de contactos o de palabra generalizada); la vida del simbolismo abstracto, lógico y matemático; la vida del nivel metafórico y la vida del espíritu a secas. Aquí interesa el encuentro con la escala de seres, cada cual con su impetuosa vitalidad, cada cual con su apertura inconmensurable.
Aquella apertura que hace hablar a Teilhard de Chardin (1959, p. 97), sobre el fenómeno humano de la esfera de la vida, de la esfera de la conciencia, de la esfera de la mente y (2008, p. 36) del medio divino, como si fueran entidades reales y personales, algo más grandes que un simple individuo, pero igualmente concretas. Quizá con esto no se llegaría a Parménides, pero sí a Plotino (loc. cit.). Al contrario, al permanecer en los términos del ente individual, podría establecerse, al tomar algunos términos prestados de la antropología física, una progresión como la siguiente:
Figura 26
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Aunque probablemente no se alcance la plenitud deseada, «se da lugar al ser». Se considera el viaje dantesco como un descenso por el embudo del infierno, hacia el centro de la tierra, en la raíz del poder, en el sentido de conquistar el ser en sí, particular en su complejidad. Y la complejidad es tal, que por las valencias de este ser, de individuo a individuo, de un yo a otros, se consigue interpretar el mundo.
3. La conquista de seres espirituales
Un ser humano es capaz de encontrar el ser del acto experimental al regresar sobre sí mismo; entonces el ser en sí, particular, es su propio ser, su espíritu, encontrado ahí mismo, en el signo sensible de su subjetividad. Así, la intersubjetividad del ser se hace más evidente, por entrelazar su propio yo con el yo ajeno. El ser del yo, a pesar de no descubrirse como primer ser particular inmediato, posee el mismo origen en el acto experimental, el cual ilumina tanto la presencia del ser particular de las cosas como su propia posibilidad de actuar, en contraposición con las mismas, y su capacidad de autoexpresión y reconocimiento en el pensamiento y en el lenguaje. El pensamiento que regresa sobre sí mismo, desde la pluralidad de la experiencia, se reconoce y se identifica como espíritu.
También, en el caso del espíritu de este actor, se trata de un ser en sí particular, con su apertura hacia las cosas que se dan sucesivamente en el proceso experimental, y con la apertura hacia los otros «yo», que actúan con él en un nivel y una potencialidad más elevada de expresión. De este modo, «este yo» particular se apodera de la historia, de la cultura y de la sociedad. El acto de «ser» de este yo con el otro yo ensancha su horizonte en el presente y en el pasado, y proyecta su propio futuro. Se crea, así, todo un mundo de «seres» para su espíritu particular y el acceso al espíritu, igualmente particular, de otro y de otros, en una avanzada que promete llegar hasta el infinito. Se habla entonces de expresiones comunes, de lenguaje común, de cultura común y de vida comunitaria. Entidades que cesan de ser simples abstracciones para convertirse en el medio real de expansión y de historicidad de cada uno de nuestros «yo». Con esto puede hablarse, consecuentemente, de un mundo del espíritu, como se habla de un mundo de las cosas, cada uno con su propio ser particular y su efectiva potencialidad.
4. El ser en el lenguaje
Las expresiones, el leguaje y la cultura descansan ahora en esta particularidad de vida que se multiplica, más allá de lo subjetivo, y más acá de lo objetivo, porque esta terminología se ha vuelto inadecuada e inútil, y ha sido relegada al ámbito de la gramática y del discurso. No se va a negar el mundo del lenguaje y del discurso, ni el mundo del arte, ni el de la política y de la sociedad, pero se determinan en un horizonte diferente del reinado del ser particular. De hecho, toda expresión de esta clase puede fraguarse como una realidad concreta: el signo, la palabra, los símbolos, las estructuras, las organizaciones. Al entrar a esta dimensión, se incorporan al campo del «acontecer»: los mundos reales del arte, de la moral, de la vida civil. Pero su valor principal, su sentido, responde a generalizaciones conceptuales que no pretenden nunca agotar la conquista del ser en sí, que es particular, y mucho menos hacerse a su individualidad. En este contexto se habla de la ciencia de la cultura, de la ciencia del lenguaje, de la ciencia de la sociedad y de la vida política, con todo el valor y el límite de la ciencia en cuanto tal.
