Jonathan Maberry

Polvo y decadencia


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perecieron. Las ciudades fueron incineradas por la milicia en un esfuerzo inútil por detener los crecientes ejércitos de muertos vivientes. Los pulsos electromagnéticos desatados por las explosiones nucleares frieron los circuitos de todos los aparatos eléctricos. Las máquinas quedaron en silencio, y pronto también enmudeció la nación. Ahora todo lo que se encontraba al este del pequeño pueblo de Mountainside era la gran Ruina y Putrefacción. Algunos pueblos aún poblaban las laderas de la Sierra Nevada al norte y al sur del hogar de Benny, pero el resto del mundo había sido destruido.

      O… ¿no?

      Durante aquella aventura en las montañas al este del pueblo, Benny y Nix habían visto algo que les pareció tan inexplicable y con tanto potencial para cambiar su mundo como lo había sido la plaga zombi. Volando alto, muy alto por encima de ellos, algo cruzó el cielo. Un aparato tecnológico sobre el cual Benny únicamente había leído en libros del pasado.

      Un aeroplano.

      Un elegante avión jumbo que llegó volando desde el oriente, dio vuelta en un lento círculo alrededor de las montañas, y se alejó por donde había venido. Ahora Benny y Nix contaban los días para dejar Mountainside e ir a buscar el lugar de donde provenía aquel aeroplano. El calendario clavado a la pared junto a la puerta trasera tenía X negras sobre los primeros diez días del presente mes. Luego le sucedían siete días sin marcar, y después un gran círculo rojo alrededor del sábado 17 de abril, a una semana exacta de distancia. Las palabras VIAJE estaban escritas en letras mayúsculas debajo de la fecha.

      Tom pensaba que aquel avión volaba en dirección al Parque Nacional de Yosemite, el cual se encontraba exactamente rumbo al este tomando como referencia su pueblo. Benny y Nix le habían suplicado a Tom durante meses para emprender el viaje, pero conforme se aproximaba el día, Benny ya no estaba tan seguro de querer hacerlo. Nix estaba totalmente decidida, sin embargo.

      —Tierra a Benny Imura.

      El chico parpadeó y escuchó como un eco el sonido de los dedos que le chasqueaba Tom.

      —¿Eh?

      —Por Dios… ¿en qué planeta estabas?

      —Oh… sólo me concentré un poco.

      —¿En Nix o en el avión?

      —Un poco de ambos.

      —Debió ser más en el avión —dijo Tom—. Casi no babeabas.

      —Y tú casi resultas gracioso —dijo Benny. Bajó la mirada hacia su plato y quedó ligeramente sorprendido al verlo vacío.

      —Así es —dijo Tom—, estabas comiendo en piloto automático. Era fascinante verte.

      Alguien llamó a la puerta. Benny se incorporó de inmediato y cruzó la cocina hacia la puerta trasera. Sonreía mientras corría los cerrojos.

      —Debe ser Nix —dijo mientras abría—. Hola, cariño…

      Morgie Mitchell y Lou Chong aguardaban en el porche trasero.

      —Ejem —comenzó Chong—: hola también, pastelito.

      2

      Benny comenzaba a decir algo que habría sido salvajemente vulgar y físicamente improbable, pero entonces una figura más pequeña se abrió paso a empujones entre el fornido Morgie y el enjuto Chong. A pesar de que la veía a diario, encontrarse con ella siempre provocaba que su corazón palpitara como un gorila enloquecido golpeándose el pecho.

      —Nix —dijo él, sonriendo.

      —¿“Cariño”? —preguntó ella. No sonreía.

      No era el tipo de cosas que él acostumbrara decirle. No en voz alta, y podría castigarse por haber dejado que se le escapara. Buscó algún comentario ingenioso para salvar la situación, consciente de que Tom observaba la escena desde la mesa, y de que Morgie y Chong lo espiaban como espectros.

      —Bueno… —dijo—, yo, eh…

      —Qué tacto —continuó Nix, y lo empujó para entrar a la cocina.

