Nathan Burkhard

La herencia maldita


Скачать книгу

la cama hecha y la habitación vacía, pegó su oído a la puerta del baño escuchando la ducha abierta, intentó tocar con sus nudillos, pero se arrepintió mordiendo su labio ante su nerviosismo, giró la perilla y abrió, dejando que la humedad del baño se disipara al entrar y ver a su hermana sentada en el suelo, con las rodillas recogidas, la cabeza gacha y bañándose con la ropa puesta era señal ya de locura, pura locura.

      —¡Por Dios! —se arrodilló ante ella, abrazándola con fuerza, no le importó mojarse, fue la primera vez que le abrazo, la primera vez en la que Gabrielle no seguía fines mezquinos y egoístas —¡Natle! ¿Qué estás haciéndote?

      —Es la primera vez que te importo —dijo en un leve sonido apenas audible.

      —Puede que no sea la hermana del año, pero ambas hemos perdido a alguien —cerró la llave del agua.

      —Nunca fuimos cercanas, por más que intentaba tenerte a mi lado, te alejabas, me odiabas, me odias.

      —No te odio, solo te envidio. No puedo ser como tú, esperar lo que tú esperas, tú conquistaste a Joe y él me gusto a mi primero pero se fijó en ti, pero aun entre mi envidia, sé que en algún momento en la única que podre confiar será en ti.

      —Sabes que siempre seré tu primera opción —Natle intentó reír, pero no pudo.

      —Bueno, esto no quiere decir que a partir de ahora saldremos como grandes amigas, solo necesitamos apoyarnos en este momento y cuando esto termine te detestaré como siempre.

      —Lo sé, claro que lo sé.

      Las luces tenues de afuera entraban por la ventana, acorraladas, convertidas en enemigas desde muy jóvenes, buscaron peleas, discusiones, ambas no deseaban terminar así, pero sus instintos las hicieron pelear una contra otra.

      Tuvieron opciones, pero aun así decidieron pelear, la adrenalina, las heridas que jamás se pudieron curar, ambas con promesas de ganar, pero ambas perdían al mismo tiempo que decidían luchar.

      Miaka sabía la triste historia, la misma historia que se repetía una y otra vez, entre siglos, entre milenios convertidos en historias sangrientas de un pueblo que jamás conoció la verdad ni los hechos, mentiras sobre el inicio, sin saber que ocultaron más que un simple hecho de traición, al verlas juntas, supo que era tan momentáneo como esa devoción que Natle tenía por el muchacho, Miaka cerró los ojos, él solo había apresurado las cosas, dando un motivo a Natle en que pelear, dándole algo con que mitigar el dolor y aumentar la ira, pero jamás pensó que conseguiría su propia destrucción.

      Estar listo era lo mejor, Jonathan había llamado a Joe pidiéndole ir por sus hijas, por un momento no deseo regresar a la casa, pero debía hacerlo, por más que deseaba darle espacio a Natle, algo complicaba las cosas y en un día cómo ese no podía permanecer lejos por más que lo intentara. Llegó a casa en su auto, estacionando y abriendo la puerta, pero como era de suponerse la estancia estaba vacía.

      Miaka giró sobre sus patas y volvió hacia la sala solo para encontrar a Joe, al verle decidió evitar que suba, necesitaba que ambas tuvieran un tiempo de consuelo para seguir con el rumbo destinado desde hace mucho tiempo —¡Ella estará bien! Esta con Gabrielle, creo que han dejado de lado su rivalidad para poder apoyarse —exclamó el gato.

      —Es lo mejor que puede hacer Gabrielle.

      —¿Cómo estás? —le preguntó.

      —Magullado, adolorido. Pero como siempre sobreviviré —se encogió de hombros, llevando sus manos a los bolsillos de su pantalón, bajando la mirada y viendo sus pies calzados en zapatos italianos.

      El bañarse con ropa no era su fuerte, así que se desvistió lentamente, dándose cuenta de los raspones por la caída, su llanto era silencioso, sus lágrimas invisibles, la desesperación trataba de sacarle de lugar, demoró casi media hora, sintiendo el frío del agua en la cabeza y su cuerpo.