5. El ser de las cosas
En otro campo de realidades, el individuo en su identidad es la unidad límite hacia la cual tienden, y en la cual se encuentran las propiedades que se experimentan. Y por ser un límite (análogo al signo de infinito que se utiliza en el álgebra), señala una dirección real hacia un punto real al que nos acercamos sin realizar por completo su conquista. Por esto, el ser particular en sí, que se ilumina y brilla en la experiencia, es ciertamente real y concreto, pero nunca acabado y perfecto. El poder del ser de las cosas se degrada, en razón del nivel de los entes conocidos, desde lo más elevado, que es el ente humano:
Figura 27
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Esta escala de degradación del ser de los entes es meramente hipotética; sin embargo, es también experimental, si se ve la potencialidad de actividades en los diversos niveles. Si observamos la caracterización de los entes desde el primer nivel hacia abajo, resulta evidente que la diferencia entre un ente y otro, en el nivel humano, es máxima; y que va disminuyendo, de grado en grado, hasta llegar al «ser pura energía», que es todavía un ser material y, por tanto, con alguna «diferencia» que lo hace ser. El «ser cero» sería el puro vacío, y por tanto, inconsistente como materia (sin ninguna «diferencia»), es decir inexistente, o existente solo como una idea de la mente.
Al apreciarse esta escala en su conjunto, aparece deslumbrante el hecho de que cada grado superior asume en el ente las virtualidades de los niveles inferiores, para ser lo que es. Entonces, no es la estructura energética de la materia la que determina el ser, sino la potencialidad del ser, la que asume y organiza la materia en el ente. Con esto le reconocemos al ser del ente toda su dignidad y misterio, aunque cristalizado en una jerarquía de poder. Que el dominio máximo sea el del ser humano, creemos que es un hecho fuera de discusión y, por tanto, la máxima expresión del ser de un ente. Lo que realmente nos intriga es ver la merma de poder que se da en cada grado inferior hasta llegar a la «nada de ser» en la supuesta posición final. ¿Terminar en la «nada»? Esto significa que el «ser pura materia» no existe, y nos cuestiona. ¿Dónde se apoya la escala? Evidentemente no en un ser inexistente, sino en un poder cuya máxima expresión es un ente racional e individual. ¿Habrá que buscar en otra parte su fundamento real, desde el lado del cero? Aquí, lo único que se nos ocurre, es en las manos de Dios Creador (quien es poder, pero no posee ninguna diferencia material en el ser). Nuestra materia no puede existir sola: si existe es por una virtud de grado superior que le da la «diferencia». Pero este nivel superior no ha creado el mundo. Este poder existe en el mundo, como en los demás niveles del ser.
Tampoco puede pensarse que el poder superior en cualquier nivel se origina en la materia misma (concepción derivada de santo Tomás: de potentia materiae), lo cual supondría que de un ser inferior derivara un ser superior, causalidad contraria a toda lógica: que la nada produzca un ser. Esto tampoco se opone a la teoría de la evolución: todo puede evolucionar, y nada se lo impide, por el hecho de que las diferencias de niveles ya existen desde tiempos inmemoriales; y también las relaciones variables entre un ser y otro. Los cambios no serían efectos de la materia, sino del ser particular de cada caso.
Esta escala propuesta invierte nuestro modo corriente de imaginar los seres de los entes. El poder está en los niveles superiores. No podemos decir que deriva de la materia, sino que deriva de la clase de ser que se encuentra en la existencia. Esto no le quita al ser su fragmentariedad ni su pluralidad existencial, pero le restituye su prioridad y la capacidad de organizar el universo. Esta organización depende de las relaciones que cada ente particular establece con otros entes particulares, limitados; y de uno a otro, nos conduce hacia el infinito de los entes,