Nathan Burkhard

La herencia maldita


Скачать книгу

no deseaban más sorpresas con espejos parlanchines y demonios reencarnados.

      Natle dio unos pasos hacia él, inclinó la cabeza, admirando la hermosura de ese chico, ese chico que para nada era terrenal, podía verse que era un ángel, su cuerpo había tomado más forma en un año, sus bíceps, su pecho contorneado y ese six pack cerca de su abdomen de acero con una hermosa v cruzando hacia su bóxer —Otra vez estas mirándome de esa manera tan enervante —le dijo.

      Natle dio unos pasos hacia adelante, levantó sus manos y acarició el pecho de Joe notando las cicatrices de su batalla anterior.

      Joe mordió su labio inferior, esa simple acaricia lo encendía de una manera simplemente brutal, pero no podía, necesitaba estar a su lado, necesitaba estar con ella, así que tomó las muñecas de Natle y evitó que esas caricias se hicieran más profundas —Lo sabe Miaka.

      —No —respondió por fin —Y es mejor que nadie lo sepa. Vamos a dormir —dijo, saltando a la cama y recostándose, no deseaba revelar uno de sus miedos y también deseos, ser mortal.

      Joe se quedó un momento observando la habitación, había confirmado sus sospechas, Natle no tenía poderes y con ello estaba siendo vulnerable a un ataque demoniaco, pero en un año no habían sabido nada de Piora y Miaka vigilaba la seguridad de ambas al máximo, pero tenía un presentimiento, algo estaba cerca.

      Se recostó en la cama y cerró los ojos, no deseaba pensar más en batallas, guerras y demonios, quería lidiar con la vida de humano, llegar a terminar su carrera en educación, formar una familia, tener hijos y Natle estaba específicamente en cada detalle de su vida, ella estaba en cada paso a paso y con ello disfrutar de unas noches con su chica era parte ya de su plan de vida.

      Ambos dándose la espalda se evitaron algún comentario que desencadenara una discusión en su ya minada relación, por algún motivo estaba sensibles a cada suceso y no era para menos cuando hace un año casi mueren en una batalla que ni siquiera era suya, obligados a madurar por culpa de su absurdas tradiciones, ambos jóvenes desearon no pertenecer a esa vida, pero era imposible renunciar.

      Despiertos en el mayor de los silencios, Joe observó por la ventana, la noche estaba más oscura de lo habitual ante la falta de una radiante luna llena, pero las estrellas iluminaban aunque sea un atisbo de su mente, sin poder soportar más esa disputa que lo había alejado de poder sostenerla entre sus brazos, se levantó de la cama acercándose a la ventana, apoyando un brazo sobre el marco contempló la oscuridad, extrañaba las hazañas de escapar e irse unas horas fuera de la ciudad, pero lo que más anhelaba era irse con ella, lejos y con ello implicaba dejar todo atrás para poder tener una vida tranquila.

      Sintió cómo el peso de la cama desaparecía lentamente, el piso crujió ante el peso de Joe y sus pasos sobre la alfombra distinguidos entre la oscuridad, cerró los ojos intentando no pensar en nada y conciliar el sueño, ansiaba poder ver al muchacho de sus sueños, algo que deseaba explicar, pero en su mundo nada tenía explicación o sobre todo nada tenía sentido alguno, soltó la respiración contenida con suavidad y abrió los ojos.

      No supo en que momento había llegado a ese lugar, el viento levantó sus cabellos sueltos, examinó el lugar y luego bajó la vista para verse, estaba aún con su pijama, entonces su mirada se detuvo frente a un gran espejo, lo reconocía, había tenido un sueño similar tiempo atrás, pero esta vez algo era diferente, su reflejo no existía, más solo el reflejo de un joven de cabellos rubios, ojos de diferente color y una sonrisa ladeada con un sexy hoyuelo a la izquierda de su mejilla, estaba con una camiseta blanca y unos vaqueros desgastados, el joven señaló hacia atrás, intentando gritar, advertirle, Natle frunció el ceño y se volvió hacia lo que ese muchacho señalaba, la mano de Joe halló su camino hacia su garganta, asfixiándole, pero esa mano se trasformó en el ser que tanto temía.

      Hadeo la sujetó del cuello intentando asfixiarla —Eres mía —dijo, mientras que el muchacho sin nombre golpeaba el espejo con fuerza, tenía la necesidad de sacarla de allí, necesitaba de alguna manera encontrarla.