      Chong y Morgie se burlaban de él imitando un besuqueo entre los tórtolos.

      —Sepan que serán asesinados —amenazó Benny—. Dolorosamente, y muy pronto.

      —Claro, lindura —replicó Morgie mientras seguía a Chong al interior de la cocina.

      Benny se tomó unos segundos para juntar los retazos sueltos de su limitada inteligencia. Entonces se giró y cerró la puerta con mucho cuidado, aunque azotarla lo habría hecho sentir mucho mejor.

      Tras la muerte de su madre, Nix se había mudado primero con Benny y Tom, pero entonces Fran Kirsch, la esposa del alcalde y su vecina de al lado, sugirió que una chica tal vez preferiría vivir en una casa con otras mujeres. Benny trató de argumentar que ella tenía en casa su propia habitación —la habitación de Benny— y que a él no le importaba dormir en el sofá de la sala, pero la señora Kirsch no cedió: Nix se mudó al cuarto de huéspedes de los Kirsch.

      Nix y los chicos se amontonaron en las sillas alrededor de la mesa e hicieron una imitación bastante fiel de la rapiña de los buitres con los restos de comida. Tom se recargó en su silla, y Benny recuperó su asiento.

      —¿Entrenaremos esta noche? —preguntó Morgie.

      Tom asintió.

      —Se acerca el viaje, ¿recuerdan? Benny y Nix tienen que estar listos, y ustedes dos deben mantenerse en forma, Morgie. Quién sabe lo que tendrán que enfrentar en el futuro.

      —Los has hecho trabajar mucho —dijo Chong.

      —Tengo que. Todo lo que hagamos de ahora en adelante será prepararnos para el viaje. No son…

      —… vacaciones —completó Benny—. Sí, lo has mencionado unas treinta o cuarenta mil veces. Sólo que pensé que ahora tendríamos, ya sabes, una noche libre.

      —¿Noche libre? —repitió Nix—. Yo desearía que partiéramos ahora mismo.

      Benny eludió el tema preguntando:

      —¿Dónde está Lilah?

      Lilah era el miembro más reciente de su grupo. Un año mayor que los chicos e infinitamente más extraña, había crecido fuera de la muralla exterior, allá, en Ruina. Fue criada durante unos años por un hombre que la rescató en la Primera Noche, y después vagó sola durante los años siguientes. Ella era más que sólo salvaje: taciturna, silenciosa e increíblemente bella. La Chica Perdida, la habían llamado en las Tarjetas Zombi. Un mito, una leyenda, para la mayoría de la gente, hasta que Tom y Benny probaron su existencia. Ella quería ir con Benny, Nix y Tom a Ruina, a buscar el avión.

      Chong inclinó la cabeza apuntando hacia la puerta trasera.

      —No quiso entrar.

      Chong suspiró, y Benny tuvo que controlarse para no aprovechar el momento y molestarlo. Su amigo había desarrollado un enamoramiento tan impotente y desesperanzado hacia Lilah que una palabra incorrecta podía sumirlo en una depresión que se prolongaría días enteros. Nadie, incluidos Nix, Benny y Chong, pensaba que Lilah pudiera interesarse en lo absoluto por él. O quizás ella no se interesaba en absoluto por nada que no estuviera relacionado con navajas, armas y violencia.

      —¿Qué está haciendo? —preguntó Benny, esquivando cuidadosamente el tema.

      —Limpiando su pistola —dijo Nix, clavando sus ojos verdes en los de Benny y dirigiéndolos después hacia el jardín exterior.

      Lilah cuidaba de su pistola como si fuera una mascota. Chong decía que eso era lindo, pero en realidad todos pensaban que era un poco triste, rayando en lo escalofriante.

      Benny rellenó su taza de té, vertió algo de miel en el líquido y observó a Nix tomar los últimos restos de carne de una pechuga de pollo. Le gustaba hasta la manera en que ella hurgaba entre los desechos para buscar comida. Suspiró.

      Morgie