Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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y un benigno montaje concentradamente expansivo. El espíritu comunitario se añora por un sentido del vacío, pues en Jueves: Diario de un principiante, del fino satirista palestino Elia Suleiman (Intervención divina, 2002; El tiempo que queda, 2009), un proceloso palestino de sombrerito blanco (Suleiman mismo) deambula matando el tiempo y se extravía por los malecones en un melancólico limbo desarticulado cual dulce trampa mortal a la Tati mientras espera entrevistarse a través de su embajador con el Comandante enfrascado al infinito en una interminable perorata omnipresente en la TV, entre fotoautómatas cuerpos misteriosos e inclementes atmósferas baldías, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy abiertos, frontales, enigmáticos, y un montaje sigilosamente afelpado. El espíritu comunitario se singulariza por un sentido de la ruptura, pues en Viernes: Ritual, del provocador destemplado francoargentino Gaspar Noé (Irreversible, 2002; De repente el vacío, 2009), los aterrados padres de una linda chica afrocubana (Cristela Herrera) con nacientes preferencias sexuales por una amiga (Dunia Matos) pretenden curarla de su maldición lésbica extirpándosela mediante una limpia santera desgarravestiduras, entre sensuales cuerpos bacantes y fragorosas atmósferas orgiásticas, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy oscuros, desapacibles, inflamados, y un objetivo montaje retadoramente cosificador. El espíritu comunitario se recubre por un sentido de la improvisación, pues en Sábado: Dulce amargo, del desigual neocostumbrista cubano Juan Carlos Tabío (Fresa y chocolate, 1993, y Guantanamera, 1995, ambas codirigidas con Gutiérrez Alea; Lista de espera, 2000, en solitario), la psicóloga cincuentona Mirta (Mirta Ibarra) se somete a una ajetreada doble vida de trabajo preparando pasteles para fiestas privadas en la economía semiclandestina y haciendo irónicas apariciones de TVconsejera para apenas librarla pero compensando la inutilidad de su marido alcohólico (Jorge Perugorría) y la irremediable desintegración de la familia tradicional, entre denodados cuerpos inasibles y efectivas atmósferas posneorrealistas, allí donde la voluntad de no-estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy cerrados, intranquilos, titubeantes, y un traqueteado montaje estrepitosamente preciosista. El espíritu comunitario se ennoblece por un sentido de la solidaridad, pues en Domingo: La fuente, del formidable docuficcionista francés Laurent Cantet (Tiempo de mentir, 2001; La clase, 2008), el altar que para ese mismo día la Virgen Oshun le ha exigido en sueños a la vieja devota Martha (Natalia Amore) va a ser edificado con retazos y materiales transados por los inventivos vecinos del barrio suspendiendo sus actividades laborales hasta alcanzar el deseado sincretismo afrocristiano en trance, entre atareados cuerpos afables y agitadas atmósferas saqueadoras, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy invasivos, sobresaltados, desasosegantes, y un altivo montaje secularmente coral. Y el espíritu comunitario redefine todo un país a modo de pequeño tratado de las grandes virtudes insoslayables, invisibles, envidiables, por fin tan cálida cuan cándidamente reveladas, multirraciales y pluriculturales, porque sólo la diversidad y la errancia perpetua podrían rendir un testimonio jugoso, jamás panfletario oficial, aunque decidido y totalmente comprometido con esas criaturas únicas e irrepetibles, sus ámbitos barriales y sus generaciones que irremediablemente evolucionan y vuelven fantasmáticas a las anteriores, sucediéndose y superándose dialécticamente, cual jubilosa fatalidad histérica e histórica.

      La lucha estrujante

      Declaración de guerra (La guerre est déclarée)

