Nathan Burkhard

La herencia maldita


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extraños sueños que comenzó a tener desde hace año y todo lo que podía decir era que la daga de Bendora debía desaparecer de su vista y vida.

      Observó su reloj, era cerca de las diez y media, con una buena excusa de mucho tráfico y estar cansados pudo evitar una discusión con Michel, pero como siempre Gabrielle solo empeoraba las cosas con sus sarcásticos comentarios que no venían al caso ni la conversación. Llevando su mano hacia el hombro de su chica, lo sacudió con delicadeza Natle, despierta cariño. Llegamos.

      Ella se removió inquieta, pero abrió los ojos lentamente Sí, sí. Estoy despierta, despierta bostezó e intentó acomodar su mala postura.

      Claro que sí pero la detuvo unos instante antes de bajar, sostuvo la mano de Natle y le dio un leve apretón —Natle la llamó, obligándola a volverse hacia él No te preocupes, lograremos pasar estos días, sobreviviremos y regresaremos a nuestra rutina.

      —Gracias —Natle se acercó a él, besándolo con fervor, saboreando con ansias ese beso tan sensual. Ambos bajaron del auto, Joe fue por sus cosas y entraron a la casa en completo silencio, sus padres ya estaban en la cama, pero Gabrielle estaba en la sala mirando televisión, en otras palabras esperándolos para arruinarles de cierta manera su noche. Cuando sintió que ellos entraban con cuidado no pudo evitar molestar y hacer comentarios hostiles —Mamá sabe que hicieron el camino tan largo para evitar la cena.

      Natle dio un respingo al escuchar la voz de su hermana, que no hacia ningún intento por mantener la voz baja, más bien hablaba tan fuerte para poder hacer de ello una discusión familiar, pero antes de que Natle pudiera decir algo, Joe intervino cortando lo que podría ser una pelea entre hermanas —Supongo que ese gran comentario y deducción se lo diste sin problema alguno al ponerte a pensar aunque sea una sola vez —murmuró Joe con ironía, su rostro se volvió rojo ante la ira, pero controlo su temperamento que últimamente se volvía más más explosivo —Estamos cansados e iremos a dormir, deberías hacer lo mismo.

      —No soy una chiquilla.

      —Lo eres Gabrielle —afirmó Natle, intentando tomar su bolso, pero Joe se negó, deseaba llevar todo él solo arriba —Tienes solo quince años.

      —Y tú ni cumples los diecisiete para tener un chico en tu habitación, no tienes calidad moral para reprocharme nada hermanita.

      —Hasta mañana —interrumpió Joe la discusión, empujando a Natle a subir y dejar de hablar, ella aceptó a regañadientes esa orden tan vana y subió a su habitación.

      Abrió la puerta y una vez en la seguridad de su habitación, ambos no podían dejar ese momento incomodo atrás, Joe dejó sus maletas a un lado de la habitación y se quedó mirándola por un instante Creo que deberías evitar hacer comentario alguno hacia tu hermana, ambas solo buscan pretextos para poder pelear se llevó ambas manos a la cadera.

      Volviéndose con brusquedad hacia él ¿Qué demonios Joe? Yo solo trato de ser buena hermana, me preocupo por ella y aunque sea una completa perra intento cuidarla.

      Lo sé, pero ella no lo ve de esa manera. Cree que compites con ella, cree que tú eres privilegiada en cierto modo.

      ¿Privilegiada? ¿¡Privilegiada!?

      Baja la voz, tus padres están durmiendo en la otra habitación replicó molesto por aquella explosiva reacción —¿No podías mantener la boca callada cierto? —le reprendió él.

      —No me achaques culpas, ella empezó y tú fuiste testigo de ello.

      —Natle, solo deja de intentar reprenderla, nunca entenderá, es demasiado mimada, demasiado caprichosa para poder entender algo.

      —Pues dile eso a mi madre.

      —Jonathan no puede hacer algo al respecto.

      —Eso que fue Joe, una pregunta o afirmación.

      —Ambas —respondió —¿Qué te pasa? —preguntó confundido.

      —No sé a qué te refieres —tomó su ropa dispuesta a volverse y entrar al baño, pero Joe se acercó en movimiento explosivo, sosteniéndole del brazo e impidiendo que se alejara.

