Nathan Burkhard

La herencia maldita


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—Gritó, luchando por zafarse de ese poderoso agarre, mientras que sus lágrimas surcaban sus mejillas y sus labios aguantaban la furia contenía —¡Déjame! —de la nada sus ojos emanaron un brillo y una fuerza invisible y poderosa despojó de su fuerza a Joe lanzándolo contra la pared, Natle se sintió libre de ese agarre asfixiante cayendo al suelo de rodillas, levantándose con la respiración entrecortada corrió hacia su abuelo, en el proceso un policía quiso detenerla, pero lo esquivo logrando entrar y lo que vio logró empujarla a un lugar más oscuro del que Hades incluso la hubiese llevado.

      Joe intentó recuperar el aire perdido, sintió como un duro golpe se asentaba sobre sus costillas hasta el punto de arrebatarle momentáneamente la respiración, aturdido por el gran golpe la buscó con la mirada y se levantó de inmediato recuperándose, sujetando sus costillas dio unos pasos hacia adelante, viéndola en el suelo.

      Natle se acercó al cuerpo inerte de su abuelo, cayendo de rodillas en un golpe seco, sus temblorosos dedos tocaron el frío rostro de Michael, sus ojos brillantes en rebosante lágrimas, mientras que sus labios secos ante la sensación, no supo que hacer, más que tomar el cuerpo de su abuelo entre sus brazos y estrecharlo con fuerza, no entendía que había sucedido, lo había dejado bien, ella lo había dejado bien.

      Para él verla en ese estado fue frustrante, la vio caminar sin que nada importara, pero verla caer de rodillas, tomar el cuerpo de su abuelo y abrazarlo fue lo que lo asusto, había sentido la fuerza que lo impulso a soltarla, el duro golpe de magia lo había dejado tan confundido que pensó que una bomba había explotado sobre su pecho, pero cuando se dio cuenta, Natle era la única que estaba a su alrededor en ese momento, sin dejar de sostener su costado, intentó acercarse a ella, mientras que un policía le pedía a Joe que la sacara de allí Sácala de aquí muchacho.

      —Un minuto por favor, por favor —suplicó pidiéndole que la dejase tan solo unos minutos, volviendo a ella le suplicó con el máximo de los cuidados, no necesitaba que los mortales fueran testigo de la magia descontrolada de una adolescente —Natle por favor, estás haciéndote daño, debes dejar que se lo lleven —sostuvo su hombro a lo que fue un grave error, los paramédicos ya estaban en la puerta listos a poder levantar el cadáver, de pronto Natle apretó los dientes y de un momento a otro gritó.

      Gritó hasta quedar ronca, hasta que algo en su interior se desatara sin miedo a mostrarse —¡NO! —la intensidad de sus gritos hicieron vibrar los muros de la casa, las ventanas de toda la propiedad vibraron ante la fuerza de su voz, ante la fuerza de su dolor, de un momento a otro los cristales se rompieron en miles de pedazos, desatando una lluvia de vidrios, gritos y dolor alrededor de ella, las personas presentes se agacharon, mientras que Joe se cubrió el rostro con su codo ante la fuerza de las explosiones, nunca sintió una magia tan poderosa, pero también oscura, algo en su interior le decía que la muchacha que tenía enfrente no era la Natle que conoció hace una año atrás.

      Un viento frío se apodero de su cuerpo, fue entonces cuando abrió los ojos y estos cambiaron a esferas color guinda, como si el fuego surgiera de ellos, algo estaba saliendo fuera de control, la temperatura se elevó considerablemente en la habitación, pero antes de que algo malo pasara, unas poderosas manos la alzaron y sacaron de allí, arrancándola del suelo y del lugar, le habían arrebatado una parte de su cuerpo, de su corazón y de su alma misma —¡NO! ¡DÉJENME! ¡SUÉLTENME!

      Las poderosas manos de Joe fueron las únicas que tomaron el valor de arrancarla de esa habitación —¡Natle! ¡Natle! Por favor tranquilízate —le rogaba mientras que la casa vibraba, las puertas y ventanas emitían crujidos que ni él mismo podía explicar.

      Cuando paso por el gran espejo de la entrada, Joe notó el cambio radical del color de sus ojos, en ellos no existía compasión, bondad, solo dolor y resentimiento —¿Tus ojos? —inquirió él, mientras su mirada se clavó en esa nueva Natle, en ese reflejo que no conocía.

