Jonathan Maberry

Polvo y decadencia


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yuxtaposición de ambas certezas era profundamente perturbadora, y recordó sus cavilaciones del día anterior, cuando Nix le preguntó si en verdad quería partir. Una parte de él respondió “quiero ir”, pero otra parte distinta simplemente susurró “iré”. Eran respuestas muy diferentes.

      Nix, intuitiva como siempre, atrajo su atención y con una mirada le preguntó si estaba bien. Sin esperar una respuesta, miró hacia la cerca vacía, y dejó caer los hombros. Volvió a mirar a Benny y asintió con tristeza.

      Adiós, Morgie, pensó Benny.

      —Bien —recomenzó Tom—, así es como vamos a hacer las cosas. Yo guío, ustedes siguen. Cuando dé instrucciones, quiero que presten atención. No habrá momentos para desconcentrarse.

      Miró a Benny y Chong mientras pronunciaba esta última parte, y ellos pusieron cara de ángeles falsamente acusados de graves pecados.

      —Hablo en serio —dijo Tom—. Sé que todos estamos armados y que cada uno de ustedes ha recibido cierto entrenamiento para el combate, pero en Ruina basta cometer un error para caer muerto.

      Lilah hizo un ruido desde el fondo de su garganta cuando Tom dijo aquello, y Benny inconscientemente se tocó el cuello en el lugar donde ella había colocado su navaja en el césped de Zak luego de la pelea con el señor Matthias. Nix debe haber tenido el mismo pensamiento, pues dio un pequeño paso para colocarse entre Benny y Lilah, y no había señal de una sonrisa en su rostro.

      Tom ajustó la correa que sostenía su katana de acero, después se aclaró la garganta.

      —Una vez que los guardias hayan atraído a los zoms hasta el otro extremo, saldremos de frente hacia la línea de árboles. En una sola fila. Yo iré adelante, después Nix, Benny, Chong y Lilah. ¿De acuerdo?

      Todos asintieron.

      —Lleven sus armas colgando. En este momento la velocidad es más importante que nada. Los guardias tratarán de mantener distraídos a los zoms hasta que estemos a salvo. Después de eso, estaremos solos.

      —¿Qué pasa si nos topamos con un zom? —preguntó Chong.

      —De ser así, yo lo veré primero. Me encargaré, solo. Si viene hacia ustedes por un costado, será Lilah quien lo enfrente —Tom les lanzó una mirada dura—: No quiero héroes aquí. Sigo molesto con ustedes por haber ido al porche de Zak. Debieron llamarme, o al capitán Strunk. Ése no es precisamente el camino de un guerrero inteligente. Aunque se consideren ya diestros, aún están muy lejos de convertirse en verdaderos samuráis. Un peleador experto no toma riesgos innecesarios. ¿Entienden?

      Todos asintieron.

      —No los escuché —dijo Tom con firmeza.

      Y ellos lo dijeron.

      El resplandor de luz tras la línea de árboles se había vuelto lo suficientemente brillante para ver a los zoms que deambulaban en el campo o permanecían erguidos como estatuas. La mayoría de ellos sólo se movían para perseguir una presa, de otro modo dejaban de caminar y permanecían quietos. En Ruina, Benny había visto zoms con enredaderas de años envueltas alrededor de sus piernas. Aún no estaba seguro si aquello le resultaba triste o terrorífico.

      Tom finalmente asintió con reticencia. Aceleró el paso hacia el portón del cercado.

      —Prepárense —dijo en voz baja, después agitó una mano hacia el sargento a cargo del turno de noche. El sargento silbó, y sus hombres comenzaron de inmediato a golpear tambores y cacerolas mientras caminaban rápidamente hacia el norte a lo largo de la cerca. Los zoms del campo se tensaron por un momento, atraídos gracias a cualquiera que fuera el sentido que poseían por el ruido y el movimiento. Uno a uno voltearon, gimiendo suavemente, sus bocas de labios grises moviéndose como si practicaran anticipándose a un macabro banquete, y comenzaron a andar vacilantes por el campo. Benny y sus amigos observaban con espantosa fascinación.