      —Estás tan distinta. Creería que quieres que me enoje. Qué quieres alejarme, pero no lo lograrás… Solo… Solo intenta dejar todo atrás, Natle. ¿Qué cambio en tan poco tiempo? Saliste del hospital, intentamos regresar todos a la rutina, pero te niegas a seguir adelante, ni siquiera podemos hablar de lo que paso esa noche en el infierno, sobre Hadeo, es algo que tú solo evades —llevándose una mano hacia la cabeza, deslizó sus cabellos hacia atrás en señal de una clara frustración despeinándose aún más.

      —Solo quiero olvidar, dejar eso atrás, pensar que nunca paso —Natle replicó aún más enojada al escuchar los reproches de Joe.

      —¿Dejar? Natle no me dejes atrás, eso paso, no podemos olvidarlo, paso y cambió nuestras vidas, nuestra manera de ver la vida, pero debemos lidiar con ello y no dejar que nos afecte como lo está haciendo contigo.

      —¿Afectarnos? —Vociferó —¡Afectarnos! Casi mato a mi hermana, casi acabo con la vida de mortales, con la vida de Miaka, incluso la tuya... —intentó buscar aire —Pude haberte matado.

      —Pero no lo hiciste —tomó el bello rostro de Natle entre sus manos —Por favor, no me apartes ahora.

      Natle cerró los ojos, sus lágrimas vetearon su rostro recién lavado, negó con la cabeza, temía que la promesa de Hadeo y su pronto regreso afectara no solo nuevamente su vida, sino que se llevara en el proceso la vida de sus padres, de Joe —No, no puedo —lo empujó con brusquedad de su lado, a lo que Joe sostuvo sus manos notando que su tatuaje había desaparecido, frunció el ceño y no pudo evitar preguntar —¿Tu tatuaje? Tu marca despareció.

      Ella quitó sus manos con brusquedad, como si el simple contacto le quemará —No sé, no me di cuenta de ello.

      —¿Desde cuándo no tienes la marca? —preguntó monocorde, a lo que ella solo respondió encogiéndose de hombros —De eso estoy hablando, que mientes, que me ocultas cosas. Soy tu novio, se supone que debes compartir cosas conmigo cómo yo lo hago contigo, somos un equipo.

      —¡Joe! Hay cosas que deseo guardarme para mí.

      —Parece que Hadeo no salió del todo, además de fuerza, sigues igual de caprichosa y testaruda. No entiendo cómo —cerró la boca, no deseando decir lo que creía que pensaba “como me pude fijar en una mocosa malcriada”

      —¡Sí! Tienes razón no sería mala idea entregar todo a Piora a ver si me dejan en paz —respondió con tanta ironía que Joe siguió su juego —Y ten el valor de terminar la maldita frase —se deshizo de su agarre con brusquedad.

      —¡Eso espero! Dejemos esto así, no quiero enojarme ni discutir, no es el momento, ni el lugar.

      —¿Cuándo es el maldito momento y lugar para discutir? —haciendo una pausa, Joe levantó las manos interrumpiéndole.

      —¡Sabes! Mejor me largo. Es ilógico hablar contigo, ya no es necesario de todas formas —apretó la mandíbula y sus ojos azules parecían acero hirviendo con ganas de abofetearle en ese momento, así que solo se fue de su lado, abrió la puerta de la habitación dispuesto a irse, pero se detuvo en el umbral de la puerta, dejarla sola implicaba dos cosas, Gabrielle logró su cometido y pasaría tres días sola, mientras que si se quedaba le daba la razón a Natle y él no deseaba ninguna de las dos opciones.

      Cerró la puerta y se comenzó a despojar de sus pantalones y camiseta, Natle lo miró realmente extrañada —¿Qué haces? —le preguntó.

      —Pues no es obvio, desvestirme para poder dormir.

      —Sí, pero dijiste que te ibas.

      —No lo haré, no conduciré por media hora a casa solo por una discusión infantil.

      —Vaya que gran alivio —Natle entró al baño a cepillarse los dientes.

      Joe la observaba cepillarse los dientes