de esta experiencia me cuestiona acerca del ente, que es un niño, y de los demás entes: el patio donde juega, el cerco de arbustos verdes, la pelota del juego, el discurso de los compañeros. En este horizonte se mueve la experiencia del niño. Es dinámico, organizado, quiere ganar, pone las reglas, invita a los demás niños. La pluralidad del niño demuestra su diferencia en un doble plano:
1 Plano físico. En esto es análogo al pájaro; tiene figura diferente, estilo, movimiento, acciones; no es pájaro, es diferente, existe como diferente, es un ente nuevo, diferente: está en la pluralidad ontológica de las diferencias = existe.
2 Plano intelectual. Se contrapone a la vida del pájaro. Es pesado, posee fuerzas, expresa sentimientos, utiliza el lenguaje, hace gestos simbólicos, se organiza, mide el lugar, se ubica.
No es solo un ente más en la pluralidad óntica, sino que añade una dimensión desconocida: comunica sus ideas, sus planes, sus intenciones, porque es un ente espiritual con características bien comprobadas y diferenciadas, que lo convierte en una singularidad única, pero no unitaria. Por su existencia, entra a la serie de entes existentes múltiples. Con los niños se suman adultos, hombres y mujeres sin número, actuales y posibles. Se llena el espacio y el tiempo, se trazan un recorrido y una historia, la actividad y la creatividad de los entes múltiples racionales, singulares e irrepetibles, en sus diferencias enlazadas por caracteres, análogas, pero nunca idénticas; ilimitadas, pero no infinitas; atadas físicamente pero, a la vez, opuestas en su existencia; en proceso, pero nunca terminales.
Con ellos se produce y se afirma la ontología fenomenológica: nunca total, pero siempre existente... un universo múltiple de seres diferenciados e intercomunicados, pero sin perder su identidad, lo cual genera una ontología individual, participativa, libre y sistemática, abierta sin agotarse, no dual ni repetitiva, sino plural; renovadora de sus propias existencias, negada al eterno retorno de lo mismo y expuesta a los desafíos; ontología de seres existentes, incompleta y fragmentaria, espectacular, rica, poderosa, pintada y musical. En esta ontología no es el nido el que forma el pájaro, sino el pájaro quien construye su nido; no es el juego el que inventa al niño, sino es el niño que inventa el juego; no es la lluvia la que hace crecer los árboles, sino los árboles que absorben la lluvia para florecer; no es la raíz la que hace colorear la rosa, sino la rosa la que saca perfume de su raíz; no es el sol el que hace verdear el prado, sino el tierno césped el que transforma la luz en sí mismo. El orden ontológico de la jerarquía de lo existente crea las diferencias que dan ser al ente. El camino de entrada sigue un orden:
Figura 20
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La palabra «diferencia», puesta aquí al comienzo del proceso, necesita una aclaración. Se toma la diferencia, no como algo negativo, sino como lo más positivo, inmediato e impactante que nos pueda dar la intuición inmediata. Veo esta mesa y la oposición entre su presencia, y las demás cosas con las cuales puede relacionarse. La mesa es diferente: no porque no sea silla ni pared ni piso ni techo. Puedo medir las distancias entre la mesa y estas cosas que he nombrado, pero esto no me da la diferencia de la mesa, sino solo conceptos negativos de lo que la mesa no es. La diferencia de la mesa es ella misma, es lo que la hace ser cosa ante mí, lo que me cuestiona; lo que tiene sitio, lugar, medida, forma, duración, color, resistencia, lo que habla de ella, lo que la hace existir. Por tanto, lo primero que encontramos en la experiencia es esta diferencia existente, que se da con todo su poder, y su poder es existir. Si se quiere la diferencia es solo su superficie, pero una superficie que nos permite entrar en profundidad hasta saber lo que es; y «lo que es», es su ser. De este modo, lo que llamamos «diferencia» está vinculado estrechamente con su existencia: es diferencia y existe (no importa que sepamos o no de qué ser se trata).
