Jonathan Maberry

Polvo y decadencia


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arreglarme con el Hermano David o con alguno de mis colegas allá afuera para que los traigan de regreso al pueblo. J-Dog y Dr. Skillz trabajan en esa sección de Ruina.

      —Los conocí —dijo Benny—, durante la fiesta de Año Nuevo del año anterior. Son unos bobos.

      Tom se encogió de hombros.

      —No entendía gran parte de lo que decían —continuó Benny.

      —Yo tampoco —rio Tom—. Justo acababan de entrar al circuito profesional del surf cuando la Primera Noche cayó sobre todos. Los surfistas tienen su propio idioma, y esos dos lo utilizan como su lenguaje personal. No creo que busquen que la gente los entienda.

      —¿Por qué no?

      —Es un mecanismo de defensa. ¿Recuerdan aquella historia de Peter Pan y los Niños Perdidos?

      —Sí, esos chiquillos que nunca crecían.

      —Ellos son así. Por un lado trabajan en el negocio de las recompensas y pueden pelear como demonios, pero por el otro en verdad desean que todo esto no sea real. Para ellos es como vivir dentro de un videojuego. ¿Recuerdan cuando les platiqué sobre los juegos de video?

      —Seguro —dijo Benny, aunque el concepto era increíblemente ajeno a él—. Dr. Skillz y J-Dog… ellos realmente no creen que están en la playa, ¿o sí?

      —Difícil de saber —replicó Tom—. Todo es un gran juego para ellos. Pueden estar hasta los tobillos de sangre o combatiendo a cientos de zoms con la espalda contra la pared, y aun así balbucear bromas en su jerga de surfistas. Es su manera de sobrevivir, y supongo que a ellos les funciona. No me preguntes cómo —hizo una pausa y sonrió—. Mucha gente no los soporta. A mí me agradan.

      —Es un mundo extraño —sentenció Nix.

      —No tienes ni idea, cariño —confirmó Tom. Benny notó que su hermano no recibió la mirada de ninja asesino por llamar “cariño” a Nix. Tom señaló al sureste—. Bien… el Hombre Verde tiene una cabaña allá arriba. Mandé decirle a él y a otros que nos esperen ahí. Encontraremos amigos al paso y lugares seguros donde descansar.

      —Puede ser que la madre de Chong lo deje pasar la noche con nosotros —dijo Benny esperanzadamente—. Es probable que piense que quedará tan asustado que todo el asunto de “ve y conoce el mundo” habrá salido de su sistema —reflexionó—: Es posible que funcione, de hecho. Chong no ha avanzado mucho en eso de madurar.

      —¿Y Morgie? —preguntó Tom.

      Nix sacudió la cabeza.

      —No, Morgie no irá.

      Benny y Tom voltearon a mirarla.

      —Pareces bastante segura —dijo Tom.

      —Lo estoy —pero no dio una explicación, y ellos no presionaron para obtenerla.

      —Bien —continuó Tom—. Si vamos a largarnos de aquí, tengo que terminar hoy todo lo que pensaba hacer en la semana. Ustedes dos, vayan a despedirse.

      —No hay nadie de quien yo tenga que despedirme —comenzó a decir Nix, pero Tom la detuvo.

      —Eso no es verdad y lo sabes. Estamos dejando Mountainside, Nix… no desechando a la gente que vive aquí. Los Kirsch, el capitán Strunk, los Chong… todos ellos han sido amables contigo, y merecen la cortesía y el respeto de una despedida.

      Nix asintió arrepentida, con el rostro ruborizado por la vergüenza.

      —Ustedes dos dejan amigos atrás. Si Morgie y Chong no pueden acompañarnos, ¿piensan marcharse sin decir adiós? Recuerden que ellos creen que partimos la semana entrante. Esto también va a ser difícil para ellos.

      Benny suspiró y asintió.

      —Partir nunca es fácil —sentenció Tom—. Incluso cuando sabes que no existe alternativa.

