sosteniendo su lanza entre sus fuertes manos.
—La chica tiene un punto —dijo Tom—. No es el mejor momento para sostener este debate. Andando.
Palmeó a Benny en el hombro y fue a reunirse con Lilah. El campo frente al portón ya estaba casi libre de zoms, y los últimos rezagados se alejaban tambaleantes.
Benny sonrió burlonamente a Nix y Chong.
—Ustedes dos necesitan quien los vigile. Dios…
Nix le lanzó una sonrisita fría y se alejó caminando vigorosamente. Los dos chicos permanecieron ahí un rato más.
—Entonces, ¿tú de qué lado estás en todo esto? —le preguntó Chong.
—En el mismo lado de siempre —respondió Benny—. Sin una idea. Y justo ahora se siente como un lugar seguro donde permanecer. Anda, genio… vámonos.
El último de los zoms ya estaba a cincuenta metros de distancia y Tom le hizo una seña con la cabeza al encargado del portón, quien en silencio levantó la barra de protección. Las bisagras siempre estaban muy bien aceitadas para evitar cualquier chirrido delator. Tom se asomó y escudriñó en la penumbra.
Benny estaba en pie a su lado, observando las figuras sombrías que se alejaban. De una extraña forma sentía lástima por los monstruos; lástima, incluso, de que fueran engañados tan fácilmente. Le daba la sensación de que era como aprovecharse de alguien con daño cerebral o con un defecto de nacimiento. Lo sentía como si fuera acoso, aunque aquello pareciera incluso ridículo.
Tom volteó a mirarlo.
—¿Qué pasa, niño?
Benny señaló con la cabeza hacia los zombis, pero no trató de explicarse. Si alguien sabía entenderlo, ése era su hermano. Tom le posó una mano en el hombro.
—Lo sé —dijo, y agregó—: Pero no dejes que tu compasión por ellos te haga cometer un error.
—No lo haré —le aseguró Benny, aunque su voz carecía de convicción, aun a sus propios oídos.
Tom le dio un apretón en el hombro, entonces se volvió hacia el resto.
—Bien, recuerden lo que dije. Manténganse agachados, muévanse rápido y no se detengan hasta que alcancen los árboles. ¿Listos? ¡En marcha!
Uno a uno se deslizaron a través del portón y corrieron a toda velocidad hacia las sombras violáceas detrás de las cuáles se levantaba el sol.
Benny volteó una vez más mientras corrían. Los guardias cerraron la cerca, y el pueblo de Mountainside quedó asegurado una vez más. Todo lo que conocía, casi todas las personas con las que se había encontrado en su vida, estaban detrás de aquel cercado. Su casa, su escuela. Morgie. Todo eso había quedado atrás. No había habido despedidas lacrimosas. Si Tom había ido a decir adiós al alcalde Kirsch o al capitán Strunk o a alguno de los otros, Benny no lo vio hacerlo, y nadie acudió al portón a verlos partir.
Ahí estaba, en resumen, todo lo que estaba mal con Mountainside. Así como la gente actuaba como si no existiera un mundo afuera de la cerca metálica, así también darían por perdidos a Tom, Nix y Benny. Como la gente que murió en la Primera Noche. Los habitantes del pueblo los olvidarían; era más fácil que imaginar lo que pudiera estar ocurriendo allá afuera, en Ruina.
De cierta manera, Benny y los otros habrían muerto para la gente de Mountainside. Y la gente del pueblo, ¿estaría muerta para Benny? ¿Su recuerdo moriría en su corazón?
Él esperaba que no.
Redujo ligeramente la velocidad mientras corría y buscó a lo largo de la reja, deseando que Morgie estuviera ahí. Sólo para decir adiós con la mano. Eso haría que todo sanara, que todo se arreglara.
Pero en la cerca nadie agitaba su mano deseándoles buen viaje.
Benny miró al frente y se obligó a correr más aprisa.
Nadie de los cinco hizo ruido alguno, y en pocos minutos ni el vigía de mejor vista alcanzaba a distinguirlos. Parecía que el bosque los hubiera engullido.
17
Corrieron hasta penetrar en el bosque profundo, siguiendo una ruta que siempre mantenían despejada los comerciantes que traían carretas de productos saqueados de almacenes y pequeños poblados de toda esa parte del condado de Mariposa —o lo que había sido el condado de Mariposa antes de que la Primera Noche invalidara los viejos mapas. Cuando el sol se elevó, fue más sencillo para Benny evitar pisar los surcos de las ruedas. Chong, que tenía mucho menos coordinación, tropezó varias veces. En cada una de ellas, Lilah lo ayudó a levantarse, pero en lugar de hacerlo como un acto de amable asistencia, le gruñía y lo empujaba hacia delante con mayor fuerza. Nix corría lado a lado con Benny, y ambos volteaban y le sonreían a Chong. Él les gesticulaba con la boca algunas palabras que los hacían reír y que habrían provocado un infarto en los padres de Chong y una fuerte reprimenda de parte de Tom.
Luego de un kilómetro, Tom redujo el paso a un trote ligero, y un kilómetro y medio después, a un ritmo de caminata; y finalmente, se detuvo para descansar. A Benny le faltaba el aire y daba vueltas con las manos sobre su cabeza para abrir los pulmones. Estaba sudando, pero el ejercicio se sentía bien. El rostro de Nix lucía un intenso color rosado y su piel brillaba por una fina película de transpiración, pero sonreía.
Chong se dirigió al borde del camino y vomitó.
Apoyada en su lanza, Lilah observaba con mal disimulado desprecio.
No era que Chong fuera frágil —había entrenado tan duro como los demás y su cuerpo delgado estaba cubierto de músculos correosos—, pero no reaccionaba bien al esfuerzo sostenido.
Benny le dio unas palmadas en la espalda a Chong, pero mientras lo hacía se inclinó y le dijo en voz baja:
—Amigo, estás avergonzando totalmente a nuestro género.
Entre jadeos, Chong le hizo a Benny una descripción detallada de adónde largarse y qué hacer una vez que llegara ahí.
—Bien —dijo Benny—, veo que necesitas un tiempo a solas. Gracias por la charla.
Fue a pararse junto a Nix, que tomaba varios sorbos pequeños de su cantimplora. Tom se reunió con ellos.
—¿Chong está bien? —preguntó.
—Sobrevivirá —dijo Benny—. No aprecia mucho el ejercicio físico.
—Nooo, ¿en serio? —Tom sonrió y señaló hacia una bifurcación en el camino—. En cuanto todos recuperen el aliento, tomaremos por ese sendero. Son tierras altas, así que veremos pocos zoms el día hoy. Mañana decidiremos si vamos a las tierras bajas donde caminan los muertos.
—¿Por qué? —preguntó Nix—. ¿No sería mejor evitarlos por completo?
—No podemos —dijo Lilah, que en silencio se había aproximado a ellos—. No por siempre. Los muertos están por todas partes. Incluso arriba, en las colinas.
Benny suspiró.
—Genial.
—¿Vamos a cazarlos? —preguntó Nix, con los ojos muy abiertos.
Tom meditó la respuesta.
—¿Cazarlos? Sí. ¿Matarlos? No. Quiero que ustedes sean capaces de rastrearlos, pero sobre todo quiero que sean capaces de evitarlos. Podríamos pasarnos una eternidad revisando la teoría, pero nunca será lo mismo que la experiencia práctica.
—Suena maravilloso —murmuró Chong a la par que se les unía. Tenía mal color, pero mejor que el que había mostrado durante el último medio kilómetro de carrera.
—No