La segunda palabra en este orden es precisamente la existencia de la diferencia. Existir dice lo máximo de la presencia, tan presente como el mismo yo que la percibe, tan evidente que no se puede negar razonablemente su realidad. Pero el existir nos remite directamente a algo que existe, a algo analizable y comprensible: este algo es la esencia, la estructura inteligible de este existir que percibimos. Este algo se da por alguna razón que lo justifica, y este es el ser. El ser es el fundamento del existir, de lo que comprendemos: el ser fundamenta la esencia y el existir de la cosa o ente. El ser puede encerrar en sí un alto nivel de potencialidad, que debe ser unificado para ser comprendido; la unidad de todo el potencial del ser es el ente. Por esta razón encontramos la unidad última de nuestra experiencia en el ente, y no podemos dejar de visualizar el ente, el cual sintetiza el ser que conocemos. Al mismo tiempo, el ser de una cosa encuentra su límite en la unidad del ente. El ser de un ente es, pues, un ser limitado. Cada ente posee su propio ser. El ser de un ente no es el ser de otro ente; en esto, lo que manda es la diferencia. El análisis fenomenológico nos ha conducido a la pluralidad de los seres materiales, y de los entes propios de este tipo de experiencia.
El orden anterior (1, 2, 3, 4, 5) es el proceso experimental de la intuición inmediata, ingenua y después analizada críticamente, es decir, el proceso de mi yo. En cambio, el orden que se da en la distribución del poder es contrario al anterior. En el orden del poder, conseguimos la secuencia siguiente: La inteligencia domina la vida... hay un orden de seres; la vida triunfa sobre lo meramente físico... otro orden de seres; lo físico estructura los elementos inferiores y atómicos... otro orden de seres; los átomos asumen los principios elementales, las masas anónimas, las nubes cósmicas y las vibraciones... un orden difícil de definir como orden de seres. Esta escala es degradante, la diferencia individual –entre cada ente– en cada grado es menor y tendiente a cero, pero el cero unitario no existe, sino solo posee valor conceptual.
El ser, que se da en la experiencia inmediata sensible, es finalmente un ser concreto, incorporado a un ente, singular, y multiplicado en cada ente diferente. Este no constituye la realidad última del ser, sino solo el resultado de nuestra experiencia sensible: la visión directa de sus múltiples significados. El ser se ve como una multitud de seres que llenan el universo y que desafían la conciencia del yo humano. Un concepto más general del ser en cuanto tal será más tarde el resultado de otro tipo de experiencia: la experiencia ideal.
3.1 La esfera ideal
Hasta este momento, se ha analizado únicamente la experiencia intuitiva, inmediata y sensible de las cosas; es una experiencia evidentemente material, pero existe, en el individuo humano y en mi propio «yo», la conciencia de un segundo tipo de experiencias que pertenece a la actividad exclusiva del espíritu: la experiencia de las entidades pensadas. Esta experiencia nos abre una nueva perspectiva sobre el ser. La experiencia espiritual, o ideal, consiste en analizar pensamientos asimilados por el yo y memorizados, o bien creados, en mi mundo ideal. El análisis de la experiencia ideal sigue el camino siguiente:
1 No es experiencia de cosas reales, sino de ideas, recuerdos, pensamientos.
2 Analiza emociones, valores, razonamientos, todo lo que se efectúa en el mundo ideal del espíritu pensante; no en un mundo real.
3 El análisis comienza con experimentar algún ente ideal, en cuanto ideal: el sentido de un libro, de una obra de arte, de un discurso, de un gesto recordado, de una esencia generalizada; una figura geométrica, un cálculo matemático, una ideología y cualquier entidad abstracta.
Por ejemplo, se me ofrece al pensamiento (de repente) una ficha de dominó, un rectángulo con el número tres. Esta ficha se me grabó en la memoria y ahora se me hace presente en mi conciencia: ahora pienso en esta ficha particular, que es una entidad mental. Esta experiencia pertenece a la esfera ideal. La puedo describir: posee su «diferencia» (es rectangular, no es cuadrada ni redonda, es número tres, no es cuatro ni seis). Entonces es algo que existe, pero no es real. Su existencia es ideal, es algo que me pertenece como una idea y despierta mi atención, se hace consciente. Tiene sentido, tiene un ser ideal, como significado de esta cosa ideal: que es un pensamiento individual analizable, relacionable, generalizable, sin que deje de ser lo que es: una idea. Posee su «unidad», es un objeto ideal, una entidad en la mente.
El fundamento lejano