      Gabrielle trataba de recapacitar y recuperarse, preparó la ropa de su hermana, tomó su celular en manos y marcó el número de Philip, deseaba por un momento tenerlo cerca, no podía evitar sentir algo por él, aunque pensaba que solo era un sustituto ante el rechazo de Joe.

      —¡Hola, Philip!

      —¿¡Gabrielle!? —respondió detrás del teléfono ¿Qué necesitas?

      —Necesito tu ayuda —fue la primera vez que Gabrielle lloró tanto y pidió ayuda.

      —¿Qué sucedió? ¿Estás bien? —Su tono cambio preocupándose por ella.

      —Por favor ven ¡Te necesito!

      —Iré enseguida, lo más rápido posible, pero dime ¿Qué pasó?

      —Mi abuelo... —se detuvo por unos segundos tratando de creer lo que diría —Falleció.

      —¡Dios! —Se sorprendió quedando sin habla durante unos segundos, logrando reponerse a la respuesta de Gabrielle —¡Estaré allí en quince minutos!

      —Está bien —y colgó, aunque trataba de ser fuerte y no sollozar, no pudo evitar derramar más lágrimas, mordiendo su mano para no hacer ruido.

      El baño fue lento, tomó su vestido negro y chaqueta, vistiéndose, no sabían qué iba a pasar después, sus padres no llamaron, no avisaron nada, su vida estaba cambiando, habían dado un giro extraordinario era un mundo paralelo para todos, incluyendo para Natle, quien fue la más afectada tras la muerte de su abuelo.

      Volviéndose hacia su propio reflejo, tocó el vidrio observándose a sí misma, no era nada de lo que solía ser hace tan pocas horas, trataba de encontrar un mundo paralelo, haciéndose preguntas tontas, además de imaginar cosas que no venían al caso, estaba sufriendo, estaba a punto de enloquecer.

      Tomando una de las decisiones más fuertes y difíciles de su vida, buscar la manera de alejarse de Joe, de su familia y de esa vida tan miserable que me había tocado vivir. Hasta el punto de hablar sola por un momento frente al espejo que había junto a su ventana —Mi sangre, mi vida, cada gota de ellas. Le pertenece. Sé que regresará y por fin podrá destruirme. Mis miedos le alimentan, le dan más fuerza y el peor de mis miedos, el alimento que le podrá traer nuevamente a la vida será la muerte de Joe. Ya me ha quitado mis poderes, mi vida de ángel y mi familia, lo último que falta es Joe, él es el último en su lista, si no me alejo de él lo perderé como estoy perdiendo mi alma a pedazos.

      Ambos, ángel y guardián esperaban que ambas muchachas bajaran, de un momento a otro el timbre de la puerta interrumpió sus pensamientos, Joe se volvió para ver al gato extrañado —¿Esperas a alguien?

      —Como si conociera aquí a muchos ¡Solo abre la puerta! —el gato se levantó caminando por la casa, pasando por el pasillo observando a ambas hermanas observarse al espejo, quien diría que con la muerte de un ser querido una familia puede destruirse, puede derribarse, cayendo sin poder levantarse.

      Era lo que yo sentía en ese momento, me hundía en un pozo sin tener salida, no encontraba la mano que me ayudaría a salir, un círculo vicioso de dolor y pena estaba rodeándome, por más que estaba rodeado de gente de mi especie, me sentía claustrofóbico de tan solo pensar que debía pasar allí una corta temporada, pero la sensación de vacío me dejó atormentado, sabía a ciencia exacta que ella estaba sufriendo, pero no sabía su motivo.

      Miaka sabia las consecuencias que traería, recordando a su vez al abuelo era la persona más buena que encontró en su camino, era su mejor amigo, pero ese día él se había ido. Todo era tan lento en casa, todos estaban caminando lento, con miradas bajas y lágrimas derramadas, gargantas sin voz y cuerpos sin vida, ellos eran marionetas de la situación, controlados por los adultos quienes tenían otra percepción de su pena.

      Apretó la mandíbula y se apresuró, nunca le había agradado ese gato atrevido y altanero, y el sentimiento era mutuo, Miaka solo pensaba que él era un instrumento del destino para llegar a un objetivo, mientras que Joe pensaba que Miaka era un tigre que solo se regía de normas y reglas antiguas para seguir un fin absurdo en una época distinta a la que el mismo vivió —¡Maldito