una afirmación universal: «Entonces, nada es». Pero se ha visto que los seres individuales son sustantivos; decir «nada es» es negar que haya seres individuales. Por el simple hecho de que los seres individuales perecen y desaparecen, no se autoriza la deducción de que ningún ser es realmente: es decir, debe afirmarse que ningún ser es indestructible o eterno. Tal negación llevaría también consigo la negación de los seres individuales, de los cuales se ha partido, y esto implica una contradicción.¿En qué sentido podrían los seres «individuales» participar de la irrealidad?, ¿simplemente por su limitación y su transitoriedad? Pero como se ha visto, forman constelaciones que relacionan estrechamente a los unos con los otros, si consideramos que la limitación de los seres individuales participa del no ser, o de la nada, como las ilusiones, las formas, los colores, los cambios, las destrucciones. En ese caso, el ser en general, o el ser en sí, crece alrededor de cada uno de ellos hasta ocupar las dimensiones de la realidad sin límites; esto se vio en la metáfora del rayo de luz que penetra en la habitación oscura: lleva consigo su límite, su transitoriedad y su extremo final, o su nada. En el conjunto general de los seres, la nada se instalaría como un «ser en sí» universal. Podemos esquematizar la alternativa entre dos extremos visibles: Figura 19 Estaríamos entonces en una oscilación constante entre el ser y el no ser, y la eliminación de los seres individuales terminaría con la afirmación de un «ser en sí universal», que podría también llamarse un «no ser». De todos modos, la afirmación de que «nada es» nunca podría alcanzar la realidad de los sustantivos individuales, en que en «cada uno es ser». Habría entonces dos interpretaciones de lo mismo: la irrealidad de los seres individuales tendría su contraparte en la realidad del ser en sí: «Lo que en un caso es tratado como ser, puede también calificarse de no ser» (ibid., p. 249). Lo que es discutible en los seres particulares es la palabra «perecer». Si el ser se entiende en su auténtica presencia como amor, odio, deseo, acogida o frustración, el «perecer» dejaría de asemejarse a la nada. Seguiría presente en las mil vinculaciones entre yo y el otro. El simple cambio, la transformación, el eclipsarse de los seres individuales, no tiene nada que ver con el «perecer», y mucho menos posee un valor ontológico; la razón de ello es que su ser está ligado a la intersubjetividad. El hecho anterior nos obliga a cambiar sustancialmente los términos de la pregunta, ya que nunca podríamos alcanzar un ser en sí universal, aunque juntáramos en un solo bloque los seres individuales para alcanzar un ser en sí general; no se trata aquí de cosas, separadas idealmente unas de otras. Un ser captado en su realidad es inseparable de lo que se ha llamado «exigencia de ser»; es decir, el ser no es separable en ningún momento de su valor. Entonces la pregunta se transforma en la siguiente: la «exigencia de duración» y de «perpetuidad», ¿está implícita o no en la «exigencia de ser»?La respuesta de Marcel empieza con una definición negativa que se coloca en la boca de un personaje: «Amar a un ser, es decir, tú no morirás» (ibid., p. 251); reconoce que el lazo es indisoluble. La exigencia de ser es inseparable de la exigencia de inmortalidad, en cuanto el ser, aunque sea únicamente individual, implica el amor: «El amor no es algo que viene a injertarse desde afuera a la afirmación del ser» (ibid., p. 262). Es como encontrar en el ser algo que permite negar su destrucción: «Franquear el abismo de eso que llamo indistintamente la muerte» (ibid., p. 263). A través del amor al ser, es decir, a través del valor que el ser posee, se encuentra la necesidad de continuidad a pesar de todas las transformaciones.Alguien podría preguntarse si no es solamente una ilusión subjetiva. Pero no puede darse tal ilusión si el «ser se da con el otro», es decir, en la intersubjetividad. La afirmación del amor se niega a sí misma en favor de aquello que es conocido y afirmado; se niega a «tratarse a sí mismo como subjetivo, y por eso no es separable de la fe, es la fe» (ibid., p. 264). Esto implica, por supuesto, entender la experiencia en aquella amplitud y multiplicidad de potencialidades que se ha tratado de aclarar anteriormente. Esta afirmación podría tomarse como una transgresión a la pura racionalidad para entrar a un mundo no racional. Sería mejor llamarlo transracional, en el sentido de que, quien trasgrede la racionalidad epistemológica no es la conciencia, sino la vida misma en todas sus valencias: la fe, exigencia parcial del «ser» (particular), que recuerda el todo como conquista –amor– deseo, posibilidad real.
