Nathan Burkhard

La herencia maldita


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mi rostro hacia mi padre, quien asintió con la cabeza, sabía que él no deseaba eso, y yo tampoco, pero no podía hacer nada, nada para salvarlo, ese demonio le arrebataría la vida si es que no cumplía con sus demandas.

      —¡Ve! No tengas miedo —hizo una pausa significativa —Creo que es tiempo que veas a que mundo perteneces y mostrarte cuál es tu misión en esta vida.

      Sabes bien que mi misión es velar por Cristiano —discrepé ante sus ideales.

      —¡Muchacho! Tu misión será romper el lazo más profundo, la fuerza más extrema de este mundo, deberás romper el gran amor de una pareja de tortolos, esa será tu misión, a cambio de tu gran trabajo te daré lo que más anheles en la vida.

      Eres un demonio ¿Cómo confiar en tu palabra? Por un momento pensé en tenerla a ella, pero al ver a Cristiano, su rostro desencajado y sus ojos temblorosos, supe que no debía ser egoísta. Tenía que liberarlo de su condena.

      —Sabes bien que sin ti nada puede ser completado —se acercó a mi oído susurrándome —Porque si no cumples, volverás a las cloacas de donde viniste y tu adorado padre volverá al infierno de donde lo saque —ante esas fuertes palabras, supe que estaba atado de pies y manos, él tenía el control absoluto de mis acciones y sobre todo tenía en sus manos la vida de Cristiano y Rose, y era algo que no podía permitir, ellos no eran los culpables de nada.

      Sabes bien que cumpliré con cada orden que me des por el bien de mis padres, mientras estén seguros y a salvo me tiene a sus órdenes, señor Esas palabras me despojaron de mi poco orgullo y control, pero todo debía ser por el bien de mis padres.

      Cristiano parpadeó varias veces tratando de controlar sus lágrimas, entonces de la nada me extendió un sobre de manila, lo tomé entre mis manos y lo abrí, llevándome la sorpresa de mi vida, no sabía cómo había hecho ese milagro, pero estaba un paso de estar más cerca de ella.

      Mi vida cambio por completo en ese instante, desde el momento que tomé el sobre amarillo y vi su contenido, todo cambio, el rumbo de mi vida cambio, agradecí al cielo pero al mismo tiempo maldije mi vida, estaba en medio de una revolución, parecía que estaba en medio de fuego cruzado, por primera vez en mi vida debía elegir entre algo, elegir entre mi alma o mi corazón. La mano de Piora me sacó de mi ensimismo al posarla sobre mi hombro, volví mi rostro viendo su estampa maldecida, mostrándole una sonrisa fingida, desaparecí junto a él, fue el primer día en que vi, que el mundo que me vio crecer no era el infierno que esperaba, había otro mundo al que si debía llamar infierno, un mundo donde preferirías el sufrimiento de la tierra que el propio de ese mundo inexistente y propio de muchos de mi raza.

      Simplemente me había equivocado, existía mucho más que un mundo, existía muchos mundos de los cuales ninguno somos parte, solo éramos sombras que pasaban y saltaban de un lado a otro, yo era un hibrido, mitad ángel, mitad demonio, liberado con un alma buena, pero torturado por otra, no pertenecía a ningún mundo existente, solo era la sombra que pasaba de lado a lado buscando un lugar fijo, era como una pisada en medio de la arena que simplemente no permanecía, era borrada antes de que la marea lo hiciese por mí.

      Sentir un jugueteo imparable sobre su rostro, la hizo abrir los ojos y cerrarlos al adaptarse al brillo del sol, haciéndola despertar de su somnolencia completamente, abrió los ojos poco a poco, pudiendo ver a Joe a su lado, acariciándole levemente, además de una sonrisa ladeada, era parte de su mundo en ese momento —¿¡Joe!? —pensó que era uno más de sus sueños, pero él estaba realmente a su lado, sorprendida de verlo, no dijo nada por unos momentos, contemplando y grabando ese momento en su memoria.

      Simplemente la conversación o más bien discusión había hecho que Joe huyera hace un día la afectó, así que quizás era un sueño más de los tantos que tenía, pero su mano acariciando su rostro le mostró que era real —Veo que te sorprende verme aquí. Lamento no haberte llamado cuando me fui, pero tuve que ver a mis padres —suspiró tratando de ver a sus ojos, tratando de hallar algo entre ellos, pero Joe no encontró más que pena y dolor.

