Jonathan Maberry

Polvo y decadencia


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      Los chicos no respondieron.

      —Verán, esta es una de las razones por las que quería traerlos acá afuera —dijo Tom—. Cuando todo es teoría, cuando todo es discusión más que acción, es fácil hablar de los zoms como si no fueran reales. Como personajes en un cuento.

      —Abstractos —sugirió Chong, y Tom asintió.

      —Correcto. Pero aquí afuera son reales y tangibles.

      Benny se removió, incómodo.

      —Son gente.

      Tom asintió nuevamente.

      —Sí. Eso es algo que no podemos olvidar. Cada uno de los zoms, cada hombre, mujer y niño, sin importar qué tan descompuestos estén sus cuerpos, sin importar qué tan peligrosos sean, todos fueron alguna vez gente real. Tenían un nombre, una vida, una personalidad, una familia. Tenían sueños y aspiraciones. Un pasado y un anhelo de futuro, hasta que algo vino para arrebatarles todo.

      —Lo cual es otro de los misterios —dijo Nix por lo bajo.

      —Sí, sí, sí —confirmó Chong, y le dio un empujoncito con el codo. Ella sonrió y le devolvió el codazo, con un poco más de fuerza.

      Tom continuó:

      —No sabemos hasta dónde tendremos que ir para encontrar el avión. No sabemos siquiera si podremos encontrarlo. Vimos que voló hacia el este, pero pudo haber aterrizado en cualquier lado.

      Benny se estremeció.

      —Auch.

      —No se preocupen por eso. Ya encontraremos algunos indicios. Alguien lo habrá visto, hay personas conscientes aquí. Preguntaremos a todos los que encontremos… pero muchas de ellos viven en las tierras bajas, pues muchas partes del país carecen de montañas. Así que es casi seguro que recorreremos secciones infestadas de zoms. No hay manera de evitarlo.

      —Así que aprendan a estar entre muertos —agregó Lilah. No fue una afirmación elocuente, pero todos entendieron su significado.

      Tom palmeó el brazo de Chong.

      —¿Listo para seguir? Seguiremos con una agradable caminata por el campo.

      —Eso suena mejor.

      —No, no lo es —dijo Lilah, recargando su lanza en el hombro—. Aquí afuera todo quiere matarte.

      La Chica Perdida echó a andar por el sendero, y Chong la miró.

      —En serio —dijo—, ya capté el mensaje. Esa última parte no era necesaria.

      Nix iba riendo mientras seguía a Lilah. Benny recargó su bokken en el hombro, y en una buena imitación de la voz susurrante de Lilah, afirmó:

      —Todo quiere matar al vomitón de Chong. Todo.

      Y comenzó a caminar.

      Su amigo respiró profundo y lo siguió.

      DEL DIARIO DE NIX

      Herramientas de un cazador de zombis, parte 2

      LANZA DE LILAH. El cuerpo de la lanza está hecho de un tubo negro de dos metros de largo por dos centímetros de grosor. Tiene bandas de gamuza alrededor de ambos extremos y en dos partes del centro, de donde acostumbra sostenerla. La navaja perteneció a una bayoneta del Cuerpo de Marines. También es negra y de unos veinte centímetros de longitud.

      Lilah dice que es la cuarta lanza que ha fabricado. Perdió la primera cuando fue llevada por primera vez a Gameland (tenía entonces once años, y la lanza era de un metro y medio de largo). Perdió la segunda mientras huía del Martillo de Detroit hace tres años. La tercera se arruinó cuando intentaba entrar a una vieja biblioteca para buscar libros. La cuarta tiene un año de antigüedad.

      18

      Benny caminó junto a Tom algún tiempo.

      —Te escuché hablar con el Bateador ayer.

      Tom le dedicó una breve mirada.

      —¿Qué fue lo que escuchaste?

      —Muchas cosas. Sobre todo lo relacionado con los problemas que hay en Ruina. Que la gente se disputa el territorio de Charlie Ojo Rosa.

      —Ajá.

      —¿Y…?

      —¿A qué te refieres?

      —Bueno —continuó Benny—, ¿no haremos algo al respecto?

      —¿“Haremos”?

      —Sí, “haremos”. Tú, yo, Lilah, Nix… Quiero decir, antes de que dejemos el área.

      Tom negó con la cabeza.

      —No.

      —¿Por qué? Estos son tus bosques, hombre. Pasaste años aquí afuera limpiándolos y…

      —No, pasé años aquí afuera como cazarrecompensas y como especialista en cierres. Nunca fue mi trabajo ni mi intención “limpiar” el territorio. No lo fue entonces y no lo es ahora —hizo una pausa y volteó atrás a mirar a los otros, que estaban a unos cien metros de distancia. Nix y Chong iban platicando, probablemente seguían su discusión sobre los misterios de la plaga zombi; Lilah estaba en la retaguardia, contenta de no tener compañía—. Míralos, Benny. Lilah no tiene ni diecisiete años. Nix apenas quince. Tú y Chong cumplirán dieciséis en pocos meses. Ustedes son duros, pero enfrentémoslo… no son un ejército. Ni siquiera puedo decir con total convicción que están lo suficientemente preparados para hacer lo que ahora intentamos, y me asusta pensar que los estoy guiando a su muerte. No voy a convertir eso en una certeza poniéndolos a luchar en una batalla campal contra cincuenta o sesenta cazarrecompensas armados.

      —¿Pero qué me dices de Gameland? Si lo cambiaron a un sitio más cercano al pueblo, entonces podrían robar más chicos de ahí. Como intentaron hacer con Nix. No podemos simplemente…

      —He intentado por años que la gente del pueblo tome consciencia.

      —Lo sé. También te escuché hablar con el alcalde Kirsch y el capitán Strunk.

      —¿Qué eres, el fisgón del pueblo?

      —Estaban hablando en el jardín, mi ventana está justo arriba.

      —Bien, bien. El punto es que el pueblo tiene que tomar la responsabilidad en sus manos. Yo les mostré que podía hacerse, y durante un tiempo hice lo que pude… pero no es el trabajo de un solo hombre. Y no es un trabajo de niños.

      —Adolescentes, gracias.

      —Está bien. Adolescentes. No es un trabajo para ustedes.

      Benny miró a los ojos a su hermano.

      —¿Estás seguro?

      —Sí.

      —Pues yo no. Éste también es nuestro mundo. Nosotros vamos a heredarlo. ¿Qué quieres que hagamos? ¿Esperar hasta que las cosas empeoren, que se salgan completamente de control para hacer algo al respecto? ¿Cómo va eso a ayudarnos a tener un mejor futuro?

      Tom lo observó fijamente mientras caminaban, y luego de una docena de pasos su ceño fruncido se convirtió en una pequeña sonrisa.

      —Siempre olvido lo listo que eres, niño. Y lo maduro.

      —Sí, bueno, todo este último año no ha sido precisamente cosa de niños.

      —No, y lo lamento… pero hablando en serio, Benny, ésta es una conversación que debimos tener antes de partir.

      —Así que… ¿es demasiado tarde para cambiar las cosas? —lo retó Benny.

      Tom sacudió la cabeza.

      —No se trata de eso… Es sólo que éste ya no es nuestro pueblo. Avanzamos. Otros tendrán que hacerse responsables de Mountainside —señaló el camino—. Tu futuro está en algún lugar