Jonathan Maberry

Polvo y decadencia


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algún momento Tom se adelantó, y cuando Benny miró atrás, vio que Nix ahora acompañaba a Lilah y Chong estaba solo, así que se retrasó para caminar al lado de su amigo.

      Mientras caminaban por entre las altas hierbas bajo la ardiente mirada del sol, Benny observaba continuamente a Chong. Sin voltear a verlo, Chong le dijo:

      —¿Qué? ¿Tengo un moco en la nariz?

      —¿Eh?

      —No dejas de observarme. ¿Qué sucede?

      Benny se encogió de hombros.

      —¡Rápido! Dime antes de que pierda el interés —continuó Chong en tono de burla.

      Benny tomó aire.

      —Nix.

      —¿Qué? ¿La pelea sobre ciencia y religión?

      —No… se trata de nosotros. Tú sabes… salir y eso.

      —¡Dios! —Chong se carcajeó—. ¡El juramento!

      Cuando él y Chong tenían nueve años habían hecho un juramento de sangre de nunca salir con ninguna de las niñas que frecuentaban. Pero desde que regresaron de rescatar a Nix el año anterior, ella y Benny estaban juntos, y éste nunca le preguntó a Chong cómo se sentía al respecto.

      —Sí… el juramento —dijo Benny—. Me siento un poco mal por romperlo.

      Chong se detuvo y volteó hacia él, fijando la mirada en el rostro de Benny.

      —Espera… no te muevas.

      Benny se congeló.

      —¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Tengo algo en…?

      Chong le dio un golpe en la cabeza con la palma abierta.

      —¡Ay! ¿Qué tenía? ¿Era una abeja?

      —No. Sólo quería ver si podía sacarte un poco de la estupidez que llevas dentro.

      —¡Oye!

      —Cielos, Benny, hicimos ese juramento cuando teníamos nueve años.

      —Fue un juramento de sangre.

      —Nos habíamos cortado los dedos fijando carnada en los anzuelos de pesca. Juramos al calor del momento, y hacerlo fue inmaduro y estúpido. Eso sí, ambos hemos tenido momentos más estúpidos. Tú más que yo, desde luego…

      —¡Oye!

      —Pero en realidad no importó mucho en aquel entonces, y no importa ahora en absoluto.

      Caminaron unos cien pasos en silencio.

      —Dimos nuestra palabra, Chong —replicó Benny.

      Su amigo gruñó.

      —Nunca dejas de asombrarme —dijo éste—. Aunque rara vez para bien.

      —Sí, sí, sí. Entonces, si eres tan sabio y perspicaz, Oh, poderoso Chong, ¿cómo es que nunca le has dicho a Lilah que estás enamorado de ella?

      —Ah. Soy sabio y perspicaz, pero no valiente.

      —¿Lo has intentado?

      Chong se sonrojó.

      —Yo… le escribí una nota.

      —¿Qué decía?

      —Mmmh… era un poco de poesía. Y un poco de otra cosa —replicó Chong, evasivo.

      —¿La leyó?

      —La dejé donde podía encontrarla. Al día siguiente la vi en el cesto de la basura.

      —Auch.

      —Quizá la malinterpretó. Después de todo, no es que como que ella sea experta en las relaciones románticas. Lo único que conoce del amor es lo que ha leído en libros.

      —Quizá, pero ¿por qué no simplemente atreverte como buen vaquero y preguntarle? Lo peor que podría hacer es decir que no.

      Chong le lanzó una mirada fulminante.

      —¿En serio? ¿Eso es lo peor que podría hacer? —suspiró—. Además, ya no importa mucho. Ustedes se irán mañana y yo no volveré a verla.

      —Sí —confirmó Benny suavemente—. Lo siento, amigo.

      Ambos miraron discretamente por encima del hombro hacia donde la Chica Perdida caminaba como un feroz gato al acecho. Ella los sorprendió mirándola y gruñó:

      —¡Pongan atención al bosque antes de que algo los muerda!

      De inmediato devolvieron la vista al frente, pero Benny estaba riendo muy quedo. Chong adoptó una mueca de dolor.

      —¿Ves a lo que me refiero? Ella vivió con nosotros. Deberías verla antes de su café matutino.

      —Mmh… ¿eso significa que si ustedes dos, par de enamorados, se las hubieran arreglado para salir juntos, tú habrías sido la chica en la relación?

      —¿Por qué no te metes un bate de beisbol por el…?

      —¡Quietos!

      El repentino susurro de Tom cortó el aire y los ancló a todos en su lugar.

      Treinta metros adelante, su sensei estaba en cuclillas, con la mano derecha presta a tomar la empuñadura de su katana. Cincuenta metros detrás de ellos, Nix y Lilah estaban en medio del camino. Nix blandía su bokken; Lilah sostenía su lanza con mucha fuerza entre las manos.

      —¿Qué es? —susurró Benny, pero Tom levantó un dedo, advirtiéndole que permaneciera en silencio. A ambos lados de su grupo los árboles se levantaban en oscuras columnas para formar un dosel arbóreo que bloqueaba la mayor parte de la luz solar, permitiendo únicamente que algunos haces penetraran hasta el suelo. A nivel del piso, los arbustos y las plantas salvajes se agrupaban tan densamente alrededor de los troncos que formaban una pared impenetrable; Benny no alcanzaba a ver lo que pudiera estar acechándolos. Él y Chong desenfundaron sus bokken y se colocaron espalda con espalda, justo como Tom les había enseñado.

      Lilah llegó corriendo por el sendero con silenciosos pies de gato, seguida por Nix unos metros detrás. La Chica Perdida tenía un feroz brillo en los ojos mientras reducía la velocidad para detenerse junto a Tom, asegurándose de no quedar al alcance de su espada.

      —¿Qué es? —musitó— ¿Los muertos?

      Tom negó con la cabeza y guardó silencio.

      Nix se reunió con Benny y Chong, y los tres chicos adoptaron formación de combate en tres frentes.

      —¿Ven algo? —susurró Nix.

      —No —dijo Chong—. Tampoco lo escucho.

      Era verdad; el bosque estaba silencioso como una tumba, cosa que no hizo a Benny sentirse muy bien. Él olisqueó el aire. El bosque ofrecía mil aromas. Flores y corteza y humus y…

      ¿Y qué?

      Percibía un olor en el aire. Ligero pero que se intensificaba.

      —¿Huelen eso, chicos? —murmuró Benny.

      —Ajá —confirmó Nix—. Huele raro. Un poco familiar… pero no realmente.

      Lilah levantó su lanza y señaló hacia el bosque con la brillante cuchilla.

      —Ahí —dijo—. Viene hacia nosotros.

      —¿Qué es? —preguntó Nix con un susurro asustado.

      Tom blandió su katana.

      —Prepárense.

      —¿Para qué? —preguntó Benny—. ¿Correr o pelear?

      —Estamos a punto de averiguarlo —dijo Tom.

      —Por favor —murmuró Chong—, que no sean zoms. Que no sean zoms.

      —No —dijo Tom—, no