Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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descubre en 1943 a un numeroso grupo de judíos guarecidos con sus familias en las cloacas y selecciona a once de ellos, como el temerario adúltero Mundek (Benno Fürmann) con su mujer de repuesto pronto embarazada Klara (Agnieszka Grechowska), un rabino martirizable y una señora Chiger (Maria Schrader) con dos niños, a modo de apóstoles escogidos para alojarlos en un rincón más seguro del lugar y alimentarlos a cambio de una suma diaria o joya sucedánea, inubicables e itinerantes, pero sin poder salir, entre huidas, miniexterminios, cruentas represalias e inundaciones, hasta el fin de la guerra. La cloaca elegiaca se expresa con eminencia mediante la movilidad del inframundo, la omnipresencia de las ratas entre los refugiados-ratas y las fulgurantes imágenes de Jolanta Dylowska, con tufo visual a letrina, luminoso vuelo místico a ráfagas de linternas y claustrofobia dentro de encuadres cerrados o anómalos incluso en exteriores, porque el holocausto subterráneo era también subcutáneo. La cloaca elegiaca invoca al primer Andrzej Wajda (Kanal, 1956) y al cómico surrealista silente Onésime para enmendarle la plana revisionista como películas-summa a La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) y a El pianista del compatriota Roman Polanski (2002), a base de antilugares comunes genéricos: asesinas selecciones internas consentidas, traiciones sobre traiciones, rituales hebreos bajo los ritos de la iglesia católica, inusitadas entradas y salidas indagatorias al campo de concentración en Jablonska, o así. Y la cloaca elegiaca reinterpreta el holocausto polaco cual epopeya dramática a espasmos y vagidos mentales de la vieja toma de conciencia, al despertar la responsabilidad de un infeliz explotador extremo que acabará fingiendo recibir (los mismos) billetes como paga semanal, intentando adoptar con su encabronada esposa obesa Wanda (Kinga Preis) al bebé recién nacido ya deliberadamente asfixiado por su propia madre, mostrando la calle desde una alcantarilla a la niña de los zapatitos rojos para calmarla y exultando al emerger de las profundidades, el primer día de la paz, como cualquier víctima victimológica.

      El martirologio antifranquista

      La voz dormida

      España, 2012

      De Benito Zambrano

      Con María León, Imma Cuesta, Marc Clotet

      En La voz dormida (España, 2012), tercer largometraje del celebrado andaluz también miniserialista procastrista de 47 años Benito Zambrano (Solas, 1999; Habana Blues, 2005), con guion suyo y de Ignacio del Moral basados en la novela homónima de Dulce Chacón, la sirvientita inmigrante cordobesa Pepita (María León conmovedoooramente rústica hasta la idiotez) se convierte sin querer en contacto clandestino de una gavilla idílica de partisanos antifranquistas para enamorarse de uno buscadísimo de ellos apodado el Chaqueta Negra (Marc Clotet) hacia 1940, mientras su aguerrida hermana comunista Tensi (Imma Cuesta) puja en trabajos de parto y es fusilada dentro de la cárcel sólo con derecho a tiro de gracia. El martirologio antifranquista se gasta la simpleza de cambiarle tufos y postura al chantajazo sentimental más abyecto y edificante, ahora contenido y procomunista memorial, pero mono se queda, así canten la Internacional las presas a coro cada vez que la fotografía negruzca de Álex Catalán ejecuta camaradas, o éstas se nieguen a besarle los pies al Niño Jesús para satisfacción de una sádica monja navideña. Y el martirologio antifranquista entona un himno neoliquidacionista a la entereza y la resistencia en clave de éstas fueron las consecuencias de una guerra civil que pudo evitarse porque nunca tuvo razón de ser, gracias mil, por lo que se saca de la manga una carcelera buenaonda para que la condenada a muerte logre desgarradoramente amamantar a su bebita, y luego una carta en off, desde la época actual, en voz aún dormida de la misma bebé ya crecidita, evocando el sublime romance feliz de sus tíos-padres, con acento gitanillo de Lola Flores y barba partida de Rubén Rojo, cuyo noviazgo sólo tuvo tres besos y una heroica hasta hoy oculta guácala eterna.

