Nathan Burkhard

La herencia maldita


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sus preguntas y respuestas esquivas solo lograban confundirlo más y preocuparlo incluso, pero no podía negarse a regresar de manera inmediata, además las nubes anunciaban una gran tormenta, algo que no estaba programado en el pronóstico del tiempo de esa mañana, Joe giró y caminó hasta la moto, subió a ella, se puso el casco y encendió el motor, esperando a que ella subiera para poder acelerar y salir de allí, el regreso sería incluso más rápido de lo que él tenía planeado.

      CAPÍTULO 9:

      FLOR DE LOTO

      Hacer un desastre era todo lo que pensé que se haría en esa casa, el anciano estaba asustado, podía notarlo en el tono de su piel y el leve sudor que perlaba su frente, repitiendo una vez la pegunta pero está vez su tono fue más duro —¿Qué hacen en mi casa? —corrió hacia el teléfono en un intento de llamar al 911, pero la Amante como solían conocerla, lo sujeto con fuerza del cuello elevándolo unos centímetros del suelo y cortándole la respiración al viejo.

      —¿Dónde está la daga? —preguntó para nada amable, dispuesta a matar al anciano, yo elevé el rostro y me quede un poco sorprendido, jamás pensé que ella acabaría con su vida, las ordenes eran claras, hallar la daga y regresar, pero no hablaron de matar.

      —¿Quién rayos eres? ¿Cómo entraste a mi casa? —logró hablar con voz ronca y estrangulada.

      —Creo que tú tienes algo que nos pertenece —exclamó nuevamente la mujer de Piora.

      —No sé de qué habla, solo le pido que se vaya o llamare a la policía —trató de quitar la mano que lo sujetaba, pero su mirada voló hacia mí y luego hacia el escritorio, entonces fui al último cajón y lo arranque con fuerza encontrando una pequeña caja fuerte.

      —La tengo, pero esta con clave —levanté la mirada rogando que el anciano me diera la contraseña —La contraseña, por favor —suplique, yo no deseaba herir a nadie, pero la Amante tan solo apretó más su cuello y no le dejó más remedio que darme cuatro dígitos 2925.

      Presioné las teclas y el particular ruido de un engranaje abrirse me hizo saber que teníamos la daga, abriéndola quede impresionado por el color y sobre todo la belleza de esa pequeña arma, de la nada las manos de Sarah me la arrebataron y desde luego lo que la mujer de Piora hizo me llevó al trauma.

      Yo no era un homicida.

      Sin compasión alguna su mano atravesó el pecho del anciano, su rostro ceñido de rojo fue disminuyendo hasta que la palidez tomó el control, fue tanto el dolor que lo vi retorcerse bajo la mano de su asesina.

      —¡NO! ¿Qué demonios? —grité, quise ir, salvar al viejo, pero Sarah me detuvo tomando mi hombro con fuerza impidiendo cualquier movimiento —¡Basta! Detente he dicho —volví el rostro hacia Sarah, pidiéndole que dijese algo para salvar al anciano, pero era tarde, demasiado tarde —Este no era el trato.

      Por un momento vi un brillo desconocido en los ojos de Sarah, pero luego esa mirada se volvió impasible —Mi padre jamás te ordenó hacer esto, no ordenó su muerte —soltándome, cruzó la habitación en grandes zancadas sujetando con fuerza la mano de la misteriosa tratando de detenerla pero era tarde —Tenemos la daga, era lo único que debíamos hacer. No matar al viejo.

      —¡Suéltame! Suéltame si no quieres que tu padre te enseñe a respetarme —respondió la dama encapuchada, soltándolo. No pude evitar correr hacia el hombre, arrodillándome ante él, pero era tarde, vi morir a un hombre entre mis brazos y no pude hacer nada en ese instante, eso fue lo que jamás me perdoné, nunca me lo perdoné.

      —No eres mi madre, tan solo eres una de sus tantas amantes, una de sus acompañante, así que no me amenaces o tu juego acabará —respondió Sarah, soltando la mano de aquella mujer con brusquedad —Regresemos —ordenó, tenían ya la daga en sus manos y no había motivo para quedarse más en la tierra, pero tampoco no hubo la necesidad de matar al anciano, era solo un viejo inocente, así que ambas desaparecieron dejando a su paso polvo, ceniza y muerte.

