Jorge Ayala Blanco

La justeza del cine mexicano


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no reboza muerte sino alegría sonriente y esperanza autoexcitada, una titubeante tentaleante plástica liricoide a flor de piel (para sustituir a la flotante del valioso referente olvidado supraetnográfico Juan Pérez Jolote de Archibaldo Burns, 1973), un experimento de autogestión social aquí innovador dentro de la infracultura a la luz del sol, un ínfimo pero veraz respaldo insurrecto, un llamado a la solidaridad con la causa pionera de cuyo éxito o fracaso hoy por hoy (según sus creadores) “depende el futuro del país”, un parto de la nueva modernidad indígena aún marcada por la desesperación real y expresiva, un conmovedor caso de Rey Midas Revolucionario al revés, un fuerte oratorio idílico que hace apreciar ideológicamente aun aquello con lo que se puede disentir estéticamente (diríamos invirtiendo una fórmula del historiador argentino César Maranghello), una noveleta-testimonio caída más allá de su función doctrinaria y su poder de alegato original.

      La justeza del antisuperheroísmo

      Enclenque y flaco casi esquelético pero ostentoso protector de la humanidad, con barba mal afeitada y gafas negras, gabardina larga y gorra de aviador, el presunto superhéroe con apantalladora tarjeta profesional de american psycho Sacro (Julio Bracho) es convocado a una mesa de consejo en la gran urbe violenta de Latinópolis y contratado por el empresario Dominio (Plutarco Haza), explotador presidente de la megacompañía monopólica de comida rápida Ultrasán-dwich para realizar la misión imposible de vencer y exterminar a la Muerte, con lo que Sacro se haría digno del amor de una Bella televisiva a la que aún no conoce personalmente pero que Dominio promete presentarle. Siempre añorando el hallazgo romántico inasequible de una mujer ideal, entra en complicidad con el rechoncho cazador de ángeles Caos (Jorge Zárate) cuyo infamante libro harrypotteresco Todas las netas del planeta le revela los cuatro pasos previos a seguir para enfrentarse a la muerte sin morir en el intento (sacrificar a una virgen para extirpar su corazón y bañarse en su sangre para protección, atrapar a un ángel y con sus alas confeccionar un chaleco antimuerte, hacer con sus ojos las balas mortíferas contra la muerte, moler los huesos del ángel y comérselos para obtener valor y fuerza), y luego lo acompaña en su cometido, mientras rondan asediantes a su alrededor otros personajes excéntricos no menos importantes, como la ubicua TVreportera sexosopelandruja rubia invariablemente bocabajeada y jamás tomada en serio ni amorosa ni laboralmente ni como persona Bella de la Luz (Ludwika Paleta), el colérico empresario explotador de profesión Susión (Ernesto Yáñez) cuyo negocio consiste en hacer inventar ángeles de alquiler con sagradas alas falsas para hacer llegar mensajes al Más Allá a través de moribundos vueltos ángeles mensajeros ad hoc, la exmonja beata Concepción (Talía Marcela) y el taxista paralítico Luciano (Carlos Serrato) en pos de su represiva redención, el atracador malvado Pedro Pablo (Miguel Couturier) irrumpiendo con la maleta del último botín en el regio monasterio de su hermano gemelo idéntico: el cura mediático Pablo Pedro (Miguel Couturier otra vez) que anuncia el fin del mundo por TV, y la joven pareja de enamorados globalifóbicos Susana (Carolina Jaramillo) y Miguel (Jorge Soto), quienes pronto andarán a la ardua aunque copuladora búsqueda de una misteriosamente desaparecida hermana Elena (Leslie Montero), asesinada por los intrépidos Sacro y Caos al pretender ejecutar los preparativos para blindarse antes de arremeter contra la muerte, y en cuyo transcurso han debido recurrir, a la búsqueda de presas célibes, con la proxeneta vendevirginidades Amasia (Jacqueline Voltaire) hasta del travesti Sacha (Julio Lechuga), y al final de los cuales serán víctimas de una peligrosa intoxicación por ingerir polvo de ángel falso e irán a dar al hospital del doctor frankensteiniano (Patricio Castillo), quien, tras la oportuna evasión del superhéroe en pleno rapto de hidalguía desentendida (“Debo cumplir mi misión”), se ensañará con su acompañante, trasplantándole un cerebro de cadáver dañado que no sólo le hará olvidar puntualmente su designio, sino lo dejará idiotizado, monstrificado y vomitante a perpetuidad, para regocijo de la aguerrida defensora a ultranza de la santa muerte Gabriela (Idalmis del Risco) que pretende impedir como sea la consumación de tamaña atrocidad proyectada.