      El linchamiento moral

      La caza (Jagten)

      Dinamarca-Suecia, 2012

      De Thomas Vinterberg

      Con Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Annika Wedderkopp

      En La caza, séptimo largometraje del propulsor de la innovadora llamarada cinerradical Dogma ‘95 de apenas 43 años Thomas Vinterberg (Festen, la celebración, 1998; Dear Wendy, calles peligrosas, 2005), con guion suyo y de su coadaptador habitual Tobias Lindholm (se oyen exasperados ecos temáticos del insuperable fraternal Submarino, 2010), el rústico y solitario aunque sensible profesorcito desintegrado por el divorcio Lucas (Mads Mikkelsen con rictus de zozobra perpetuo) ha logrado a duras penas cierto equilibrio, tras refugiarse en la cacería comunal de venados, en el amor naciente hacia la angloparlante auxiliar lanzadaza Nadja (Alexandra Rapoport), en la comprensión solidaria de su hijo adolescente Marcus (Lasse Folgelstrom), en un jardín de niños donde ha establecido una admirable relación simbiótica corporal-emotiva con los párvulos, y en la amistad con el agreste barbudo Theo (Thomas Bo Larsen) cuya tierna hijita sólo preocupada por no pisar raya en el suelo Klara (Annika Wedderkopp) no tiene empacho en insinuar a la severa directora del colegio Grethe (Susse Wold) que el querido mentor le ha mostrado su miembro en trance de apuntar el cielo, clavando con esa mentira infame una atroz duda colectiva y provocando la expulsión del maestro, el feroz repudio por parte de todos los moradores del atrasado pueblaco danés profundo, el encarcelamiento del sospechoso y el tener que soltarlo, pues los niños unánimemente denunciaban toqueteos en un sótano inexistente, sin que eso concluya el acoso. El linchamiento moral se conjura homeopática y casi mágicamente hasta que el agredido combate a los agresores con sus mismas armas, a golpes e increpando airadamente a sus antiguos amigos durante el servicio religioso de Navidad, para acabar haciendo las paces con la niña embustera y reivindicando su figura. El linchamiento moral aborda a modo de fábula avinagrada, con fondo trágico y moraleja, los magnos temas de la persecución sexual y el rechazo por prejuicio social, desde una perspectiva victimológica, donde el acoso por avances pederastas lo sufre un inocente metahitchcockiano, y no un culpable, a diferencia de Festen, film del que La caza representa muy deliberadamente una antítesis dialéctica, en tono y forma antiDogma ‘95, con cámara normalizada, pero con su mismo espíritu microrrealista, antihollywoodesco, desgarrador desgarrado y arrasadoramente crítico. El linchamiento moral propone como virtuosísticas cualidades narrativas y fílmicas mayores el rigor en la intensidad emocional, el recogimiento hiperpúdico, la indemostrable pero tácitamente presumible inocencia del personaje, la valerosa vigencia de la ecuación Violencia = Brutalidad + Valores Masculinos, la ambigua complicidad con la inteligencia del espectador, la crueldad inherente a la humanísima naturaleza del prejuicio, la vivisección del bullying entre adultos a nivel de puñetiza en el súper, el arte de la elipsis elegante cual renovado Lubitsch Touch dramático (elipsis de la limpiada al chavito en el mingitorio, elipsis del asesinato de la perrita más tierna que los malditos infantes), o la posfreudiana creencia en la perversidad polimorfa de tus niñitos angelicales quedando bien con los mayores. Y el linchamiento moral culmina como una doble metáfora irónica sobre el paraíso machista perdido y recobrado, una alegoría bifurcada y contradictoria, un resarcido continuum ininterrumpible del eterno retorno virilista, pues al año siguiente de lo acontecido, por un lado estará la gozosa y tabernaria investidura ritual del nuevo cazador machito Marcus heredando alborozado el simbólico rifle-falo de su padre, y por el otro lado estará la constatación de un daño perpetuo en Lucas imaginariamente fulminado por otro cazador irreconocible por solarizaciones a contraluz que lo hace identificarse con cierto cervatillo indefenso en el bosque, porque quien haya padecido un linchamiento moral (hoy práctica normal y cotidiana entre los tuiteros) nunca volverá a ser el mismo de antes, aunque parezca o demuestre haber sobrevivido incólume.

      El operativo ilusorio

      La noche más oscura (Zero Dark Thirty)

      Estados Unidos, 2012

      De Kathryn Bigelow

      Con Jessica Chastain, Jason Clarke, Kyle Chandler

      En La noche más oscura, fascinante noveno largometraje-shocking de la belicosa californiana amante de la oscuridad de 61 años Kathryn Bigelow (Cuando cae la oscuridad, 1987; Días extraños, 1995), con guion original de Marc Boal basado en hechos reales debidamente ficcionalizados y trastocados,