2. Segunda parte. Ontología fenomenológica
Hasta aquí, los modelos de aproximación al ser de quienes siguieron una ruta similar a la de la fenomenología. Ahora intentamos la aplicación personal del método. Seguiremos la obra Lógica formal y lógica trascendental. Ensayo de una crítica de la razón lógica, de Husserl (1962, p. 56), y contestaremos a las preguntas sobre el ser a partir de la experiencia personal de mi yo particular. La experiencia de que hablamos es la experiencia empírica, que se da, de las cosas materiales. Es una experiencia intuitiva, propia de mi capacidad de ver, sentir, oír, saborear, sopesar, valorar. Es una intuición, directa e inmediata, de las cosas; una intuición primero ingenua, y crítica después. Tal experiencia intuitiva, es intuición de algo (un fenómeno), algo nuevo, diferente.
Utilicemos dos ejemplos: «veo un niño que juega en el prado», «veo un pájaro en la ventana de mi estudio»; en ambos, me sorprende la vista, el color, el movimiento, la forma. La intuición directa es, por cierto, algo nuevo, una sorpresa, algo que despierta mi conciencia: es ingenua, acrítica, pero puede volverse crítica si le aplico mi reflexión. En un primer momento, es pasiva, pero se vuelve activa si le pongo atención. Fijémonos en este primer momento de la experiencia; Husserl la llama génesis pasiva. La palabra génesis ya es fruto de una reflexión; mientras, el primer momento es de impacto, preconsciente, un despertar en el cual la conciencia se sorprende, no es categorizable, no tiene forma ni nombre, es prepredicativa.
Multipliquemos los ejemplos: «atravieso la calle y tropiezo en contra de una loza emergente, casi me caigo, pero reacciono», «camino al atardecer, y de repente los faros de un carro me deslumbran, me repongo del sobresalto y trato de ver», «abro mi cuaderno de clase, y de inmediato encuentro un sobre con un mensaje: “me extraña esa compañera”»; «remuevo las hojas verdes y descubro un nido de colibríes que me intriga»; «recojo conchas a la orilla de la playa, y cae en mi mano una pequeña tortuga y la admiro». Los ejemplos se pueden multiplicar hasta el infinito y llenar mi vida de sorpresas, de novedades, de fenómenos inesperados; sin embargo, todos poseen un elemento común: son intuiciones directas de cosas que despiertan mi conciencia y se someten a mi reflexión. Esta clase de experiencias posee ciertas características:
1 Es repetible, son actos de mi yo y de mi vida: primero, ingenuos; luego, conscientes y críticos.
2 Es ampliable: este mismo fenómeno crece, se extiende ante mí al tratar de completarlo. Puede crecer en fuerza, en dimensiones (su extensión crece hacia la distancia en amplitud experimental), en intensidad (su calidad es variable en peso, sabor, dureza, peso, sonido), en duración (es tiempo real cosificado, materializado).
3 Es analizable críticamente, por comparaciones físicas, por diferencias, por la conciencia lógica del poder físico material.
4 Es sintetizable, con actos previos complementarios, sobre la base de mi yo experimentante, de mi continuidad y de mi unicidad.
Con estos cuatro elementos, puedo diseñar una exploración a partir de un solo punto, de un fenómeno material, de cada acto de intuición, para desarrollar intuitivamente su dimensión ontológica.
2.1 La diferencia denota el existir
El fenómeno del pájaro en mi ventana me proporciona la entrada al mundo plural de los entes materiales: el pájaro vuela, viene por el aire, me trae la luz del día, la agitación del viento, el sonido de su pico al devorar semillas en la repisa de la ventana. El pájaro es una cosa contrapuesta a innumerables otras que destacan por su diferencia. Es concreto, es un ente unitario, viviente, limitado, uno entre muchos, también visibles en la misma experiencia numerable, apreciable, rememorable: cada uno con sus diferencias. Veo sus ojos como chispas de vida, su pico amarillo y agudo, sus plumas de color pardo, sus patas delgadas: veo todas con sus pequeñas diferencias en la divergencia principal de la unidad. No hay duda acerca de su unidad, opuesta a la pluralidad del viento, de la luz, de los granos, de las flores, del bosque.