      Luego de un fracasado primer enfrentamiento del temerario pero deficiente Sacro con el Luchador Muerte (L. A. Park) más que sorprendido (“¿Quién es este tipo?”) en su ring de entrenamiento campestre, el superhéroe y Dominio modificarán su estrategia, pretendiendo ahora debilitar a la Muerte por exceso de trabajo, para lo cual lanzan ataques terroristas con bombas a siete ciudades del orbe (“Sólo civilizaciones salvajes” sicazo), como preámbulo a la guerra mundial con armas biológicas planeada por Dominio dentro de su doble juego, en realidad allanando el camino para vender masivamente una nueva vacuna antibacterial como salvador antídoto único. Finalmente, el presunto superhéroe Sacro se enfrentará sobre un ring oficial de lucha libre con la Muerte enmascarada y estará a punto de derrotarla, pero desencadenando una caótica persecución apoteótica en la que participarán todos los personajes del filme, incluso el trepanado Caos sacando la lengua al echar tiros con su pistolón al lado de la beata mayor que hace lo propio mostrando una estampita bendita de la Santa Muerte, y cuyo desenlace permitirá que los contendientes heroicos logren el éxito y los villanazos su merecido, coronando la unión victoriosa de Sacro con su Bella por fin hallada, rescatada de los infiernos y conquistada.

      En la magna coproducción mexicano-colombiana Polvo de ángel, antes El ángel, la muerte y el cazador (Séptimo Arte – Talento Post – Fidecine : Imcine – Gecisa International – Promotora La Vida es Bella – La Isla a Mediodía – Crear TeVe-Fondo Ibermedia, 110 minutos, 2006-2010), trepidante e inclasificable quinto largometraje del excuequero autor total sinaloense y exdirector del Festival de Cine de Mazatlán de 57 años Óscar Blancarte (El Jinete de la Divina Providencia, 1988; Dulces compañías, 1994; Entre la tarde y la noche, 2000), todo gira en torno a una deliberadamente erizada y erizante galería de personajes disparatados, que articulan la película, la exasperan, la hacen delirar, la descuartizan, la deshacen y la destruyen, a imagen y semejanza de aventureros con tendencia a que sus deseos les salgan de la peor manera posible, al interior de una elaboradísima estructura errática, formal y narrativamente más caricaturesca que épica, compuesta por historias que se entrecruzan como las miméticas pistolas apuntadas a la hongkonguesa right between the eyes del respectivo adversario, y por incontables episodios excesivos donde cada episodio funciona a la vez como un relato casi independiente y como parte operativa del conjunto que integra la película, volcada hacia una fábula desmitificadora de los superhéroes y devorando / autodevorando su propio prurito de justeza, como sigue.

      La justeza del antisuperheroísmo recurre cada cuando a la tira de historietas, tanto para completarse y desbordarse como para suplementarse, mostrando gráficamente todo aquello que le resulta difícil de representar, jamás obviable mediante una elipsis o en definitiva irrepresentable (descuartizamiento del falso ángel, divisamiento con anteojo largavista desde una cascada). Animación-prólogo y animaciones intermezzi (cópula gozosa con cabeza hacia atrás de los chavos activistas ecologistas, coreografía de pistolones del anacrónico Boogie el Aceitoso en deleznable versión fílmica y así) sobrecargados con ruideros metálico-percutivos (música concreta y de la otra, o más bien partitura sonora, de David Burbano). Globitos estallados que denuncian el secreto pensamiento inconfesable de los hipócritas personajes odiadores o emboscados de tiempo completo (“Este tipo es un cabrón” / “Esta noche habrá un ángel menos en el cielo” / “Pasaré a la Historia con esta chingona operación” / “¿Por qué tengo tanto pegue con los locos?”). Letreros estridentes de “¡¡¡Sock!!!” y “¡¡¡Pack!!!” dibujados a medio fotograma a lo Corre Lola corre (Tom Tykwer, 1998). Fratricidio en silueta (escarlata) a lo Dolores del Río en La otra de Roberto Gavaldón (1946). Buitres con gabardinas inmensas y fálicos fusiles de spaghetti western erectos y escupefuego a la menor provocación, balas inflamables al tocar cuerpo, atufadoras complicaciones rocambolescas de la intriga, concertaceciones en el sofocante baño de vapor et al. ¿Nostalgia o envidia de la manga japonesa, de la moda alternativa bombástica, de las adaptaciones al ánime de alguna saga de videojuegos, de las mitológicas fantasías-punk más allá de los transferibles afanes-clon de Blancarte tipo La chica del tanque (Rachel Talalay, 1995) y las novelas gráficas para adolescentes en revuelta visual, de los comics vesánicos de culto antes subterráneo que ya se atreve a decir su nombre y organizar ferias y festivales y torneos? ¿Toques lustrosos de barroquismo adicional, que se añaden graciosamente al abigarramiento amorfo y ya muerto de las viejas series B o Z supervitaminadas