Nathan Burkhard

La herencia maldita


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a su esposo, al rey por el deseo… Más bien el capricho de poder salvar a su hija de un final devastador…Ella es nuestra salvación.

      —No, no intentes reprocharme nada... Cuando seas padre comprenderás... Mi niña merece vivir —volvió el rostro ante el sonido de los caballos y los gritos de los guardias acercándose al lugar, las antorchas iluminando a lo lejos su camino —¡VETE! —gritó —¡AHORA! ¡AHORA! —repitió acongojada ante el tiempo que perdían ante esa charla absurda.

      Miaka levantó la cabeza y pudo ver a unos cuantos metros las antorchas y sobre todo la inconfundible voz de Linus vociferando con ira, apretó su mandíbula felina, extendió sus alas y se lanzó al vacío de la montaña llevándose al niño y obedeciendo una orden.

      Proteger el reino, proteger el poder, proteger la herencia dada.

      Triored se acercó al vacío y le vio partir, su capa se elevó ante el viento violento, las gotas de lluvia nublando su visión, con labios tembloroso cayó de rodillas distinguiendo la luz de aquellas alas blancas perdiéndose entre las nubes, la oscuridad y la lluvia, el niño estaba a salvo y con ello, la vida de su hija sería larga y duradera —Vive, vive —Sus manos en puños apretaron la tierra con fuerza, necesitaba ser fuerte y valiente para lo que vendría después de esa noche.

      La brisa sopló elevando sus cabellos sueltos, mostrando su rostro con rasguños y sus ojos brillantes en lágrimas que por primera vez estaba dispuesta a derramar, pero entre tanto, esos labios temblorosos formaron una sonrisa, no todo estaba perdido.

      Linus detuvo su caballo, apretando con fuerza las riendas obligando a sus nudillos ponerse blancos ante la fuerza de su agarre, la mirada centellante y apretando los dientes, cómo no poder distinguir la silueta de su esposa, cómo no poder ver su capa volar ante la fuerza del aire, ella... Esa mujer lo había traicionado y con ello, había marcado su vida, su alma y sobre todo, había puesto en juego el trono de su propia hija.

      —¿Qué has hecho? —murmuró para sus adentros, hubiese tenido la oportunidad de poder gritarle en ese momento por su intromisión, su traición, pero no podía verla al rostro en ese momento. Sin poder soportar el verla de rodillas en medio de la tierra, en medio de los mundos, ordenó a su caballo retroceder y regresar, al igual que a sus hombres, ellos no necesitaban saber o más bien ver que el traidor había sido la propia Reina.

      —¡Oriholp ayúdala! Ayúdala así como yo te ayude —en un suspiro, la joven Reina esperó, esperó hasta que su propio corazón le dijese que el niño estaba a salvo.

      Es ilógico volver a contar la historia desde el inicio, aunque las memorias de dos grandes guerreros marcaron la vida de todos nosotros, dándonos memorias falsas llenas de rivalidad, egoísmo, cólera y orgullo.

      Sin mencionar que detrás de ello, una herencia marcaría los índices de tanta maldad, una herencia bendecida por los primeros en nuestra raza, pero una herencia maldita para nuestra civilización, una herencia maldita que lo es hoy para nuestra raza, obligándonos a perder nuestros sueños, intentado mantener un imperio unido, manteniendo viva la falsa esperanza de un mundo que no era real. Mandamientos seguidos por años, batallas que jamás terminarían, con el único resultado ver un reino separado por el poder de Dios, poder que dejó a cargo de un ángel, sin saber que su familia traería la destrucción a nuestra vida. Un legado imposible de no recibir a lo largo del tiempo, condenados a tomarlo y depositarlo en el centro de nuestra civilización, sacrificando nuestras almas para darles a nuestros ancestros la seguridad de un legado, la seguridad de mantener su reino en pie.

      CAPÍTULO 2:

      EL CONTRATO

      ¿Cuánta puede ser la desesperación de un hombre?

      Perderlo todo en un par de segundos, desencadenar su locura en minutos, actos que pueden cometerse en segundos sin vuelta atrás y para Cristiano Pschillzer ese pequeño acto de locura podía arrebatarle la vida y con ello darle la paz que tanto necesitaba, la paz que perdió tras la muerte de esposa Rose.

