También soy consciente de que si no hubiera vivido el trastorno bipolar desde dentro, nunca podría haber llegado a ninguna de estas conclusiones que han sido vitales para mi recuperación y que me han permitido llegar a muchas de las conclusiones de este libro.

      Encontrarse ante una situación sin salida aparente es una de las sensaciones más angustiosas que se pueden experimentar. Ver cómo uno se derrumba mientras los demás siguen en pie suele coincidir con la bajada del telón ante la expresión de asombro de los espectadores.

      Tratar de comprender, evitando convertir el pensamiento en un mal vicio, es la única manera que encontré para ir abriéndome camino en la oscuridad de mi propia ignorancia; de mis limitaciones y mis deseos, de mis frustraciones y mis posibilidades. Siempre he pensado que las posibilidades de todos y cada uno de nosotros, son más de las que aparentan ser. No pretendo defender la idea de que siempre hay una salida porque hay situaciones de vida miserables que pueden ser muy difíciles de resolver y dejar secuelas que sólo el tiempo o un buen equipo médico pueden cicatrizar. Me refiero, en concreto, a aquellas situaciones en que podemos comenzar a mejorar tomando las decisiones necesarias para empezar a soltar lastre, y sin embargo, no hacerlo puede costarnos la salud.

      John Lennon dijo en una ocasión que la vida es lo que pasa mientras estás haciendo otros planes. Vivir en el futuro, además de exponerte al riesgo de atragantarte con él, supone perderse la vida que transcurre en el hoy. Atragantarse con el futuro suele manifestarse como síntoma en forma de euforia. Ser incapaz de parar la locomotora de los deseos, las expectativas y los planes de futuro suponen una presión sobre la rutina del sueño que no debemos permitirnos.

      Hábito nº2. Las ilusiones inaccesibles

      “Los estados de ánimo son la estela de nuestros actos y gestos, todos los intersticios por los que nuestro pasado, o nuestras expectativas, se autoinvitan a la mesa del presente”

      Christophe André

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      Carmelo Vázquez y Gonzalo Hervás, catedrático de Psicopatología y doctor en Psicología respectivamente, relacionan ilusión y expectativas llegando al extremo de identificarlas; “el término ilusión en español se utiliza para aludir a una emoción muy peculiar, que hace pivotar su carácter positivo no en el hecho positivo en sí sino en su expectativa”.

      Las ilusiones humanas se caracterizan por las expectativas que se esconden tras los sueños, concebidas de una forma ideal con el inconveniente de la volatilidad de nuestra propia imaginación. He llegado a pensar que quizás no sea tan excepcional la sensación de caja vacía que experimenté al desenvolver finalmente el regalo tan esperado de sentirme simplemente capaz en el desempeño de mi profesión. Los motivos para experimentar esta decepción al alcanzar un deseo pueden ser variados y tener distintos orígenes. En cuanto a las expectativas, si esperabas ver estrellas de colores al ver cumplido tu sueño, lo habitual es que sientas una ligera decepción porque si nada es lo que parece, mucho menos nada es tal y como se imagina.

      También puedes sentir un cierto vacío al ver cumplida alguna de tus ilusiones, si tras ellas no había una verdadera necesidad o la ilusión se trataba de un simple propósito. En la práctica, pocas ilusiones requieren de una sola habilidad y hace falta alcanzar la maestría en varias de ellas para poder llegar a acariciarlas. Sin olvidar que la suerte también cuenta.

      Por ejemplo, has logrado adelgazar y, al tiempo, te das cuenta de que la vida es más que una talla. Has conocido al hombre que pensabas sería el hombre de tu vida, tan delgado como tú, pero ha resultado ser también el más insoportable de tu vida. Has conseguido un propósito pero te has encontrado una caja vacía. O quizás acabas de comenzar una nueva relación de pareja donde la química siempre funciona junto con la física. Al cabo de un tiempo, tienes la mala fortuna de reconocer que la relación no ha tardado mucho en acabar sin física ni química.

      Por el contrario, la ilusión se convierte en alegría permanente cuando ésta se corresponde con una necesidad genuina. Sucede en las situaciones personales en las que un sueño se corresponde con una necesidad vital, donde todo cambia y uno se adentra en una nueva dimensión.

      Siguiendo con el ejemplo anterior, si necesitas adelgazar para sentirte bien contigo mismo y lo logras, tu vida puede dar un giro de ciento ochenta grados. Lo mismo sucede si vences