      Natle desesperada por una salida, abrió los ojos, desorientada, respiró profundo tratando de alejar ese sueño, pero no pudo ya que lo vio de pie ante ella, Hadeo había regresado y esta vez para tomar lo que por derecho le correspondía, su vida.

      —¡NO! ¡NO! —gritó con desesperación, su cuerpo comenzó a temblar, al igual que su corazón, parecía ciertamente una película de terror, bajando los pies de la cama, con la intención de escapar, la silueta sin forma se acercó a ella y trató de tomarle del cuello, pero se levantó tan aprisa que salió disparada hacia la puerta, tratando de abrirla, por alguna razón la perilla no giraba como debía, volvió el rostro hacia atrás notando que la sombra se acercaba a ella más y más, sabía que gritar tan solo empeoraría las cosas, sus padres podrían salir lastimados y ella no permitiría que sangre inocente sea derramada nuevamente, mientras ella estuviera con vida lo evitaría a toda costa.

      Volvió el rostro, notando que cada vez estaba más cerca, extendiendo su mano hacia ella, hasta que pudo reconocer su voz —Tu sangre, tu vida, cada gota de ellas... Me pertenece... Sé que regresaré y por fin podré destruirte querida mía... Tus miedos son tus peores enemigos, el miedo de perder a este muchacho por el cual has dado tu vida, será tu perdición. Sé que quedare en ti, ¡Sufrirás!, perderás tus poderes, perderás tu vida de ángel y yo regresaré a ti por ti, pero antes mataré a todo aquel ser que ames... Eso no podrás evitarlo.

      —Dios mío —rogó ella al borde del colapso, con la respiración entrecortada y un punzante dolor en el pecho cerró los ojos con fuerza, pudo sentir las manos apoderarse de sus brazos y apretarlos con rudeza —Por favor no me hagas más daño —rogó una vez más.

      Joe la vio levantarse de la cama entre susurros y sollozos, la vio correr hacia la puerta y mirarlo como si no lo conociera, esa mirada de miedo y terror en su mirada parda lo había dejado perturbado, ella jamás lo había visto de esa manera, cómo si él fuese a hacerle daño, como si él fuese a matarla, trató de acercarse a ella y calmarla, pero no lo lograba, tan solo la veía en un intento de abrir la puerta pero ésta no cedía a la petición de una confundida y asustada Natle —Cariño, cariño. Soy yo, Joe. Natle por favor —se acercó a ella levantando las manos y mostrándole que no le haría daño, pero ella no respondía más que con suplicas.

      La tomó de los brazos sintiendo un duro golpe en el estómago no por aquella desorientación, sino por aquella suplica que hacía, fue como recibir un duro golpe en la boca del estómago tan duro que incluso sintió que le quito la respiración —Cariño, cariño... Soy yo, soy yo… Es una pesadilla, es una pesadilla.

      No supo en que momento la sombra tomó el rostro de Joe, desvaneciendo esa oscuridad nubilosa como en un acto de magia, con la vista borrosa ante sus lágrimas, su mentón temblando y negó con la cabeza —¿Joe? —con los ojos desorbitados ante la sensación de pánico, cayó lentamente por la puerta, mientras que él la siguió arrodillándose a su lado.

      —Soy yo, soy yo.

      —Lo siento, en verdad lo siento —se disculpó aun confundida por lo que pasaba. Negó con la cabeza efusivamente —No sé qué sucedió.

      —¿Qué viste?

      Siguió negándose a responder con la verdad, decirle que vio a Hadeo escabulléndose sobre ella sería admitir que no había dejado atrás ese episodio traumático, en esos meses no pudo evitar quitar el rostro de Hadeo de su mente, no podía olvidar sus palabras que se aproximaban como canticos tétricos sobre sus oídos, estaba exhausta, sin embargo, se quedó unos minutos más tratando de no volver a tener miedo, las promesas de Hadeo no fueron vacías, pero si dieron paso a que su vida siguiera el curso que necesitaba para tenerla cerca —No vi nada, nada.

      Estrechándola entre sus brazos en un intento por calmarla supo que mentía —Por favor, tranquilízate cariño.

      —Lo siento, lo siento… Yo, no sé. No sé. —intentó explicar, pero él no deseaba empujarla a recordar ese traumático sueño, sobre todo ver esa mirada de terror en sus ojos, cómo si él intentará hacerle daño, era como una pesadilla que lentamente se volvía real y