      Tragando sus lágrimas, se pasó la mano por la mata de cabellos negros mojados ante el incesante sudor, su mirada había perdido el brillo del mediterráneo, había perdido el brillo de una vida llena de lujos, tenía miedo. Mordió sus gruesos labios, secos, tan secos que ni una bebida fuerte podía calmar su incesante malestar, ya no era el mismo, sus años de vanagloria habían acabado cuando sus negocios de tráfico fueron expuestos, ser un político inmaculado había llegado a su fin, inundado en deudas, en negocios con la mafia le habían traído ya la factura ante el poder obtenido y con ello debía pagar con su vida, condenando su alma.

      Pegó los codos sobre su escritorio, dejando caer su cabeza sobre sus manos, no tenía ánimo para poder contemplar el crepúsculo matutino Te falle murmuró, tomando entre sus manos el retrato de su amada Rose, su deseada y hermosa esposa que por cuestiones del destino murió al dar a luz a un niño ya muerto. Tomó la copa de whisky, bebiendo todo su contenido en un solo trago, algo inevitable era ya rendir cuentas a la justicia.

      Los primeros rayos de luz iluminaron su mirada brillante, había perdido, había decepcionado a su esposa desde un inicio, pero tenía la opción de poner fin a su martirio. Leyó una vez más los documentos que acreditaban sus tratos y contratos, las pruebas de su traición, las pruebas que lo hundirían a un calabozo por el resto de su vida, era su perdición, faltaba muy poco para que sus sueños de un imperio y de herencia de corrupción cayeran sobre él convirtiéndose en una maldición. No había solución a su gran tragedia, no tenía más familia.

      Elevó el rostro hacia el techo, cerró los ojos e inhalo aire, juró con un aspaviento el ruidoso sonido de las sirenas de la justicia viniendo por él, dejó la foto en su lugar, extendió su mano hacia el arma que yacía encima de su mesa, armándose de valor la sostuvo entre sus dedos, dándose unos minutos para contemplar la fotografía de su esposa, estudió sus facciones, belleza que creía olvidad y escondida en lo más recóndito de su mente, soltando el aire contenido por sus pulmones, un fino brillo cubrió su frente y su labio inferior, la decisión estaba tomada.

      Sosteniéndola con fuerza, nervioso por la decisión y entre susurros logró nombrar al ser que más amó más allá que su propia vida ¡Mi amada Rose! Pronto estaré contigo sin titubear llevó el cañón a su sien, respiro hondo y cerró los ojos, mientras que sus lágrimas surcaron sus mejillas, su dedo jalo el gatillo y el estridente e inconfundible sonido de la bala deslizándose de la recamara retumbo en los pasillos de la casa, de la fría y vacía casa.

      Fue el final de un cuento aterrador, el final de un martirio, el final para un hombre destrozado ante la perdida y la avaricia, pero que equivocado estaba, el mal que yacía oculto entre sus muros surgió de las sombras, acariciando su rostro, lo que parecía la típica escena de un suicidio comenzó a retroceder, rebobinar la cinta de una película, de un video casero, solo que en este caso, el mundo de los infiernos le brindaría una oportunidad más ante sus propósitos mezquinos, tener un aliado poderoso para la destrucción del último clan de ángeles y con ello por fin obtener el poder de Dios.

      Cristiano abrió los ojos y observó a su alrededor, tragó saliva ruidosamente ante el acontecimiento, recordaba a la perfección ver su arma en su sien y luego la oscuridad sin dolor alguno, llevó sus manos a su rostro intentando buscar alguna señal de sangre, algún rastro de la bala o la pólvora impregnada en sus dedos incluso, pero nada, absolutamente nada. Se levantó con una explosión de movimiento de su otomana, intentando ver en algún rincón de su estudio la broma realizada, incluso pensó que todo fue Déjà vu, pero estaba completamente equivocado, le habían dado una nueva oportunidad.

      Tuviste las agallas una voz masculina retumbó en la habitación, obligado a Cristiano a buscar desesperado el origen de la voz, pero estaba solo.

      Estoy loco murmuró Estoy loco repitió.

      No lo estás respondió una vez más.

      Cristiano dio un respingo, buscando su origen, de la nada pudo ver una sombra y luego a un hombre sentado plácidamente en sillón. Tragó saliva, incluso intentó ver las salidas más próximas, pero era imposible, si escapaba nadie creería su versión,