      Como olvidar ser parte de un homicidio, vi con tanta claridad el rostro del anciano que incluso podía sentir su mirada penetrante sobre mí, grabe aquellas facciones avejentadas, pero no por deseo propio, fui parte de un acto atroz y eso jamás me lo perdoné, irguiéndome di unos cuantos tentativos pasos hacia atrás y tomé el teléfono marcando el 911 para luego dejarlo descolgado y desaparecer, era lo menos que podía hacer ante mi cobardía al dejarlo morir y huir como el cobarde que era para luego seguir el rumbo de los demás acompañantes, fue tanta mi consternación que no me percate del retrato, porque si lo hubiese hecho, quizás las cosas no hubiesen sido de esa manera, ni acabado en la muerte de un hombre inocente.

      Sin embargo, Natle tenía la necesidad de regresar a casa, por un momento culpó a su encierro y su paranoia, pero sintió que debía ir a casa de inmediato —La lluvia está cada vez más fuerte —trató de ver tras los visores de su casco pero imposible.

      —Un día lluvioso es extraño, el pronóstico del noticiero no aviso ningún cambio atmosférico para hoy —exclamó Joe.

      —Pues ambos se equivocaron, solo hay que llegar a casa —se sujetó con fuerza de su cintura, mientras que las gotas de lluvia comenzaban a caer sobre ellos, convirtiendo el camino en un peligro para ambos —Podemos derrapar si seguimos —Joe estaba seguro que debían detenerse, pero Natle se lo impedía aferrándose con fuerza a su cintura.

      —Sigue —gritó sobre su hombro ante la fuerza de la lluvia, del viento y el rugido feroz de la propia moto.

      El regreso fue más rápido de lo usual, el ir a Manhattan les llevó un tiempo estimado de una hora con cuarenta minutos, pero su regreso fue hecho en una hora y quince minutos dado que la pista estaba mojada, el trafico nulo, los peajes estaban vacíos y las calles menos transitadas, así que su regreso fue rápido, pero la desesperación de Natle se acrecentaba más al estar más cerca de la casa.

      Un extraño estremecimiento estaba apropiándose de su cuerpo.

      —A la casa de tus abuelos ¿Cierto? —preguntó siguiendo por la avenida

      —Sí —logró distinguir su calle, a unos cuantas manzanas de distancia se percató de una patrulla y una ambulancia estacionadas, no quería apresurarse a sacar conclusiones ante lo lejos que estaba, pero algo le decía que era la casa de su abuelo —Joe, acelera.

      —Tranquila, puede ser la casa de tu vecina —trató de calmarla, pero Natle era demasiado testaruda, siempre lo era.

      —Acelera, solo acelera.

      —No lo haré, trata de calmarte —le pidió él, a lo que no hizo caso. Joe se acercó más y al ver que en efecto era la casa de los abuelos de su novia, supo que allí la perdería para siempre, estacionó a unos cuantos metros de la casa, la vio bajar de la motocicleta en un abrir y cerrar de ojos, siguiéndola no le permitió continuar, le asió el brazo deteniéndola con una brusquedad que lo asusto incluso a él por la fuerza de su agarre —¡Espera!

      La reacción atávica de su novia no le fue indiferente, con el corazón latiéndole con fuerza, alzó la cabeza enfrentándole —Suéltame, necesito ir —con un movimiento se zafó de la brusquedad de su mano, corriendo hacia la casa.

      —¡Natle! —La llamó, pero no hizo caso alguno —¡Mierda! —maldijo en voz alta, estaba a pocos minutos de perder la cabeza, la lluvia mojando sus cuerpos, sus cabellos goteando y sus rostros carentes de expresión, se desataría el caos para ambos.

      Natle se detuvo frente a su familia, sus rostros desencajados, sus ojos fijos en su padre, negó efusivamente con la cabeza —¡No! —sus labios se abrieron pero ninguna frase fue articulada.

      —Lo siento Natle, lo siento —Jonathan limpió con su mano las lágrimas que surcaban sus propias mejillas —Por favor... —quiso acercarse a ella, pero Natle no se lo permitió, retrocedió y miró fijamente hacia la puerta, sin saber qué hacer en esos instantes, se adentró a la casa sin importarle las claras advertencias de la policía y de los paramédicos que estaban ya listos para sacar el cuerpo de Michael,