Nathan Burkhard

La herencia maldita


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acepto sin saber en qué se metía, pero entendió que su elección le estaba pasando una factura demasiado alta.

      El camino fue corto a comparación de las demás rutas a las cuales estaba acostumbrada, pudiendo ver a lo lejos la gran torre de la iglesia que llevaba por un gran camino a varias tumbas, entre ángeles e imágenes santas, trataba de no mirar más.

      Philip había llegado minutos antes, mientras que Joe, buscó un lugar para poder aparcar, apagó el motor, pero mantuvo la puerta cerrada, suspiró ante su amargura e inseguridad, volviéndose hacia Natle, quien aún estaba inerte mirando por la ventanilla —¡Natle! —le habló.

      —¿¡Qué!? —inquirió ella sin volverse.

      —¡Mírame! —Ordenó al recordar el color de sus ojos horas atrás, ella lo hizo, observando aquellos ojos azules que tanto amo —Lo siento, amor. En verdad, siento ser duro contigo, es que no puedo controlarme últimamente —Natle quiso apartar el rostro, pero no se lo permitió, sintiendo el cálido roce de sus dedos tomar su mentón, obligándola a girar.

      —¿Qué quieres Joe? —preguntó en tono dolido.

      —Sé lo mucho que te duele, sé que fui duro en tratar de decirte las cosas que suceden, pero no puedo permitir que te alejes de mí. Por el simple hecho que no solo es un estúpido enamoramiento de colegio ¡Te amo, Natle! Yo, te amo con tanta fuerza que duele. Te protegeré, cueste lo que cueste.

      —¿Por qué estás haciéndome esto Joe? — preguntó con voz rota por las lágrimas.

      Sin poder aguantar más, tomó su rostro entre sus manos, enjugando sus lágrimas con sus pulgares —Lo lamento. Lo lamento, sé que este no es el mejor momento para decirte lo que siento, pero debo decirlo porque lo siento muy adentro —se llevó una mano al pecho —Siento aquí adentro que te perderé después de hoy y eso me enloquece, me enloquece.

      —No puedes perder nada Joe.

      —Te suplicó que no digas que no puedo perder algo que jamás tuve. Sí te tuve, te tengo y no dejaré ni que Philip, ni que otro imbécil, sea humano o demonio, sea un ángel o un maldito troll, no permitiré que te arranquen de mi lado.

      Abriendo los ojos ante aquella confesión, supo de qué se trataba, estaba celoso, sonrió ante aquel juego de niños en el cual Gabrielle se basaba, ya que Joe había caído en la estúpida trampa —¡Eres increíble! Entonces se trata de eso, de Philip —dijo con vehemencia —¿Por Philip?

      —¡No! ¿Qué? ¡No! Claro que no, solo te digo, solo digo que no me separan de ti ¡Entendiste!

      —Solo entiendo que tratas de retenerme a tu lado cuando yo ya no sé lo que siento.

      —Tú me amas Natle. Sé que me amas.

      —¿Estás seguro de ello? —lo contradijo.

      —No seas cruel —le rogó —Sé que quieres herir a las personas que amas por miedo.

      —Y tú no seas un completo engreído —trató de abrir la puerta, pero no se pudo —Por favor abre la puerta.

      —¡Natle!

      —¡JOE! ABRE.LA.JODIDA.PUERTA de una buena vez —gritó al borde de la histeria, él no hizo más que abrir la puerta, tomar el paraguas, salir y escoltarla hasta el interior de la iglesia.

      Con la cabeza gacha, caminó a lado de Joe, sin mirarlo, sin decir más palabras que lastimaban a ambos, pero era testarudo, tomó su mano entre la suya, ayudándola a caminar y aguantar las miradas de compasión de los demás.

      Natle quiso por un momento soltarse, pero su mirada chocó con el féretro de su abuelo, obligándola a apretar aún más la mano de Joe, vio a Gabrielle sollozar en el hombro de Philip, cosa que era normal para ella, su hermana siempre quiso ser el centro de atención en todo, desde los chicos hasta sus padres, desde amistades a supuestos conocidos.

      Entonces comprendió que era ella la que no encajaba en esa familia, era el patito feo de la familia, la que siempre se metía en problemas o traía problemas.

      Joe la sintió tensarse, así que apretó su agarre, sabiendo que posiblemente ella deseaba escapar y no ver ese ataúd frente a ella.

      Familia, amigos, conocidos, socios y compañeros de trabajo de ambos padres y abuelos, pero la sala se sentía vacía, Natle cerró los ojos, siendo guiada por su acompañante, quien la posicionó en una de las baquetas de adelante junto a la familia.

      Como podía olvidar los momentos más divertidos, las bromas, las quejas y sobre todo las llamadas de atención que solo llevaban al helado más delicioso en su compañía, su abuelo le enseñó todo lo que sabía de la vida humana, desde un juego de damas, póker, ventajas y desventajas y sobre todo como poder ser feliz.

      Deseó que fuese un sueño, un mal sueño, pero al volver a abrir los ojos, lo único que encontró fue un féretro de madera, pulido, brillante, con palabras vacías de un recordatorio perdido, mientras que las palabras de Hadeo aun surgían en su mente.

      —Tu sangre, tu vida, cada gota de ellas... Me pertenece... Sé que regresare y por fin podre destruirte querida mía... Tus miedos son tus peores enemigos, el miedo de perder a este muchacho por el cual has dado tu vida, será tu perdición. Sé que quedare en ti, ¡Sufrirás!, perderás tus poderes, perderás tu vida de ángel y yo regresare a ti por ti, pero antes matare a todo aquel ser que ames... Eso no podrás evitarlo.

      Jamás podré evitarlo murmuró con el mentón tembloroso y las lágrimas surcando sus pálidas mejillas.

      Quiso irse de allí, no podía soportar la tan sola idea de dejar atrás a un miembro de su familia, pero no lo consiguió más que solo un fuerte apretón de mano de Joe.

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