      DEL DIARIO DE NIX

      La gente de Ruina

      Los comerciantes llevan todo tipo de cosas de pueblo en pueblo en remolques blindados tirados por caballos cubiertos de alfombra y malla de alambre. Puedes comprar casi lo que sea de un comerciante, o encargar un pedido y él buscará conseguirlo por un precio. Todo lo que venden los comerciantes es siempre costoso.

      Los saqueadores son gente chiflada. Van de pueblo en pueblo allanando casas, tiendas, almacenes y otros lugares para buscar todo tipo de insumos, comida enlatada, costales de granos y harina, ropa, armas, libros, y todo lo que consideren con alguna clase de valor. A veces esperan a que los cazarrecompensas eliminen a los zoms en el área, entonces deben compartir ganancias con ellos, así que muchos saqueadores prefieren actuar por su cuenta. Tom dice que la expectativa de vida de un saqueador solitario es de dos años, pero si tienen éxito, pueden ganar suficiente dinero para retirarse. Él dice conocer únicamente a tres personas que lo han conseguido, mientras que ha aquietado a más de dos docenas de fallidos saqueadores.

      Los ermitaños asustan a todos. Viven solos (o en pequeños grupos), y una vez que han marcado su territorio, matarán a cualquiera que se acerque, humano o zom. En el pueblo corre el rumor de que algunos de ellos incluso practican el canibalismo.

      13

      Tom volvió al pueblo a comprar algunas provisiones faltantes. Nix y Benny entraron a la casa y subieron a la habitación de Benny, éste sacó un par de grandes almohadas y luego salieron por la ventana para sentarse lado a lado en el cobertizo.

      Las nubes grises se disolvían en pálidas volutas blancas que parecían papel de seda mojado en un techo azul. Desde ahí podían ver todo el pueblo. Al oeste, la reserva de agua frente al escarpado muro de montañas y los kilómetros de cercado que enmarcaban al pueblo por norte, este y oeste. Adyacente al pueblo, kilómetros y kilómetros de campos de cultivo vallados se perdían en el horizonte. Siempre había desconcertado a Benny por qué la gente del pueblo no había ido recorriendo el cercado para gradualmente reclamar más y más espacio de Ruina. Los comerciantes que saqueaban las bodegas y los sitios de construcción en los pueblos abandonados podrían conseguir la malla metálica y los postes necesarios, pero los límites del pueblo no habían crecido en años. Existía el Pueblo y luego estaba Ruina, y eso parecía ser todo lo que la gente era capaz de pensar.

      Esto molestaba mucho a Benny, pero a Nix casi la hacía perder la cabeza. Ella no solamente quería expandir el pueblo, quería construir botes y reclamar algunas de las grandes islas frente a la costa de California: Catalina, San Clemente o cualquiera de las otras que fuera lo suficientemente grande para albergar a unos cuantos miles de personas y su tierra lo bastante fértil para alimentarlos. Nix tenía una lista de islas en el pequeño diario con cubiertas de cuero que siempre cargaba consigo, y planes detallados de cómo expulsar de ellas a los zoms. También había copiado montones de fragmentos de libros sobre agricultura y ganadería.

      Estaban recostados sobre las almohadas y miraban a las gaviotas y los buitres que planeaban alto en los vientos térmicos.

      —En verdad voy a extrañar a Chong y a Morgie —comenzó Nix.

      —Lo sé. Yo también.

      —Pero tengo que ir.

      —Lo sé —dijo Benny.

      Escucharon voces en el jardín. Tom y alguien más. Nix se sentó, pero Benny cruzó un dedo en sus labios y ambos se recostaron boca abajo y se deslizaron hacia el borde del tejado.

      Debajo, Tom hablaba con un cazarrecompensas que Benny había visto algunas veces en las fiestas de Año Nuevo. Sam el Bateador Bashman. Era un hombre delgado, de pelo negro, que cargaba dos bates de beisbol. Ambos estaban viejos y maltratados, pero según Tom, el Bateador los tenía desde aquellos días en que jugaba de segunda base para los Phillies de Filadelfia en un mundo que ya no existía.

      —¿Así que realmente estás decidido a llevar a tu hermano y su chica allá afuera? —preguntó el Bateador.

      —Absolutamente —confirmó Tom.

      —¿Por