      —Es tan extraño —dijo Nix en voz baja—. ¿Cómo pueden estar muertos y hacer eso? ¿Reaccionar al sonido? ¿Perseguir? ¿Cazar?

      —Nadie lo sabe —replicó Tom—. No necesitan comer. No obtienen ningún beneficio de matar. Pueden pasar años y años sin descomponerse más de lo que ya están. Nadie lo entiende.

      Chong sacudió la cabeza.

      —Tiene que haber una respuesta. Algún mecanismo biológico desentrañable al microscopio de la ciencia.

      —Hasta donde sabemos, todos los científicos están muertos —continuó Tom—. Excepto el doctor Gurijala, y él practicaba sólo la medicina general.

      —¿Alguna vez ha examinado a algún zom? —preguntó Nix.

      —No —confirmó Tom en voz baja para no atraer a los no muertos—. Se lo sugerí incontables veces. Le dije que podría ayudarnos a entender lo que eran y contra qué nos enfrentamos. No fue mucho después de la Primera Noche, cuando aún pensábamos que había una forma de vencerlos. Me llamó demente por el solo hecho de sugerirlo. Desde entonces volví a intentarlo muchas veces más, pero el doctor dice que la ciencia termina en la cerca.

      —¿Eso qué significa? —preguntó Nix.

      —Significa —continuó Tom—, que el doctor Gurijala cree que lo que reanima a los muertos no es biológico. Es algo más.

      Nix levantó una ceja.

      —¿Magia?

      Tom se encogió de hombros.

      —La magia es un cuento de hadas —intervino Chong—. Si esto está sucediendo, entonces debe haber una explicación racional. Tal vez el doctor Gurijala no conoce suficiente de ciencia para entender lo que ocurre. Quiero decir… esto debe ser una especialidad.

      —¿Cómo cuál? —preguntó Nix.

      —No sé. Física. Biología molecular. Genética. ¿Quién sabe? Que no conozcamos a alguien que lo entienda no significa que tengamos que atribuirle una respuesta sobrenatural.

      Tom asintió.

      —¿Qué me dices de las otras interpretaciones? —preguntó Nix—. ¿Y si se trata de algo malvado? ¿Y si son demonios o fantasmas o algo parecido? ¿Y si es algo… no sé, bíblico?

      —Oh, cielos —suspiró Chong—. ¿Será que se acabó el espacio en el infierno, así que los muertos comenzaron a caminar por la tierra?

      Ella se encogió de hombros.

      —¿Por qué no?

      —Imposible.

      —¿Por qué? —lo retó ella—. ¿Por qué tú no crees en nada “místico”?

      —Creo en la ciencia.

      Nix señaló a las criaturas en el campo.

      —¿Cómo explica eso la ciencia?

      —No lo sé, Nix, pero creo que podría darle una respuesta —Chong inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Estás diciendo que tú no crees en la ciencia? ¿O que debemos buscar la respuesta en la espiritualidad? ¿Desde cuándo eres religiosa? Tú faltas a la iglesia tanto como yo.

      Benny le lanzó a Tom una mirada de Oh, no, aquí vamos.

      Nix sacudió la cabeza.

      —No estoy diciendo nada en concreto, Chong. Lo que digo es que debemos mantener la mente abierta. Puede ser que la ciencia no tenga todas las respuestas.

      —Yo mantengo la mente muy abierta, gracias… pero no creo que vayamos a llegar a ningún lado buscando una respuesta fuera de las leyes de la ciencia.

      —¿Por qué no?

      —Porque…

      —¡Basta! —la voz fantasmal de Lilah interrumpió su debate y los hizo callar—. Hablar, hablar, hablar… ¿qué utilidad tiene eso?

      —Lilah —comenzó Chong—, sólo estábamos…