      —Pensé que jamás vendrías —Natle tomó su mano, apretándola más a su rostro, tratando de sentir su calor, cerrando los ojos lentamente.

      —No, sabes que jamás se separaría de ti. Sé que fue demasiado. Demasiado para ambos —Joe se permitió darle un beso, aunque Natle fue brusca, dándole un abrazo de oso y haciéndole caer de espaldas sobre la cama, subiéndose a horcajadas sobre él, tratando de reír y olvidar, pero ambos no podían, ambos tenían pasados, ambos cargaban cruces que no les correspondía a esa edad.

      Lo sé, pero un día no es precisamente demasiado... Somos jóvenes pero cansados de una vida como esta, pero no es necesario que dejes tus oportunidades en otros sitios por venir conmigo.

      Fue suficiente castigo estar separado de ti por casi un día y digamos que las vacaciones forzadas ya se están acabando, solo nos queda un día —exclamó Joe —Y me rehusó a pasar temporadas largas si ti.

      Natle los asfixiaba de mimos, y Joe aprovechaba cada instante, acariciando y viéndola, grabando su imagen como si fuese la última —Lo siento —se disculpó para luego quitarse de encima.

      —Qué te parece si vamos a tomar un helado y pasamos unas cuantas horas juntos —tomó sus manos jugando con sus dedos.

      —Espero que sea de vainilla con chispas de chocolate —quiso evadir el tema.

      Será mucho mejor que eso. Ve a darte un baño y nos vemos abajo en media hora le dio un beso en la mejilla y desapareció de su habitación, era una extraña costumbre, aunque ciertamente esos poderes daba la ventaja de estar a tiempo en lugares precisos sin mayor esfuerzo.

      Con una sonrisa imborrable de su rostro, se levantó haciendo un día más de rutina, pero con un tiempo extra, un tiempo a solas y un tiempo para poder escapar de su realidad.

      Miaka sin embargo, había desaparecido como en incontables veces en los últimos meses, apareciendo en el interior de la casa de los abuelos de Natle, vio al anciano en la cocina dándole un gran susto al presentarse en la casa sin previa invitación —¡Michael! —el abuelo dio un respingo ante la voz llevándose una mano al pecho ante el martilleo de su corazón —Necesito hablar contigo a solas, por favor es urgente.

      —Por Dios Miaka ¿Qué pasa contigo? Casi me da un infarto —tomó un sorbo de agua mientras que con la otra mano presionaba su pecho.

      Podemos hablar en tu estudio.

      —Espero que sea algo bueno —sonrió, tratando de romper la tensión, llevándole hasta ese gran estudio donde guardaba más que libros, historias sin fin y mucha cultura para compartir, cerrando la puerta para que nadie les pueda interrumpir —¡Cuéntame! ¿Qué pasa con ustedes ahora? En que puedo ayudarte.

      Solo necesito que guardes esto en tu caja fuerte —le entregó la daga de Bendora, dejándola en sus manos.

      ¿Qué es esto? Le sostuvo, observándole con detenimiento, tratando de estudiar su mecanismo y su estructura.

      Es la daga de Bendora, una reliquia familiar y detestaría perderla mintió, era más que ello.

      Bien, no te preocupes estará muy segura aquí bajo llave —el anciano abrió el cajón de la derecha de su escritorio sacando una caja pequeña con una combinación de cuatro dígitos, asegurándola en la caja, volvió al cajón de su escritorio —¡Ves! Aquí estará segura.

      Te lo agradezco, Michael exclamó tranquilo Miaka. El abuelo sonrió a la vez que acarició su cabeza Pero debo irme, me parece que saldrán de paseo con los padres de Joe y Mariont.

      Sí, lo sé, mi esposa decidió dejarme hoy, ya sabes que no me gusta salir en esta época del año, prefiero limpiar mi estudio, no aguanto este clima.

      Siempre tú y tus hábitos de limpieza, lo que más amas en la vida son tus libros y... —al unísono mencionaron mi nombre —¡Natle!

      Es mi nieta predilecta, no puedo negarlo tan solo miró la foto que tenía en su escritorio de cuando era pequeña Me recuerda tanto a mi hija recordó con melancolía Cuídale