      Sin desear escuchar palabra alguna, creó una barrera entre su mente y su cuerpo que la obligaba a luchar, trató de zafarse de los poderosos brazos que la sujetaban, pero no podía, luchó, peleó para poder soltarse, no se rindió, la lluvia había intensificado su ritmo, la brisa hacia volar sus cabellos, además de las miradas clavadas en ella, levantó la vista hacia el cielo, ni ella misma logro entender cómo logró zafarse de aquella mano, empujándolo con todas sus fuerzas y echando a correr hacia la dirección opuesta.

      Su madre la llamó a la distancia, su padre comenzó a ir tras ella, Joe trató de alcanzarla, pero Natle le llevó cierta ventaja.

      Sus lágrimas nublaban su visión, la niebla espesa que se aproximaban solo hizo mella en su visión, con la mayor de sus fuerzas se echó a correr, con las piernas temblorosas, la desesperación y el corazón en un puño, sin importarle nada, siguió corriendo sin mirar a donde iba.

      Joe al verla perderse entre la niebla corrió de regreso hacia su motocicleta, se subió en ella y arrancó a toda velocidad, encontrarla era su prioridad ya que una locura podía cometer al estar cegada por sus sentimientos, acelerando en su motocicleta trataba de divisar su camino a través de su casco, pero cada vez más era difícil ante la extraña neblina que cubrió la ciudad —¡Maldición, Natle! —juró por lo alto, pasó por las avenidas más próximas, pero su búsqueda no estaba dando resultados, en lo absoluto.

      Despertando de su trance, Natle se encontró en medio de la neblina y la confusión, elevó el rostro al cielo y dejó que las gotas de lluvia mojaran su rostro y de la nada vio los faros de un auto que estaba aproximándose a velocidad, sin saber qué hacer, se quedó paralizada con la mirada fija a los faros como un venado encantado por el brillo de sus luces, sin mover un solo músculo y ni que hablar de hacer un intento por moverse, el claxon del auto sonaba sin parar, advirtiéndole que le era imposible parar, tomando aire y llenando sus pulmones cerró los ojos y espero.

      La autopista estaba cerca, estacionó en un lado y trató de ver más allá, bajó de su motocicleta, volviendo el rostro viéndola a la distancia, de pie ante lo inevitable, esperando su prematura muerte —¡NATLE! —gritó, tratando de advertirle, pero sabía que no habría tiempo para quitarse de en medio, sin importarle ser visto, desplazó sus alas y arriesgándose a volar bajo, a caer y herirse en el proceso, emprendió vuelo. No supo cómo es que logró sostenerla de la cintura y arrancarla de la autopista, sacándola de allí en un santiamén, pero no pudo elevarse a tiempo, pasando entre los autos que iban por la carretera, cayeron a un lado, llevándose consigo la valla de seguridad y sobre todo llevándose varias heridas en el proceso.

      Dio un gemido ronco ante el dolor que golpeó su espalda, sin soltarla cayeron entre un charco de agua, tierra y pasto —¡Demonios! —Gimió de dolor, con la respiración entrecortada y las fosas nasales dilatas, jamás en su vida tuvo que hacer acrobacias —¡Dios! ¿Estás bien? —le preguntó mordiendo su labio inferior ante el dolor agudo que se esparcía rápidamente.

      Levantándose de su lado, Natle no estuvo consciente del peligro del cual Joe fue parte, tan solo se separó de él, esquiva y enojada —No tuviste que hacer eso.

      Joe se levantó lentamente, intentando dejar a un lado ese dolor punzante, en el proceso tuvo que apoyarse sobre sus rodillas mientras que el dolor lo doblaba —¿Eso es todo lo que puedes decir? —Su mano intentó calmar el dolor de su brazo derecho —Casi nos matan, no solo a ti, a mí también ¿Acaso no te importa nada de eso?

      —Solo quiero que me dejes en paz —cerró los ojos intentando no tener una discusión.

      —Vámonos de aquí. Están a punto de vernos —le asió el brazo, ella trató de luchar, pero lo único que logró de parte de él era que le gritara con una furia que ya no podía ser contenida —¡Quédate quieta! —Se llevó la mano libre hacia el hombro —¡Maldición! Si deseas matarte no impliques a tantos.

      —Nadie te dijo que fueses un héroe —le reclamó ella.

      —No quería ver a mi novia hecha mierda en aquella pista —señaló de manera brusca la autopista, sujetándola con fuerza la atrajo hacia su cuerpo magullado, extendió sus alas, cubriéndolos a ambos, lograron desaparecer antes de ser vistos por alguien más, sin darse