      Francia, 2011

      De Valérie Donzelli

      Con Valérie Donzelli, Jérémie Elkaïm, César Desseix

      En Declaración de guerra, conmovedora ópera secunda pero expresivamente prima y artísticamente acaso única como intérprete-directora-maquillista-peinadora de la actriz francoitaliana de 38 años Valérie Donzelli (largometraje ignorable: La reina de las manzanas, 2009; corto prometedor: Maleleine y el cartero, 2010), sobre un guion escrito por ella misma con su marido actor de origen argelino Jérémie Elkaïm para protagonizar / revivir / reavivar sus propias dolorosas experiencias conjuntas volviéndolas permanentemente inmitigables (a lo Hari Sama y nuestra Úrsula Pruneda en El sueño de Lú, 2011), el modesto pintor parisino de brocha gorda Roméo (Jérémie Elkaïm) y la empleadilla Juliette (Donzelli misma) sienten el clásico flechazo en un bar, pasean juntos y engendran un encantador bebé llorón Adam (César Desseix) que a los 18 meses aún se niega a caminar y presenta una asimetría facial que pronto es diagnosticada como tumor cerebral, por lo que debe someterse a una delicada cirugía rutinaria que resulta un éxito pero que congrega de manera doliente a todas las familias y cuyas inevitables secuelas cancerosas requieren de los habituales tratamientos de choque a base de quimioterapia y radiaciones que ponen en crisis a la pareja y logran desintegrarla dulcemente en el transcurso del tiempo, hasta que la enfermedad logre remitir cuando Adam cumpla 8 años (Gabriel Elkaïm). La lucha estrujante aborda de manera vivencialmente antichantajista pero profundamente afectuosa el tema candente del cáncer infantil, como una involuntaria guerra privada, irónicamente paralela a la brutal invasión súbita a Irak, que debe ser librada se tenga o no conciencia de ello, se esté o no esté preparada para ella, en tímidos consultorios, en ecografías con graves resultados, en la peregrinación por hospitales, en el hogar devastado, en habitaciones esterilizadas y en refugios de la asistencia pública, ante la bonachona pediatra (Béatrice De Staël) y la distante neuropediatra (Anne Le Ny) maternalistas o aguardando al docto cirujano inaccesible (Frédéric Pierrot), dentro y fuera de la pareja pero siempre a íntimante solas, involucrando amigos y ancianos e incluso a la cariñosa galana lésbica (Élina Löwensohn) de la madre viuda (Brigitte Sy), conformando un tumulto que literalmente se desvive en reacciones elementales y manipulables cual coro helénico. La lucha estrujante despliega ante todo y por encima de todo una valiosa y valerosa emotividad auténtica y sincera, una emotividad más italiana henchida que cartesiana francesa, una poderosa emotividad que se apoya en los efluvios arrolladores de una música que va de la balada pop cantada por los personajes (a lo Resnais en la secuela de Siempre la misma canción, 1997, más que del Demy liricista de Los paraguas de Cherburgo, 1964) a Bach y al Invierno del ciclo Las cuatro estaciones de Vivaldi y al O Superman de Laurie Anderson, más allá de una función vehicular facilista (estilo reciclado Lelouch) o de mero acompañamiento. Y la lucha estrujante no teme la utilización de imágenes acronológicamente reunidas en secuencias seriadas a saltos elípticos puramente alusivos / abusivos (edición de Paulino Grillard), cual signos dispersos al mismo nivel que la premonitoria primera consulta médica en torno al bebito chillón por alimentado a cualquier hora, o que la inclusión de los metafóricos avances del cáncer agresivo en las células mediante un viejo documental del filmovisionario científico de Jean Painlevé sobre la formación de cristales coloreados en sepia como si fuesen organismos vivos (Cristales líquidos, 1978, con música electrónica de François de Roubaix), o que el compulsivo chistorete de la chava residente con ojeras hasta la cintura (“La diferencia entre Dios y un cirujano es que Dios no se cree cirujano”), o que la conclusiva carrerita de la familia otra vez feliz en cámara lenta sobre la playa, pues aquí lo primordial ha sido la alegre lección de perseverancia contra la adversidad, la luminosa capacidad de combate interior / exterior sorprendida ante sí misma, la euforia desatada cual electrizante impulso irresistible del alma bella en permanente temporada de Fiesta de Beso Libre (open kiss) pese a todo.

      La caravana humanitaria

      El gerente de recursos humanos (Shlichto Shel HaMenume Al Mashabel Enosh)

      Israel-Alemania-Francia-Rumania, 2010

      De Eran Riklis

      Con Mark Ivanin, Gori Alfi, Irina Petrescu

      En El gerente de recursos humanos, noveno largometraje del apenas sexagenario realista alegórico israelita Eran Riklis (La novia siria, 2004; El limonero, 2008), con astuto guion de Noah Stellman basado en la novela Una mujer en Jerusalén de A. B. Yehoshua, ha muerto en un atentado terrorista callejero cierta por todos inadvertida rumana auxiliar de limpieza del mayor corporativo panadero de Jerusalén (sólo mostrable por fotografía pero con derecho a nombre: Yulia Patacke) y, para neutralizar el escándalo de un chantajista artículo periodístico difamatorio subsiguiente,